El arte que aparece de la nada, mejor no comprarlo
Museos y coleccionistas protegen la veracidad de sus fondos frente a los intentos de falsificación, mezclando la mirada de los especialistas y la tecnología de vanguardia


La historia del arte es también la historia de un engaño. Si el artista, ya sea un maestro antiguo, moderno o contemporáneo, tiene demanda y precios elevados, siempre habrá quienes intenten suerte en el fraude. Y es más fácil cuando se trata de creadores sin un catálogo completo razonado o que murieran a edad temprana; obras desconocidas que aparecen de pronto (generalmente ignorando la procedencia); falsificaciones de certificados de autenticidad original del artista; piezas que surgen en áticos, buhardillas o cualquier sitio que dibuje la imaginación de un tesoro escondido. Todos los años hay casos en España y fuera. Goya, Sorolla, Miró, Mark Rothko, Keith Haring, Warhol, Van Gogh o Basquiat.
Un caso reciente y sonado es el de la marchante española, Herennia Trillo, que vendió como si fuera de Caravaggio una tela que se mueve entre Ludovico Cigoli (1599-1613) o el círculo de Annibale Carraci (1560-1609). La presunta estafadora aceptó la ridícula cantidad de 270.000 euros. A petición del juez y de la denuncia de los compradores, expertos del Museo del Prado confirmaron por escrito la falsedad de la atribución. El caso está en los tribunales.

Frente a los oportunistas, la tecnología. En el Prado, los estudios de dendrocronología que efectúa la doctora en Bellas Artes Maite Jover de Celis en el Laboratorio de Análisis son capaces de analizar los anillos de crecimiento de la madera y determinar en qué año se taló el roble sobre el que se pintó una obra, desde El Descendimiento de Van der Weyden al Jardín de las Delicias del Bosco. “Esta técnica ha echado por tierra autorías, claro, pero también ha hecho posible una historia del arte más precisa y auténtica”, comenta Jaime García-Máiquez, miembro del Gabinete de Investigación y Restauración del museo.
Hay pruebas básicas. El azul de Prusia se descubrió a principios del siglo XVIII. Un bello color que sustituyó al caro lapislázuli. “Si se encuentra un pigmento en una pintura que no se corresponde con la época adecuada, saltan las alarmas”, describe el experto. Las radiografías, el infrarrojo y las espectrografías aportan mucha información. Pero las respuestas las deben hallar quienes conocen los lienzos. La tarea no resulta fácil. “Cuando hablamos de reconocer entre una obra falsa o simplemente una copia posterior, hay que tener en cuenta que los estafadores no solo tienen que imitar los pigmentos, sino que además tienen que pintar con la calidad de un Greco, un Murillo o un Goya”, remarca García-Máiquez.

Es difícil. Pero los intentos de estafa son continuos. Y nunca ha sido más complicado que ahora que un teórico van gogh sea validado. Hace más de una década que fundaciones dedicadas a Andy Warhol, Keith Haring o Jean Michael Basquiat dejaron de certificar piezas para evitar las constantes demandas millonarias que recibían después si se probaba que no eran auténticas. “El riesgo de litigar era alto”, asegura Maxwell Anderson, antiguo director del Museo Whitney de Nueva York, quien ahora trabaja para una compañía que combina métodos científicos, curatoriales y herramientas académicas para analizar la veracidad de las obras de arte. La tecnología, de nuevo, es una gran aliada. “Los infrarrojos detectan cómo se ha ejecutado una obra y la luz ultravioleta revela los añadidos y repintes”, explica Jorge García, jefe de Restauración del Museo Reina Sofía. Juan Gris usaba unos dibujos geométricos muy detallados sobre el lienzo. Si faltan o está mal resueltos, puede haber problemas. Conclusión: “Las obras que aparecen de la nada, mejor no comprarlas”, avisa el experto.
Pese a todo, uno de los pocos museos que aún juegan la arriesgada partida de intentar certificar nuevas obras es el Van Gogh de Ámsterdam. Pero sus filtros son cada vez más exigentes. Se estima que el catálogo razonado del pintor incluye 2.100 obras. Unas 870 son pinturas. Faltan 300 por identificar, según los historiadores de arte. Ahora la pinacoteca holandesa admite solo 35 solicitudes al año. Hubo un tiempo, allá por 2001, que aceptaban entre 250 y 500. Pero sin el plácet de la institución resulta imposible venderlo como obra cierta. En realidad aparece una pieza auténtica desconocida cada década. La Policía Nacional tiene una abundante colección de falsos (incluye pinturas, esculturas, arqueología y piezas fraudulentas precolombinas de oro) en Ávila y Madrid, que sirve para formar a los nuevos expertos en patrimonio.

Pero en la detección de fraudes no solo cuenta la tecnología, sino también las personas. Hay expertos sin los que resulta muy difícil certificar la autoría de una obra. Entre ellos: Gianni Papi (especialista en Artemisa y Orazio Gentileschi), Nicola Spinosa (Ribera, Luca Giordano), Manuela Mena (Goya), Keith Sciberras (Mattia Preti y Caravaggio), Paul Vandenbroeck y Pilar Silva (El Bosco) o José Frechina (Francisco Ribalta). Todas las generaciones tienen sus expertos.
Ahora se ha sumado la tecnología. En 2016, Sotheby’s compró la firma estadounidense Orion Analytical, dedicada a identificar obras falsas, tanto antiguas como contemporáneas. En el californiano Getty usan métodos “tanto internos como externos”, aclara un portavoz de la institución. Y en el Louvre, que ha anunciado una extensa remodelación, sus compras son “una decisión colegiada” y recurren si hace falta a expertos propios y ajenos.
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