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Zamora revitaliza el legado del escultor exiliado Baltasar Lobo con un museo a su medida

Anarquista y republicano, fue uno de los artistas más importantes de la Escuela de París y muy poco conocido en España 

Museo Baltasar Lobo

Baltasar Lobo (Cerecinos de Campos, Zamora, 1910–París, 1993), escultor, anarquista y republicano, sobrevivió al campo de concentración francés de Argelès-sur-Mer, consiguió llegar a París, se hizo amigo de Picasso, entró en el exclusivo club de los artistas de la vanguardia que se reunieron en la capital francesa a partir del periodo de entreguerras, compartió grandes exposiciones internacionales con creadores como Modigliani, Matisse y Braque. Y es ahora, más de 30 años después de su muerte, cuando España, en concreto, Zamora, celebra a uno de los grandes nombres de la plástica europea de la posguerra con la proyección de un futuro museo que profundice en su trabajo y en su legado, reconocido más allá de las fronteras de Castilla y León.

Lobo murió en París en septiembre de 1993. Enterrado en Montparnasse junto a la tumba del poeta Tristan Tzara, dejó un importante legado de casi un millar de obras, además de trabajos sin terminar y abundante documentación. Desde 2009 el legado se puede contemplar en la Casa de los Gigantes de Zamora, un edificio del siglo XVII anexo a la catedral. El Ayuntamiento de la ciudad paga 100.000 euros anuales a una empresa que lo tiene arrendado al Obispado, propietario del edificio.

La concejala de Cultura, María Eugenia Cabezas, miembro del equipo de Izquierda Unida que dirige el Ayuntamiento zamorano desde hace tres legislaturas, cuenta que trabajan en un nuevo museo que resulte sostenible para las arcas municipales y que sea un modelo en la estela de los centros nacionales e internacionales dedicados a un solo artista, como podrían ser el Taller Brancusi de París o el Museo de Arte Abstracto de Cuenca.

'Pensativa de rodillas', del escultor zamorano Baltasar Lobo.

El lugar elegido por el equipo municipal y aprobado por la Fundación Lobo es una joya arquitectónica situada en el bellísimo centro histórico de la ciudad: el Palacio Consistorial o Ayuntamiento Viejo de Zamora. Es un edificio porticado situado en la Plaza Mayor frente al ayuntamiento. Actualmente, está ocupado por la Policía Municipal, que se mudará en cuanto disponga de su nueva ubicación. No hay una fecha cerrada para la inauguración porque Cabezas es de las que prefieren no jugar con números y atenerse a lo que se puede controlar. No obstante, parece que hablar de finales de 2026 como fecha de apertura no sería exagerado.

Para la creación de este nuevo museo, el Ayuntamiento ha contado con dos prestigiosos profesionales: Juan Pablo Rodríguez Frade, responsable de la museografía, y Juan Manuel Bonet, autor del discurso expositivo, exdirector del Museo Reina Sofía y del Instituto Cervantes, que adelanta algunas de las ideas en las que trabaja. “El museo será hermano de otros, como la Fundación Caneja de Palencia, la Arp de Clamart (cerca de París), el Gargallo de Zaragoza, el Zadkine de la capital francesa, el Christian Zervos de Vézelay (Francia) y la Fundación Cristino de Vera de La Laguna. Ejemplos todos ellos de museos de un tamaño medio, centrados en el trabajo de un creador (en el caso del Zervos, de un promotor), pero que profundizan en su contexto. Esa es una liga bonita, en la que aspira a jugar el nuevo Museo Lobo”.

De esta manera, esta institución recogerá el trabajo de un creador que llegó a París tras salir de España en 1939 y escapar de la pesadilla, cuenta la historiadora María Bolaños, máxima experta en el artista. Instalado en la capital francesa, consiguió vencer su timidez para visitar el estudio de Picasso, cargado con una carpeta de dibujos. El malagueño lo introdujo en su círculo de artistas y le puso en contacto con el gran escultor cubista Henri Laurens. Este le acogió en su taller y le enseñó los secretos del oficio. Bajo la tutela de uno de los más grandes, despegó en 1939 la imparable carrera internacional de Baltasar Lobo.

