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Muere Bob Wilson, el gran visionario del teatro y la ópera de vanguardia, a los 83 años

El revolucionario director de escena estadounidense, referente de varias generaciones de creadores, ha fallecido en Nueva York después de una breve enfermedad

Bob Wilson, retratado en Palma, en 2022.
Raquel Vidales

Robert M. Wilson, referente de la vanguardia teatral mundial, ha muerto este jueves a los 83 años tras una “breve pero grave enfermedad”. Artista polifacético, director de teatro y ópera, arquitecto, diseñador de escenografía e iluminación, fue fundador del Watermill Center, laboratorio de artes y humanidades ubicado en Nueva York, que ha anunciado su fallecimiento en sus redes sociales. “Aunque afrontó su diagnóstico con determinación, se sintió impulsado a seguir trabajando y creando hasta el final. Sus obras para teatro, sobre papel, esculturas y videoretratos, así como The Watermill Center, perdurarán como el legado artístico de Robert Wilson”, explica el comunicado del centro.

Puede decirse que hay un antes y después de Bob Wilson en la escena internacional. Considerado uno de los grandes renovadores del teatro y la ópera contemporáneos, desde mediados de los años sesenta fue forjando un lenguaje único y reconocible a primera vista. Su estilo minimalista, de gran potencia visual, hasta el punto de que algunos de sus montajes no necesitaban palabras ni argumento, ha dejado una profunda huella en varias generaciones de creadores: imágenes oníricas, claroscuros, decorados abstractos, movimientos lentos y colores primarios. “Odio el naturalismo. Estar en el escenario es algo artificial, por lo tanto tratar de ser natural resulta artificial. Hablar, la iluminación, cómo se anda... Es un arte artificial”, explicó en una visita a España en 2011.

Su afán experimentador, la larga duración de algunas de sus obras, su nula condescendencia con el público, los largos silencios, la falta de argumento y su estética minimalista recibieron también críticas y no faltó quien lo tachara de “aburrido”, sin desmerecer, no obstante, sus cualidades artísticas. Lo cierto es que la diversión en los espectáculos de Wilson cobraba formas no convencionales: sus trabajos son sobre todo experiencias estéticas que tienen más que ver con lo sensorial, el pensamiento abstracto y la capacidad para dejarse envolver por una imagen, un haz de luz, un monosílabo tras un silencio o un rostro fantasmal.

Escena de 'Woyzeck', de George Büchner, con montaje de Bob Wilson para la versión musical de Tom Waits, que se representó en el Festival de Otoño de Madrid de 2001.

“Para mí todos los elementos tienen la misma importancia, todas las artes se encuentran en escena y todas forman parte del texto”, explicaba en una reciente entrevista con EL PAÍS, cuando desarrolló en Mallorca una pieza basada en el Ubú Rey de Alfred Jarry para una exposición en el museo Es Baluard. Fue una de las muchas visitas que realizó a Europa, donde sus trabajos encontraban a menudo más eco que en Estados Unidos. España fue también un gran receptor de sus obras, tanto teatrales como operísticas.

En el Teatro Real de Madrid, por ejemplo, dirigió Corvo branco (1998), Osud (2003), Pelléas et Mélisande (2011) y The Life and Death of Marina Abramović (2012). En el Liceu de Barcelona debutó en 1992 con Einstein on the beach, volvió con Pelléas et Mélisande en 2012 y el pasado año ofreció su particular visión de El Mesías. También se vieron varias de sus piezas no operísticas, como el monólogo Mary said what she said, protagonizado por Isabelle Huppert, en Barcelona, en 2019, o Letter to a Man, interpretada por el bailarín Mijaíl Baryshnikov en Madrid (2016) y Barcelona (2019). Hasta llegó a tener una participación como actor en una película de Vicente Molina Foix, Sagitario, junto a Ángela Molina y Eusebio Poncela, estrenada en 2001. Con Molina Foix había colaborado en Don Juan último, una creación a dúo producida por el Centro Dramático Nacional en 1992, que trabajaron de forma simultánea: partiendo de un esquema previo, Wilson compuso los gestos mientras Molina Foix escribía los textos.

Nacido en Waco (Texas) en 1941, Wilson fundó la compañía Byrd Hoffman Watermill Foundation, con la que firmó sus primeros trabajos. Su obra muda e inmersiva Deafman Glance (1970), en silencio durante siete horas, revolucionó el teatro experimental. Enseguida también empezó a trabajar en la ópera y en 1976 estrenó en Aviñón junto a Philip Glass Einstein on the Beach, un trabajo que encumbró mundialmente a ambos artistas. Otras piezas emblemáticas fueron The Life and Times of Joseph Stalin (1973‑74), Death, Destruction & Detroit (1979) y el ambicioso proyecto multinacional the CIVIL warS (1983‑84), una parábola sobre todas las guerras civiles, de 12 horas de duración divididas en cinco actos y 15 escenas. Fue nominado al Premio Pulitzer de 1984 por esta obra, pero no llegó a ganarlo.

La actriz Isabelle Huppert, en la obra 'Mary said what she said', dirigida por Bob Wilson.

Su concepción del teatro y la ópera como obras aglutinadoras de todo tipo artes le llevó a colaborar en sus trabajos e investigaciones con creadores de múltiples disciplinas y estilos. Músicos como Tom Waits, Lou Reed, Ryuichi Sakamoto, Laurie Anderson, Ludovico Einaudi o el citado Philip Glass y escritores como Heiner Müller, William Burroughs o Susan Sontag, así como artistas plásticos, arquitectos, bailarines o escenógrafos.

Él mismo trascendió con frecuencia los límites del teatro y creó esculturas, dibujos o diseños de muebles. En 1993 ganó el León de Oro en la Bienal de Venecia en el apartado de escultura “por su dramática percepción de memoria y objeto en un espacio plástico de gran magia”. En 1998 incluso creó una “ópera digital” en tres dimensiones, con proyecciones, efectos especiales y animaciones por ordenador, Monsters of Grace, con la que volvió a colaborar con Philip Glass, 22 años después de Einstein on the Beach.

Fruto de esa voluntad multidisciplinar es también el Watermill Center, el “laboratorio para la performance” que fundó en 1992 en Nueva York como un espacio de residencias y exhibiciones de artistas, tanto emergentes como consolidados, de gran variedad de disciplinas, con el objetivo de propiciar interrelaciones entre ellas. Él lo describió como “un centro de estudios, una galería contemplativa donde pueden suceder todo tipo de cosas diferentes”.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.
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