‘Uno equis dos’: el resentimiento entre amigos en un singular entretenimiento de género
Alberto Utrera presenta un ‘thriller’ generacional sobre la ambición y el desconsuelo que desemboca casi en el terror

Hay un director casi desconocido en España practicando un cine que (casi) nadie hace. Un cine de género, sin mayores pretensiones sociales (aunque subyazcan algunas esquirlas), fresco, entretenido y efervescente, cuyos referentes parecen estar lejos de este país, aunque en algún momento se pueda pensar que sus dos últimas películas hubieran encajado bien en la ola de nuevos directores de los años noventa del pasado siglo, la de los jóvenes Alejandro Amenábar y Álex de la Iglesia. Se llama Alberto Utrera y, aunque ya tiene una edad (45 años), se ha destapado con dos películas singulares y estimables. Desmontando a Lucía, del año pasado, era un neonoir en tono de comedia negra con toques de thriller. Uno equis dos, ahora, es un thriller generacional sobre la ambición y el desconsuelo, que desemboca casi en el terror, ambientado en un único escenario y con apenas cinco personajes, alrededor de un pleno al 15 en una quiniela de fútbol.
Ninguna de las dos pasará la historia ni tiene por qué hacerlo porque, entre otras cosas, no lo pretende, pero ambas cumplen sus propósitos, el del cine de género de toda la vida, y pueden resultar remarcables en el sentido de su anomalía en un cine patrio copado por otro tipo de estilos, referencias y objetivos. Estupendas películas de verano, palomitas y emociones superficiales.
Director tardío, con mucha televisión y publicidad antes de dar el salto al largo tras bregarse en el cortometraje, Utrera parece haber germinado de la semilla del cine de los noventa. De hecho, Uno equis dos, escrita junto con Carlos Soria, y al parecer inspirada en un hecho real, tiene abundantes paralelismos genéricos, temáticos, tonales, psicológicos y hasta sociológicos con un debut admirable, hoy sepultado en el olvido cuando es una de las mejores películas de su aclamado (y posteriormente desigual) director: Tumba abierta (1994), de Danny Boyle, inmediatamente anterior al bombazo de Trainspotting.
En Tumba abierta era una maleta llena de dinero, y aquí, una quiniela millonaria a punto de completarse. Pero lo esencial en ambos casos es la condición de amigos íntimos de los protagonistas, de pandilla de siempre con el consiguiente conocimiento mutuo de sus interioridades (para lo bueno, y para lo mucho menos bueno), y el volcánico componente de la ambición desmedida, alojada a veces en las esquinas más recónditas del ser humano. La violencia y la muerte no surgen porque sí, o solo porque haya un dinero a punto de agarrarse y que se puede escapar entre los dedos, sino porque nuestras existencias nos corroen por dentro, y los desbarajustes entre el querer y el poder te colocan al borde del precipicio del resentimiento. Pocas podredumbres más dolorosas que la rivalidad económica, social y humana entre amigos. O entre parejas: “¿Cuánto hace que no follamos?”. La masculinidad animal retraída que acaba explotando, y la feminidad dividida entre la tolerancia y el degüello.
Cada uno de los cuatro intérpretes principales ofrece a sus personajes lo que demandan: la seductora agresividad de Paco León; la elegancia sibilina de Stéphanie Magnin; la (in)sana voluptuosidad de Kimberley Tell, y la derrota moral de Raúl Tejón. Y Utrera, con efectiva (aunque no brillante) puesta en escena en la acción y el terror, y un buen trabajo de fotografía con la bonita luz de interiores y exteriores de Miguel Ángel García, maneja su travieso juguete cinematográfico con convicción hasta su moral(ista) epílogo.
Uno equis dos
Dirección: Alberto Utrera.
Intérpretes: Paco León, Stéphanie Magnin, Raúl Tejón, Kimberley Tell.
Género: thriller. España, 2025.
Duración: 87 minutos.
Estreno: 8 de agosto.
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