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Kangding Ray, el arquitecto sonoro de las raves de la película ‘Sirât’: “Queríamos que pudiera verse el sonido y oírse la imagen”

El compositor de la música de uno de los filmes españoles más vistos del año desgrana su proceso de creación mano a mano con el director Oliver Laxe

Kangding Ray, en el festival Curtocircuíto, de Santiago de Compostela.
Abraham Rivera

Es una de las películas españolas más vistas del año. También una de las más comentadas. Sirât, dirigida por Oliver Laxe, ha desbordado los márgenes habituales del cine de autor para convertirse en un fenómeno de público y crítica. A ello ha ayudado su banda sonora, firmada por el francés David Letellier, alias Kangding Ray, que en mayo ganó el premio a la mejor música original en el festival de Cannes, donde además el filme fue distinguido con el Premio del Jurado. Parte importante del éxito tiene que ver con esa música, que suena a lo largo de una historia que se desarrolla entre raves por desiertos y montañas de Marruecos.

Letellier, de 47 años, se formó como arquitecto y militó en bandas de noise-rock (género que carece de armonía y ritmo) en su adolescencia. Comenzó su carrera musical desde una posición experimental, trazando relaciones de afinidad con el sello Raster-Noton, fundado hace tres décadas en Berlín y cercano a los postulados de personalidades como Olaf Bender, Frank Bretschneider y Carsten Nicolai. “Al principio era todo muy ambiental, muy abstracto”, explica. “Con el tiempo fui girando hacia el techno, pero siempre buscando una vía más artística. Un techno más oscuro y conceptual”. Además de como productor, ha pasado la última década pinchando en raves y clubes de diferentes zonas del globo.

A comienzos de julio, un mes después del estreno de Sirât en cines, Letellier se reunió con Laxe en el festival de cine y artes visuales Curtocircuíto, en Santiago de Compostela, para compartir con el público el proceso de creación de la banda sonora. Letellier, vestido de negro, tranquilo y con una forma pausada de hablar que contrastaba con el torrente verbal de Laxe. El cineasta, nacido en París y criado en A Coruña, le observaba encandilado y apostillaba cualquier comentario. “Nos conocimos por correo”, recordaban ambos en una conversación con este diario antes de la charla. “Yo estaba escribiendo el guion y escuchaba Solens Arc, su disco de 2014. Había algo en esa textura, en esa rugosidad electrónica, que me llevaba directamente a la película. Sentí que necesitaba trabajar con él”, comenta Laxe.

Óliver Laxe, director de 'Sirat', en el festival Curtocircuíto, el pasado 13 de julio.

Este director, que ya había explorado las relaciones entre música e imagen en películas anteriores como Lo que arde, buscaba en esta ocasión una relación más directa y orgánica: “La música no debía acompañar a la imagen, sino formar parte del sistema nervioso de la película. Desde el guion ya pensábamos en atmósferas, texturas, ritmos, en cómo se iba a escuchar la historia”.

Durante los meses previos al rodaje, ambos compartieron referencias, ideas y fragmentos de otras músicas. No había una estructura fija, sino un proceso abierto. “Escuchamos mucha música, mía y de otros artistas. Hablábamos de qué atmósfera queríamos para cada secuencia, qué queríamos expresar. Y luego yo traducía todo eso a sonido”, relata Letellier.

Entre los referentes que manejaron estuvieron figuras contemporáneas como Abdulla Rashim, Demdike Stare, Deepchord, William Basinski, GAS o Andy Stott; artistas que trabajan con ritmos cadenciosos y frecuencias hipnóticas. Una estética que oscila entre lo bello y lo oscuro, lo misterioso y lo inquietante. “Buscábamos un sonido rugoso, denso, casi táctil. Que trabajara más con la frecuencia que con la melodía. Como si las imágenes respiraran con la música”, comenta el músico francés, que el año pasado publicó su noveno álbum, Zero, en su propia discográfica, Ara.

