Ir al contenido
_
_
_
_

Las imágenes de Hiroshima que el mundo no pudo ver

Los fotógrafos y cineastas japoneses que captaron las secuelas de las bombas conservaron ocultos sus materiales durante décadas

Imagen tomada por Yoshito Matsushige en Hiroshima el 6 de agosto de 1945, inmediatamente después del lanzamiento de la bomba atómica sobre la ciudad.
Gonzalo Robledo

La memoria visual de los primeros —y hasta ahora únicos— ataques nucleares contra civiles, en Hiroshima y Nagasaki, hace ahora justo 80 años, perdura gracias a fotografías tomadas por japoneses justo después de las explosiones y que durante décadas estuvieron censuradas por las fuerzas de ocupación estadounidenses.

El control estadounidense, cuyo objetivo inicial fue ocultar las consecuencias hasta entonces desconocidas de la radiactividad en el cuerpo humano y en estructuras urbanas de mediano tamaño, limitó la circulación de fotografías, películas e investigaciones médicas relacionadas con los efectos. Al mismo tiempo, potenció el poder icónico de las nubes en forma de hongo que emanaron de las detonaciones y que fueron fotografiadas por las tropas del ejército ganador.

De esta forma, como recuerda Luly van der Does, profesora de la Universidad de Hiroshima, la percepción de la bomba en Occidente y en Japón se centró en los “hongos” y se estableció una división entre “arriba y abajo de la nube”. Es la forma en la que se transmite en muchos textos escolares del resto del mundo porque, anota la profesora, “no es agradable ver a personas que murieron quemadas”.

Fotografía tomada por Yoshito Matsushige en Hiroshima que muestra una sombra humana que quedó grabada en la piedra por los efectos de la bomba atómica.

Los fotógrafos y cineastas japoneses que captaron imágenes de Hiroshima y Nagasaki poco después de las bombas conservaron ocultos sus materiales durante décadas. Uno de los primeros en dar a conocer su material fue Yoshito Matsushige, fotógrafo del Chugoku Shimbun, un diario de Hiroshima al que se le había asignado trabajar con el ejército durante la guerra y que, tras salvarse de la explosión por estar lejos del hipocentro, tomó cinco fotografías que pasaron a la historia. Dos de ellas decoran hoy una de las orillas del puente Miyuki sobre el río Ota de Hiroshima, donde fueron tomadas unas tres horas después de que el bombardero B-29 Enola Gay dejara caer sobre la ciudad la bomba atómica, con una potencia de 16 kilotones.

En una de las imágenes de Matsushige se ve a un grupo de niños y adultos con partes de sus cuerpos en carne viva, reunidos alrededor de un par de policías, uno de los cuales les aplica aceite de cocina para aliviar sus quemaduras. Una de las chicas retratadas sostiene en sus brazos un objeto negro que, según se supo por los testimonios de algunos de los presentes en la imagen, es el cadáver de su hermano bebé carbonizado. A un lado aparece sentado Sunao Tsuboi, un estudiante que acaba de sufrir quemaduras por la explosión y ha acudido al puente Miyuki con la esperanza de encontrar auxilio médico.

Pese a las graves consecuencias de la radiación, que le obligaron a vivir hasta su muerte en 2021 bajo continuos tratamientos contra una variedad de anemia crónica, Tsuboi se casó, tuvo tres hijos, trabajó como profesor de matemáticas y se convirtió en un vehemente activista antinuclear.

Fue directivo de Nihon Hidankyo, la asociación japonesa de organizaciones de víctimas de las bombas atómicas y de hidrógeno que recibió el premio Nobel de la Paz en 2024. Tsuboi tuvo también la oportunidad de saludar a Barack Obama cuando en 2016 se convirtió en el primer presidente de EE UU en viajar a Hiroshima para honrar a las víctimas de la bomba atómica en el Parque de la Paz.

Como otros irradiados, o hibakusha en japonés, Tsuboi recorrió muchos países explicando su experiencia y a menudo reforzaba sus argumentos descubriendo su torso para mostrar las consecuencias de la radiación. La muerte en 2021 del vehemente activista evidencia la avanzada edad de los supervivientes de las bombas atómicas, cuyo promedio está hoy en los 86 años, y la inminente desaparición de los testimonios directos.

Aquellos relatos fueron durante la segunda mitad del siglo XX una elocuente defensa de la Constitución nipona, cuyo texto, aprobado por las fuerzas de ocupación y reinterpretado en años recientes para fomentar el rearme, renunciaba a la guerra y al derecho a mantener un ejército.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_