Todos los misterios de Michaelina Wautier: los desnudos masculinos que cambiaron la historia del arte
El Kunsthistorisches Museum de Viena dedica su gran exposición del otoño a la pintora barroca del siglo XVII, con obras redescubiertas en los últimos años, aunque se mantienen la mayoría de las incógnitas sobre su vida


Durante siglos los expertos consideraron que El triunfo de Baco, la obra maestra de Michaelina Wautier, una pintora barroca del siglo XVII, no podía haber sido ejecutada por una mujer. Primero, porque pensaban que era un cuadro demasiado grande y complejo para que hubiese sido encargado a una artista en aquella época, mucho menos con un tema mitológico y, sobre todo, porque mostraba desnudos masculinos realizados claramente —por la minuciosidad de los detalles anatómicos— en un estudio con modelos reales, lo que parecía imposible para una mujer en el siglo XVII. Solo desde 2014, tras una restauración, ocupa un lugar de honor en la colección del Kunsthistorisches Museum de Viena, en la misma sala que sus contemporáneos Rubens y Van Dyck.
Este otoño, desde el martes hasta el 22 de febrero, el museo vienés, uno de los más importantes de Europa, comparable al Prado o el Louvre, dedica su principal muestra, comisariada por Gerlinde Gruber y Julien Domercq, a esta mujer sobre la que apenas existen datos biográficos, cuya vida sigue siendo una enorme incógnita, pero cuya obra ha ido ganando prestigio con los años y ha encontrado por fin, en el siglo XXI, el espacio que le corresponde en la historia del arte. Solo existen 35 pinturas atribuidas de forma unánime a Wautier y 31 pueden verse primero en el museo vienés (que se hizo cargo del viaje de prensa para la presentación) y luego en la Royal Academy of Arts de Londres.

Ahora nadie pone en duda la atribución de El triunfo de Baco a la pintora, entre otras cosas porque aparece su retrato, en la parte derecha del cuadro, mirando desafiante al espectador, con un pecho descubierto y caracterizada como una bacante. Se trata de un autorretrato que recuerda extrañamente a la Judith de Klimt que puede verse en el Belvedere de Viena. Michaelina Wautier fue una artista que rompió moldes en su época y los sigue rompiendo en la nuestra. “La forma en que pinta a los hombres no tiene precedentes”, explicó ante la prensa este lunes en Viena la mayor especialista en la pintora, Katlijne Van der Stighelen, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Lovaina. “Michaelina tuvo un hermano mayor, Charles, también pintor, y seguramente pudo trabajar en su estudio con modelos reales. Su pericia técnica era enorme y demostró una cultura muy grande por la variedad de temas que escogió. Sin duda, fue mucho mejor pintora que su hermano”.
Dos detalles muestran hasta qué punto el conocimiento sobre la obra de Wautier —Woother o Votier, porque su nombre aparece escrito de diferentes formas— es un trabajo en construcción. Katlijne Van der Stighelen explicó que en la anterior exposición importante sobre la artista, celebrada en 2018 en Amberes, figuraba 1604 como fecha de nacimiento; pero ahora está convencida de que se equivocó y que la verdadera fecha es 1614. En el inventario del archiduque Leopoldo de Austria —el más joven de los hijos de Fernando II, que atesoró una enorme colección de arte cuando fue gobernador de los Países Bajos españoles entre 1647 y 1656— uno de sus cuadros aparecía firmado por Magdalena, su hermana, seguramente por un error del escribano.

El segundo cambio importante es la reaparición de la serie Los cinco sentidos: el olfato, el gusto, el tacto, la vista y el oído. Están presentados por cinco niños y, como explicó la comisaria adjunta Charlotte Roosen, “son retratos llenos de humor, pintados con un punto de vista muy cotidiano”. “Ningún otro artista de su época ha retratado a los niños con tanta sensibilidad como Wautier”, agregó. Estos cuadros habían desaparecido. Se sabía que existían por una foto en blanco y negro de uno de ellos —el oído— en el cartel de una subasta en París en 1975. Sin embargo, tras la exposición de 2018, el interés por la pintora creció enormemente y la serie reapareció en el mercado en 2019. Fue adquirida por los coleccionistas Rose-Marie y Erik van Otterloo y es la primera vez que pueden verse en Europa desde entonces —se mostraron en el Museum of Fine Arts de Boston—.
Pero muchas otras incógnitas sobre su vida se mantienen. Seguramente, si no hubiese sido muy apreciada en su época y Leopoldo Guillermo no la hubiese incluido en su colección —que vertebra todavía el Kunsthistorisches Museum— se hubiese perdido por completo su memoria. Todas las investigaciones, explicó Katlijne Van der Stighelen, parten de las pinturas que aparecen en ese inventario. Los historiadores del arte dan por hecho ahora que nació en torno a 1614 —la fecha no puede ser totalmente precisa porque nunca ha aparecido su partida de nacimiento, aunque sí la del resto de sus hermanos— y que falleció en 1689.
Se sabe que nació en Mons (actualmente en el sur de Bélgica), que nunca se casó y que vivió con su hermano en Bruselas. Es posible que viajase con él a Italia —tiene un estudio de un busto romano que se conserva en la Villa Medici, aunque también pudo trabajar con una copia—, pero no existe ninguna prueba documental de aquel periplo. Recibió encargos importantes para realizar retratos con lo que tuvo que tener prestigio en su época y una parte de su obra viajó a Viena con el archiduque, que atesoró una de las mejores colecciones de pintura flamenca del mundo, que todavía vertebra el Kunsthistorisches Museum. “Solo tenemos su firma, más allá de la pintura, solo sabemos de ella por esas pocas letras”, señaló Charlotte Roosen. Pertenecía a una familia sin tradición de artistas, así que no se sabe cómo nació su vocación y la de su hermano.

Pero queda su obra, su mirada desafiante hacia el espectador y hacia el futuro en El triunfo de Baco y también un autorretrato que puede contemplarse en Viena y que refleja su orgullo como artista. En la exposición está enfrentado a un autorretrato de Rubens, en el que el gran pintor aparece con la espada de caballero, mostrando su estatus. Ella, en cambio, se muestra a sí misma con una paleta en la mano y ante un lienzo vacío. Como en otro famoso autorretrato del barroco, de la pintora italiana Artemisia Gentileschi (1593-1653), los historiadores del arte lo interpretan como una reivindicación de su oficio. “Las mujeres se retrataron a sí mismas pintando para demostrar que eran artistas. Y este cuadro es bastante más grande que otros autorretratos, como si quisiera decir: ‘Aquí estoy”, señaló Van der Stighelen.
“Aunque sabemos mucho más sobre Michaelina Wautier hoy, todavía tenemos más preguntas abiertas que respuestas. Se han puesto los cimientos, pero queda mucho para completar la reconstrucción. Esta exposición, en cualquier caso, ofrece una oportunidad única para disfrutar de su incomparable contribución al arte del siglo XVII”, explican los comisarios en el catálogo de la muestra. En el puzle de su vida siguen faltando muchas piezas esenciales —¿dónde aprendió a pintar incluso motivos tan complicados y especializados como las flores o los desnudos masculinos?— y es posible que, como ocurrió con Los cinco sentidos, aparezcan nuevas obras que se creían perdidas. Su precio en el mercado del arte ha subido mucho en los últimos años. Resulta difícil no encontrar en las piezas que faltan de ese rompecabezas un símbolo del olvido al que han sido sometidas muchas pintoras; pero también su recuperación puede leerse como un indicio del enorme cambio que está viviendo el mundo del arte en este terreno.
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