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DÍAS DE VERANO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cómo convertir un festival súper clásico en algo muy moderno: pues con Rodrigo Cuevas

El músico asturiano arrasa con su espectáculo de romances ‘A pie del llar’ en el inicio del FIS santanderino, una cita veraniega volcada desde hace 74 años en la música clásica que busca renovar su público

Rodrigo Cuevas, en un momento de su actuación en el Festival Internacional de Santander.
Jesús Ruiz Mantilla

Nada más empezar, Rodrigo Cuevas daba cuenta del reto. Invitó al público del Festival Internacional de Santander (FIS), 74 años de historia, un escenario de leyendas por el que han pasado los grandes de la música clásica, a despojarse de pompa, a desacralizar sus altares y a imaginar que estaban en una cocina, cantando al fuego, unos romances. Fue como descender de un lugar sagrado para tocar el cielo en la tierra. Y todos quedaron felices, acompañando estrofas y arrancándose a corear coplas que tocan cualquier corazón con necesidad de vibrar a fondo.

La idea de programar dos días seguidos a ese nuevo símbolo de la modernidad labrada a base de raíz y tradición que es Cuevas fue de Cosme Marina, nuevo director del FIS tras la más que digna y sanadora etapa de etapa Valentina Granados y Jaime Martín. Resultado: entradas agotadas. Una visión ecléctica y atrevida que ha logrado su objetivo: renovar a un público alejado de la juventud y provocar en las gradas del Palacio de Festivales una urgente sacudida.

A Cuevas le impresionaba el desafío. Pero destrozó los parámetros a base de espontaneidad y, desde luego, puro arte. Lo hizo de negro, sin parafernalias, con una guitarra y sentado al piano. Con ambos instrumentos repasó su cancionero particular desde Asturias a Galicia o de Sanabria, en Zamora, a Andalucía entre sus dotes de médium, su amable y picante descaro, su extraordinaria capacidad vocal, la sabiduría contagiosa con desparpajo de su estudio de las tradiciones y un carisma portentoso de diva ecléctica.

Con esas dotes, avisó nada más comenzar: “Vais a oír estas canciones tristes, aburridas y largas…”. Y a partir de ahí, emprendió un viaje al pasado con versiones limpias y elocuentes que arrancó con Serranita mía y La mujer del seronero, sones para la España contemporánea de una tierra que ya convivió durante siglos con distintas culturas, como demostró en La cautiva, o de un país que sufrió el estigma del hambre como se desprende de Cesteiros, una letra que Cuevas trabajó junto a Raül Refree en ese gran álbum conjunto que es Manual de cortejo. En ella abordan un trauma cuya huella aún queda en la memoria reciente sin que, como confesó el músico, alcance a comprender como teniéndolo tan cercano, algunos ponen en cuestión que hoy se cometa la barbaridad de someter a los gazatíes a dicha tortura.

Rodrigo Cuevas, en otro momento de su actuación en el Festival Internacional de Santander.

Desplegó todas las armas opuestas a las convenciones rígidas de un festival volcado a la música clásica. Hizo improvisar cantos al público en todo momento, desde unas rondas sanabresas a Manuel se llama mi amante, prologó sus interpretaciones con monólogos que se reían del mundo o apelaban a guiños locales con ironía: desde alusiones a los STV (los de Santander de toda la vida), a base de recuperar coplas de ciego como Un francés vino de Francia o interpretaciones propias de letras con dobles sentidos de Mecano.

Pero en medio, Cuevas lograba hacer calar los mensajes que le interesa transmitir: la vuelta al origen, la necesidad de mantener vivas tradiciones y ecos populares acechados por las pantallas, el aislamiento peligrosamente ensimismado que producen las redes sociales, la ruptura de lazos generacionales que, como denuncia, destruyen las correas de transmisión. En consecuencia, animó a las nietas que acudían al concierto con sus abuelas a aprender lo que les cantaran y no olvidar lo que les contaran, mientras desafiaba a los presentes a conservar el arte popular a base de nuevos lenguajes.

Él lo ha demostrado ya en grandes y pequeñas dimensiones, alternando formatos como la romería, delimitando esquemas propios como el cabaré folclórico o derrochando autenticidad como hace con este espectáculo que ha titulado Al pie del llar y estrenó el ciclo del Centro de Difusión Nacional para la Música (CNDM) de Madrid.

En él, aplica su impronta de la manera más sencilla y directa posible. Más en sintonía con la desnudez de Bruce Springsteen en Broadway que con los alardes de Lady Gaga. Si la mayoría del público lo conoce por sus arreglos electrónicos y la aplicación de tendencias rupturistas al folk, quienes acudieron a verlo a Santander encontraron a un artista cercano, que sabe derrochar empatía y arrastra. El paradigma del camino hacia una modernidad armada de conciencia, dotada de emoción y continua picardía, entregada a la comunicación oral pura. Fue hora y media de puro talento auténtico y transgresor que el público acabó premiando tras cerrar con Rambalín a base de merecidos aplausos en pie: la manera más noble de reconocer y celebrar el buen gusto.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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