¿Y si Van Gogh y Schiele eran neogóticos? El museo Albertina plantea la Edad Media como inspiración del Modernismo más oscuro
La exposición ‘Gothic Modern’ culmina en Viena una ambiciosa colaboración europea, en la que obras de antiguos maestros como Lucas Cranach el Viejo dialogan con las de artistas como Munch


El recorrido de Gothic Modern, la exposición que el museo Albertina de Viena inauguró este viernes, comienza uniendo El caballero, la muerte y el diablo, un grabado que Durero realizó en 1513 y que forma parte de su colección permanente, con la traslación que Alberto Giacometti hizo justo cuatro siglos después. Copiar a los viejos maestros no tiene nada de especial. Es una forma atemporal de mejorar la técnica artística. Y más si se toma como referencia la insuperable precisión de trazo del pintor alemán.
Esta primera confrontación es solo una declaración de intenciones. Lo que la muestra vienesa defiende hasta el 11 de enero de 2026 es que los menos luminosos de los artistas del Modernismo, aquellos procedentes del norte de Europa y, por tanto, más influenciados por la compleja Berlín que por la radiante París, miraban al gótico y a la Edad Media.
La muestra es la tercera interpretación de una misma investigación artística, la de la profesora Judith Simpson que huye del tópico de unas vanguardias definidas solamente por la luz y el color. La primera de las versiones de Gothic Modern ocupó a principios de año el museo Ateneum de Helsinki para luego pasar por el Museo Nacional de Oslo antes de llegar al Albertina, cada una de ellas con su propia mirada a un mismo concepto.

Para aterrizar una tesis académica concreta a las salas de tres espacios abiertos a todos los públicos sus responsables han buscado “mezclar a los viejos maestros con los artistas modernos en un diálogo que sorprenda al visitante, al comprobar que un genio del siglo XVI resulta enormemente moderno, y que una de sus obras se asemeja a un autorretrato de 1913 de Otto Dix hasta el punto de parecer gemelos separados al nacer, pero con varios siglos de diferencia”, comenta a este periódico Ralph Gleis, quien ocupa el cargo de nuevo director del Albertina desde el mes de enero.
Gleis cuenta esa obsesión de Dix con la técnica y estilo de Lucas Cranach el Viejo en una de las salas del museo que lidera. Se encuentra flanqueado, por un lado, por un autorretrato de Egon Schiele, quien estudió a conciencia la creación medieval y poseía esculturas góticas de santos, y por otro por la representación del San Sebastián que Martin Schongauer grabó en la Alemania del siglo XV. El propio Arthur Roessler, mecenas y descubridor de Schiele, definía al artista austriaco como un neogótico “cuyos cuerpos desnudos toman esa condición dramática, retorcida y antinatural de los mártires”, destaca Gleis, quien también hace las veces de comisario de esta muestra.

Uno de los cuadros que más sorprende de la muestra es el de un joven Vicent Van Gogh en una faceta poco conocida para el público general. Su irónico Cráneo de un esqueleto con un cigarrillo encendido nos retrotrae a sus tiempos de estudiante.
Comparando estas dos épocas de la historia a través del arte, Gothic Modern también nos recuerda que las tensiones sociales, como cualquier tendencia creativa, son cíclicas y regresan una y otra vez a nuestra realidad. “También podemos encontrarnos a nosotros mismos en estas obras de arte”, defiende el director del Albertina.
“Si miramos atrás, por ejemplo, en 1525, se produjo la gran convulsión de la llamada guerra de los campesinos alemanes. Fue una revolución de las clases bajas, que se encontraban en medio de una época de progreso y desarrollo positivo, pero sin tener la oportunidad de participar realmente en ella ni de aprovechar sus beneficios”, prosigue. Pasó de nuevo con la industrialización en el cambio de siglo que coexistió con el Modernismo, entre el XIX y el XX. Y no cuesta compararlo con lo que a menudo sentimos estos días con respecto a los avances de la inteligencia artificial.
De la oscuridad a la luz
Pero esta exposición no se centra solo en temáticas oscuras. Su recorrido pasa de analizar la forma común que tenían de mirar a la muerte los artistas de uno y otro lado de este péndulo del tiempo a la sensualidad, comparando las distintas representaciones de Adán y Eva de la antigüedad (de nuevo Lucas Cranach el Viejo) y la vanguardia de Max Beckmann.

En ambas épocas también existía un especial interés por reflejar las emociones internas. Un maestro en vomitar sobre el lienzo exaltaciones y desasosiegos como es Edvard Munch era claro heredero de aquellos tiempos más oscuros. Para mostrar su propia mirada a la misma idea, el Albertina ha construido nuevos muros, “algo que no habíamos hecho antes en este museo”, advierte Gleis, y ha pintado las paredes de tal forma que el visitante camina literalmente de la oscuridad a la luz a lo largo de las ocho salas que conforman este recorrido.
“Cuando comenzamos con este proyecto, se trataba más de una investigación en diferentes museos que de una exposición real. Gracias a esta colaboración conjunta nos aseguramos que obras destacadas de los tres lugares se unirían para lograr los mejores ejemplos posibles de esta teoría artística”. Por eso, además de Munch o Vigeland, imprescindibles en el Museo Nacional de Oslo, la finesa Helene Schjerfbeck, una constante en el Ateneum de Helsinki o un icono vienés como Schiele, se suman obras procedentes de varios museos de Berlín, donde Gleis trabajaba como responsable de la Alte Nationalgalerie cuando comenzó a gestarse la idea de Gothic Modern.
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