Añade Bonet que él y Rodríguez Frade han propuesto un montaje en el que se le da gran importancia a la evocación del taller, y se proponen reunir en un apartado toda una serie de bocetos y piezas inacabadas, parte de su “obra en marcha”. Entre esas piezas, que se verán en unas vitrinas en una escalera, especialmente importante es la figura El guerrillero caído, boceto del monumento dedicado a los españoles muertos en la Resistencia (1948), en Annecy. Junto a esta pieza irá el poema del zamorano José Ángel Valente sobre los sepulcros de algunos de esos guerrilleros, que se encuentran en una localidad de la zona. Se utilizarán cajas de luz para evocar el monumento de Annecy, La Maternidad (1954), que esculpió para la Universidad de Caracas o su monumento a León Felipe (1983) en la propia Zamora.

Bolaños, exdirectora del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, explica que casi al final de la guerra mundial, en 1944, comenzó la consagración internacional del artista con su participación en la mítica exposición L’art en liberté. Más importante fue Maîtres de l’art contemporain (1945), en la que compartió galería con los fundadores de la vanguardia, Bonnard, Modigliani, Matisse, Braque, Léger, Picasso y Laurens.

A partir de los años cincuenta su nombre se contaba entre los grandes de la vida artística parisina. Comercialmente, no tuvo problema con la venta de sus esculturas. Primero con las galerías Villand & Galanis o Daniel Malingue. Dentro del mercado español y latinoamericano, la primera en interesarse por su obra fue Elvira González, después Leandro Navarro y luego llegaría la galería Freites de Caracas.

Mientras su prestigio internacional no paraba de crecer, desde su país le llegaban muy pocas señales de reconocimiento. Uno de los primeros gestos se produjo en 1960 con una exposición en el Museo Español de Arte Contemporáneo de la Ciudad Universitaria, en Madrid. La Bienal de Zamora de 1986 le dedicó una exposición cuyas obras acabó regalando a la ciudad. Con la muerte de Franco, hubo más interés por su obra y se le fue incluyendo muy poco a poco en la historia oficial del arte español, pero él nunca tuvo una vuelta gloriosa del exilio como otros colegas. Su condición de anarquista irredento puede que acentuara los olvidos.

'Al poeta León Felipe', obra de Baltasar Lobo expuesta en los jardines del castillo de Zamora.

Una vida sencilla

La vida en París de Lobo y Mercedes Comaposada, su mujer, feminista y activista a la que había conocido en Madrid en 1932, era frugal y sencilla. Sus lujos eran los propios de gente modesta, como la familia de trabajadores en la que nació Lobo. Su biógrafa, Bolaños, escribe que, al igual que les ocurrió a otros artistas contemporáneos (Brancusi, Giacometti), Lobo desarrolló una obra obsesiva, sin rupturas llamativas ni cambios insospechados: “Su vida fue marcadamente silenciosa. Vivió siempre en la misma casa —no se mudó nunca de las dos habitaciones de su piso de la calle de Volontaires, ni de su taller de Vaugirard—, llevó siempre la misma gabardina, quiso siempre a la misma mujer y, en el fondo, esculpió siempre el mismo desnudo”.

También fue muy fiel a sus afectos amistosos y familiares. Hasta el final se relacionó con sus hermanas, cuando podía visitaba a Picasso en la Costa Azul, se encontraba con la familia de Laurens, veía a los viejos camaradas de las Brigadas Internacionales y tomaba café con artistas del exilio.

Con este museo, Bonet subraya que se recupera a un escultor esencial, purista, popularista, de fondo rural, conocedor de la tradición, enamorado (como lo estuvo Hans Arp) del arte arcaico griego, que tuvo ocasión de ver en directo en su tardío viaje de 1977 aquel país, en compañía de Mercedes.

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