De ese proceso surgieron más piezas de las que finalmente reunió la película. “Compuse una montaña de música —afirma Letellier—. Podríamos haber hecho dos o tres películas diferentes. Pero ese trabajo era necesario para encontrar el núcleo emotivo de la historia”.

Dos temas de Solens Arc aparecen en Sirât, un gesto simbólico que hace un guiño a la producción sonora de esta última década y que une pasado y presente. “Aquella textura electrónica tenía algo muy físico, que se articulaba muy bien con el grano del 16 milímetros y con la atmósfera que queríamos recrear”, explicó Laxe de un trabajo que sintoniza sonido e imagen al unísono y que, revela, pronto se publicará en disco.

La narrativa del filme fluye a través de planos largos, densos silencios y una música que atraviesa cada plano. En varias escenas, la música se mezcla con el diseño de sonido hasta confundirse. “Queríamos que pudiera verse el sonido y oírse la imagen”, dice Letellier. “No se trataba de ilustrar emociones, sino de crear un paisaje emocional que hiciera vibrar la pantalla”.

La secuencia de la rave en el desierto —una de las más impactantes de la película— muestra esa fusión entre lo físico y lo espiritual. Y con el propio Letellier haciendo de DJ. “Esa escena resume muchas cosas”, dice Laxe. “El techno, cuando se presenta de una forma cruda, sin intermediarios, conecta con algo muy antiguo. Con el cuerpo como canal, con la catarsis. La gente baila sin que nadie la mire. Es una experiencia colectiva, no individual”. Bailar frente a un muro de altavoces.

Letellier, que lleva años actuando en clubes de todo el mundo, reconoce esa dimensión ritual del techno. “La repetición, el movimiento constante. Todo eso tiene una función emocional, pero también corporal. Es una vía para perder el ego, para entrar en trance”.

Asistentes al espectáculo en la plaza de Quintana de Santiago de Compostela, el 13 de julio, en el festival Curtocircuíto.

Lo que sorprende a muchos espectadores es la intensidad con la que funciona esa música en la película, incluso para quienes no están familiarizados con ella. “Hay gente que me dice: ‘No escucho electrónica, pero esto me ha emocionado’. Eso demuestra que no es una cuestión de estilo. Es una cuestión de sensibilidad”, afirma Laxe.

En Santiago tuvieron la oportunidad de recuperar parte del material que había quedado fuera para presentarlo en directo. La propuesta era sencilla: proyectar una versión expandida de la película, sin diálogos, con la música interpretada en vivo por Letellier, acompañado por Laxe desde los márgenes del escenario.

La plaza de Quintana acogió el evento. Frente a uno de los laterales de la catedral, más de 2.000 personas bailaron y observaron como si estuvieran poseídas por aquellas imágenes, que se prolongaron durante dos horas. “Fue emocionante ver cómo el público —muy variado y distinto entre sí— respondía a algo tan poco convencional”, recuerda el director del festival, Pela del Álamo. “No es habitual que una propuesta tan experimental conecte con tanta gente”.

Curtocircuíto lleva dos décadas trabajando en ese cruce entre cine y sonido. Aquel directo, sin embargo, propuso algo distinto: una relectura performativa de Sirat donde se dejaba de lado la historia y se abrazaba un estado casi catártico. “Queríamos hablar del proceso”, concluye Del Álamo. “De lo que vivió el equipo en el desierto, de esa especie de trance físico y emocional. Ese era el viaje”.

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Sobre la firma

Abraham Rivera
Escribe desde 2015 para EL PAÍS sobre gastronomía, buen beber, música y cultura. Antes ha sido comisario de diversos festivales, entre ellos Electrónica en Abril para La Casa Encendida, y ha colaborado con Museo Reina Sofía, CA2M y Matadero. También ha presentado el programa Retromanía, en Radio 3, durante una década.
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