Muere Pablo Guerrero a los 78 años, inolvidable voz de ‘A cántaros’
El extremeño, una de las figuras más entrañables y carismáticas de la canción de autor, combinó poesía y música con profundidad y emoción


El cantautor extremeño Pablo Guerrero, acaso el más depurado exponente de la comunión entre música y poesía, ha fallecido la tarde de este martes a los 78 años en el hospital Rúber de Madrid, después de una larga batalla contra el cáncer de pulmón. Con Guerrero se marcha una de las figuras más entrañables y carismáticas de las seis últimas décadas: eternamente recordado por el himno A cántaros (1972) y su disco en directo en la sala Olympia de París, de 1975, deja en realidad un legado mucho más amplio, complejo y fascinante que comprende docena y media de álbumes y una extensa obra poética que siempre se vio oscurecida por su carisma como cantante de voz profunda, serena y conmovedora.
Guerrero, natural del pequeño municipio pacense de Esparragosa de Lares y vecino desde hace 45 años del barrio madrileño de ―no podía ser de otra manera― Ciudad de los Poetas, fue toda su vida un hombre ultrasensible y dotado de una visión lúcida y avanzada de un mundo que siempre le chirriaba, y más desde que a principios de 2021 enviudó de su inseparable Charo. Combatió las tinieblas de la depresión con éxito desigual y encontró su sitio en el mundo gracias a una extraordinaria capacidad para captar la belleza cotidiana y natural en palabras y frases musicales. Fue un ejemplo de masculinidad evolucionada cuando nadie comprendía ningún modelo varonil alejado de la hombría; un paradigma de hombre vulnerable capaz de reconvertir sus congojas en un material de belleza deslumbrante.
Esa voz profunda y límpida se convirtió en paradigma de la mejor canción de autor en los estertores del franquismo, aunque su lenguaje era tan poético que la censura nunca se enteró bien de los mensajes que deslizaba. Por eso aquel himno frente a la intolerancia que fue A cántaros (“Tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover a cántaros”) se convirtió, casi a su pesar, en un emblema antifranquista. El éxito fue tan inapelable como para llegar a incomodar a su autor, pesaroso de que la relevancia de aquella página eclipsara otras muchas que él consideraba igual de inspiradas y reseñables. Le llevó tiempo reconciliarse con su criatura más célebre: hubo de ser en el sepelio de un amigo, cuando los allegados le pidieron que la cantase y él al fin comprendió que aquella obra trascendía al autor y sus circunstancias.
Aunque adscrito a una concepción clásica del cantautor, nuestro hombre barbado y meditabundo, siempre en pose reflexiva y con un cigarrillo entre los dedos, supo reinventarse de la mano del productor Suso Saiz y de los músicos Luis Mendo (Suburbano, Luis Eduardo Aute) y el desaparecido Nacho Sáenz de Tejada (integrante de Nuestro Pequeño Mundo y cronista musical de EL PAÍS), que ejercieron no solo de escuderos sino de admiradores y difusores de la buena nueva del pacense. En particular su disco Alas, alas, de 1994, es un ejemplo prodigioso de esa canción ultrapoética, bellísima y con un sonido incluso más transgresor que el de las dos grandes promesas de la época, Pedro Guerra y Javier Álvarez. Este último se convirtió también en cómplice y extraña pareja de Guerrero, hasta llegar incluso a grabar un insólito experimento intergeneracional a cuatro manos, Guerrero Álvarez (2009), de contenido muy reivindicable y portada difícil de olvidar: Javier pilotaba una Vespa mientras Pablo se repantingaba en la plaza del sidecar.

Las enseñanzas de Guerrero fueron filtrándose en generaciones sucesivas no de la manera torrencial de su famosa canción, sino en forma de lluvia fina. Nunca conquistó grandes titulares, pero el consenso sobre su grandeza poética, artística y humana terminó adquiriendo dimensiones unánimes. Quedó evidenciado con el disco de homenaje Hechos de nubes, promovido por Ismael Serrano en 2007 y por el que desfilaron, con respeto devocional, desde Luz Casal a Javier Ruibal, Aute, Serrat, Luis Pastor, Labordeta, Víctor Manuel, La Cabra Mecánica, los extremeños Acetre y, claro está, Javier Álvarez y Suburbano. Los años y la nicotina fueron mermando la capacidad vocal del artista, pero Mendo supo exprimir el aroma de su voz cada vez más ronca y abisal hasta convertirlo en lo más parecido a Leonard Cohen que hemos conocido en la península.
Las heridas de la enfermedad empezaron a hacerse evidentes en el último año, donde un Pablo debilitado y desanimado apenas recibía las visitas de sus incondicionales, desde Mendo al fotógrafo Enrique Cidoncha, autor de las imágenes de todos sus últimos álbumes y un hombre de sensibilidad también epidérmica, aunque le separasen casi 40 años del artista ahora fallecido. A Guerrero nunca se le conoció todo lo que debiera, pero releer sus poemas (escritos siempre en libretas pequeñas y con letra diminuta) es un ejercicio de esperanza, pese a todo, en el ser humano. La misma que él expresaba, pese a todas las vicisitudes, cuando la conversación era extensa, relajada y profunda. “Quiero pensar que no somos solo un montón de vísceras”, resumió en su última entrevista de largo recorrido para este periódico, en noviembre de 2021. Difícil no estremecerse al pensar en aquella frase ahora.
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