Gary Kemp, la vida más allá de Spandau Ballet
El actor y guitarrista que compuso todos los éxitos de una de las bandas más populares de los ochenta se reivindica como artista en solitario con canciones sobre madurez, aceptación y mortalidad


Fueron hace cuarenta y tantos años los adalides de los llamados Nuevos Románticos, pero los focos y los suspiros (mayoritariamente femeninos) tenían como principal destinatario a su cantante, un dandi alto y trajeado, de voz engolada y aspecto seductor que respondía al nombre de Tony Hadley. Sin embargo, el gran genio creativo detrás de los míticos Spandau Ballet era el también londinense Gary Kemp, aquel rubiales que tocaba la guitarra a la derecha del escenario y el autor de la práctica totalidad del repertorio que popularizó el quinteto: Gold, True, Communication, To Cut a Long Story Short, Paint Me Down y una larga retahíla de títulos inolvidables entre quienes fueron chavalines en los ochenta y hoy son reducidos a la desdeñosa condición de boomers. Kemp acaba de cumplir los 65, pero, lejos de retirarse, ha sorprendido con un hermoso álbum en solitario, el tercero de su discografía en nombre propio. Se titula This Destination y ahonda en los misterios de la vida y los claroscuros de la madurez, pero su firmante, en conversación telefónica, lo tiene claro: “Mis mejores composiciones las estoy escribiendo ahora, con independencia de que solo suelan triunfar canciones concebidas cuando eres un veinteañero”.
A Gary James Kemp le sigue sorprendiendo, no sin cierta resignación, que lejos del Reino Unido solo sea reconocido por aquellos años de efervescencia juvenil. En su país es un actor relativamente popular de cine y teatro (con 13 años ya protagonizó un largometraje importante por aquellas latitudes, Hide and Seek), integra la banda de homenaje a Pink Floyd llamada Saucerful of Secrets (junto al batería original de los homenajeados, Nick Mason) y presenta y dirige un exitoso podcast de entrevistas en profundidad a grandes músicos, Rock on Tours. “Más de una ocasión me han dicho que debería concentrarse en una sola cosa, comprometerme más con mi escritura y mi música”, reconoce, “pero siempre he disfrutado experimentando con diferentes formas de arte. De hecho, el teatro que he representado durante la última década en el West End londinense figura entre los mayores motivos de satisfacción de toda mi vida”.
Hoy toca, sin embargo, hablar de música, en vista del empeño evidente de reivindicación que late en This Destination. Kemp no es un cantante canónico ni de voz arrolladora, pero suena cercano, curtido por la madurez y, sobre todo, verosímil. “A medida que envejeces hay motivos de más peso para escribir canciones honestas y veraces, porque con la edad acumulas historias de dolor y fracaso”, recalca. “En los años de Spandau aún no teníamos grandes experiencias como para escribir sobre cuestiones reales. Ahora, en cambio, tiendo a reflexionar mucho sobre la mortalidad, sobre cómo aceptar la evidencia de que queda mucho menos camino por delante que el que dejas a tus espaldas”.

En ese sentido, puede que I Know Where I’m Going (Sé adónde me dirijo) sea la página más descarnada y emotiva de todo su catálogo. “Me imaginé en el borde de un acantilado, mirando hacia una isla y tomando un barco que me llevaría hasta ella para, una vez allí, subir a su faro y enviar pequeñas señales a casa. Todo nació como una historia fantástica, una canción de aires folk que pretendía transmitir paz y sosiego. Solo más tarde comprendí que quizá se tratara también de una alegoría sobre la muerte…”.
I Know… es una canción parsimoniosa y etérea que nunca llegará a viralizarse, pero Gary Kemp se muestra convencido de que This Destination, el corte que da título a este nuevo álbum, habría sido un single de éxito si formara parte de True (1983) o Parade (1984), los elepés más triunfales de su antiguo grupo. Con todo, dice no añorar aquellos oropeles. “A la gente le encantábamos porque éramos jóvenes, guapos, tocábamos bien y estábamos en la cresta de la ola, pero ahora no tengo que escribir pensando en la voz de Tony Hadley ni en el saxo de Steve Norman, sino solo en expresar yo mismo mis sensaciones e ideas”, subraya.
Un futuro garantizado
Como padre de chavales aún jóvenes o adolescentes, insiste en mostrarse optimista sobre el futuro sonoro que le aguarda a las nuevas generaciones. “El otro día, cuando llegué a casa, mi hijo de 15 años estaba pinchando los vinilos de Can’t Buy A Thrill, de Steely Dan, y What’s Going On, de Marvin Gaye. Y tanto él como sus hermanos me han descubierto el rap de la Costa Oeste, desde Tyler The Creator a Kendrick Lamar, artistas que llevan muchos años haciendo cosas muy inteligentes”. Por todo ello, se detiene para enfatizar: “No, la generación de nuestros hijos no solo está escuchando a Taylor Swift o Dua Lipa. De hecho, las escuchas de bandas históricas como Spandau Ballet crecen cada mes en Spotify”.
No es de extrañar, a todo esto, que los discos de Steely Dan figuren en la discoteca familiar, porque el sofisticado y elegantísimo tándem que encarnaban Donald Fagen y Walter Becker consta entre las influencias más evidentes del nuevo trabajo (“¡No, no eres el primero que se da cuenta!”, admite Kemp con porte risueño). Gary se siente hijo creativo de los setenta, una circunstancia que se ha afianzado con la experiencia de tocar canciones de los primeros Pink Floyd en las filas de Nick Mason’s A Saucerful of Secrets. “Syd Barrett fue solo una inspiración indirecta, porque conocí See Emily Play a través de la versión de David Bowie y todo lo que hizo Bowie me ha influido. A ello debes añadir a 10cc, Wings, Queen, Genesis y, por supuesto, la música negra de Isley Brothers y Chic. Así dejo constancia de todos mis referentes”.
Entrados ya en confidencias, requerimos de nuestro interlocutor alguna fórmula infalible para entrevistar a los grandes de la música pop, como él mismo hace en compañía de Guy Pratt (bajista de David Gilmour) para las sucesivas entregas de Rock on Tours. “Investigamos mucho sobre nuestros invitados, pero nunca elaboramos un cuestionario o un guion”, revela. “La clave está en que todo se desarrolle no como una entrevista, sino como una charla cómplice. De ahí surgen pequeñas grandes situaciones, como cuando David Crosby nos confesó su temor a que el covid le apartara para siempre de los escenarios o cuando a Mick Fleetwwod se le saltaban las lágrimas de pensar que los cinco miembros de Fleetwood Mac no volverían a actuar juntos”.

—Eso debió de ser un momentazo.
—Para momentazo, escuchar a miles de almas coreando Gold, de Spandau Ballet, en el estadio del Arsenal, mi equipo de toda la vida. Si buscas en mi perfil de Instagram encontrarás un vídeo con mi hijo cantando Gold a voz en cuello después de una victoria de nuestro equipo. Ese sí que ha sido mi momento vital de mayor orgullo…
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