Bill Murray canta clásicos de la literatura en un cabaré con música de Bach y Bernstein
El actor y el violonchelista Jan Vogler emprenden una gira por España con un espectáculo de variedades intelectuales que busca recuperar las “amistades perdidas” entre América y Europa

Fue un encuentro de película durante un vuelo nocturno de Berlín a Nueva York en el verano de 2013. Jim Jarmusch no lo habría guionizado mejor: en el momento del embarque, un actor ya veterano le da un toque en el hombro al violonchelista que hace cola delante de él con su voluminoso instrumento. “Me preguntó cómo pensaba arreglármelas con un estuche tan grande en la cabina”, cuenta Jan Vogler (Berlín, 61 años) por videoconferencia desde Dresde. “Lo abrazaré con todas mis fuerzas”, le contestó, y rompieron a reír. La conversación continuó dentro del avión “Solo nos separaba un pasillo y disponíamos de un buen puñado de horas por delante”, interviene Bill Murray (Evanston, Illinois, 74 años) desde otra pantalla, en su casa de Snedens Landing (Nueva York). “De modo que empezamos a compartir todo tipo de confidencias sobre rodajes y conciertos…”.
Así, a 11.000 metros de altura, nació la amistad entre dos desconocidos. “Algo tuvo que ver la buena sintonía inicial”, aclara el músico alemán, “pero sobre todo nuestro excelente trabajo en equipo”. Se refiere al momento del vuelo en el que una pasajera sufrió un ataque de pánico que la tripulación no supo gestionar adecuadamente. Vogler trató de calmarla, y a Murray solo se le ocurrió gritar: “¡Helado, traigan helado!”. Por alguna razón aquello dio resultado y el comandante acabó felicitándolos por su hazaña. “Lo celebramos como una gran victoria”, enfatiza el actor. Nada más aterrizar, se intercambiaron los teléfonos y, a las pocas semanas, Murray le envió a su nuevo colega del Upper West Side un misterioso mensaje de texto: “Nos vemos en el acceso de Manhattan al puente de Brooklyn, a las 5 de la tarde, si tienes tiempo”.
Vogler acudió a la cita en ropa de deporte sin saber muy bien a qué atenerse. “Hasta ese día yo nunca había oído hablar de las caminatas poéticas sobre el East River, pero Bill parecía tener muy claro lo que hacía”, se sincera el violonchelista. Durante el paseo, Murray recitó poemas de Walt Whitman con tanta pasión que ni siquiera se inmutaba cuando los peatones se paraban para sacarle fotos. “Fue un momento de conexión absoluta”, confiesa el músico. “Entonces entendimos que debíamos hacer algo juntos”. El proyecto fue tomando forma en el transcurso de varias cenas en casa de Murray, con sus interminables sobremesas en torno a los grandes maestros de la música y la literatura. “La biblioteca de Bill es impresionante. Tiene todo lo que uno necesita, de Shakespeare a Kierkegaard, para llegar a entender el mundo en el que vivimos”.

Y esa es precisamente la idea motriz de New Worlds, un espectáculo de “variedades intelectuales”, corean casi al unísono, que los trae de gira por España con una inusual combinación de música clásica, literatura y teatro. El tour arrancará este viernes 13 de junio en el teatro Nuevo Apolo de Madrid y forma parte del Festival Veranos del Taoro. Luego visitarán el auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas (día 15), el Parque de la Sortija de Tenerife (17) y el teatro Arriaga de Bilbao (19), antes de despedirse por todo lo alto en la sala grande del Liceu de Barcelona (21). “España tiene algo muy especial, no sé si es la luz, el idioma o la forma en que te mira la gente”, suspira Murray. “Todo eso te permite mostrarte un poco más vulnerable sobre el escenario”. Vogler agita la cabeza afirmativamente: “Es un público muy vivo y entusiasta”. Por si acaso, la obra dispondrá de sobretítulos en castellano.
La receta del espectáculo es aparentemente sencilla: mientras Murray pone voz a textos de Twain, Hemingway y el propio Whitman, Vogler interpreta obras de Bach, Schubert o Bernstein junto a la violinista Mira Wang y la pianista Vanessa Pérez. “No tocamos como mero acompañamiento”, admite el violonchelista. “Cada nota tiene que sostener la historia, el ritmo del texto, la respiración…”. Aún no tenían cerrado el repertorio cuando Murray tuvo una “experiencia mística” durante un viaje en coche por el desierto de California, camino de Palm Springs. “Ese invierno había llovido mucho y me encontré de pronto en un oasis de flores púrpuras como no había visto en mi vida”, rememora. “De fondo sonaba When Will I Ever Learn to Live in God?, de Van Morrison, y llamé a nuestro arreglista para que se pusiera con este tema cuanto antes”.

Fieles a la catarsis inicial que experimentaron en Brooklyn, New Worlds funciona como un puente cultural entre América y Europa. “Falta entendimiento, capacidad de diálogo y empatía en las democracias modernas”, reflexiona el violonchelista. De ahí que muchos de los textos elegidos giren en torno a la pérdida, la fragilidad de las identidades y los sueños frustrados. “Sí, New Worlds sirve también de metáfora de lo que mi país fue, es y ojalá pueda volver a ser”, reconoce Murray. “Creo que la gran ruptura empezó con la guerra de Vietnam. Luego llegó la mentira de Irak y el señalamiento de los antipatriotas, y así hasta hoy”. En cuanto a Trump, prefiere ni nombrarlo. “En 1976 el bicentenario de Estados Unidos fue todo un acontecimiento. El año que viene será el 250º aniversario y, la verdad, no sé con qué ánimo llegaremos a la fiesta…”.
El actor no tarda en recuperar su compostura habitual, la de ese humor tan suyo que transita entre la irreverencia y la melancolía, siempre al límite del absurdo, para hablar de la relación entre los clásicos de ambos lados del Atlántico: ¿se habrían llevado bien Bach y Hemingway de haber asistido juntos a clase? “Algo me dice que sí, porque más allá de la peluca del primero y el aspecto pugilístico del segundo, tenían una cosa en común: no desperdiciaron una sola palabra o nota, razón por la cual todo lo que escribieron sigue conservando la esencia de lo auténtico”. A lo que Vogler, que asiente al otro lado, añade: “La grandeza reconoce a la grandeza. No hablo solo de talento, sino de la capacidad de generar un cambio. Bach y Hemingway pertenecen a esa categoría. Y por eso sus obras pueden ayudarnos hoy a recuperar las amistades perdidas”.

Murray no es un músico profesional, pero sabe cantar (como demostró al micrófono con The Blood Brothers) e hizo sus pinitos como pianista en Atrapado en el tiempo. Ahora tendrá que vérselas con el stradivarius de Vogler en un formato de cabaré entre culto y desenfadado. “Lo mejor de trabajar con Bill es que siempre te sorprende”, dice Vogler. “Propone, inventa, crea…”. Tanta espontaneidad tiene sus riesgos y puede derivar en situaciones como la que suspendió el rodaje de Being Mortal hace tres años. “Estaba tratando de mantener el ánimo del plató”, se justifica Murray, “pero alguien lo entendió de otra manera”. En aquel rodaje, el actor llegó a un acuerdo extrajudicial y pagó 100.000 dólares a una asistente de producción que lo acusó de “tocamientos no consentidos”.
El año pasado, en su película Friend el coprotagonista fue un Gran Danés arlequín. “Es importante elegir bien las compañías”, recoge el guante. “Por eso ahora me dedico a adoptar amigos humanos de verdad”. Su mueca en la pantalla no tiene desperdicio. “Sí, aquí el perro soy yo…”, acepta Vogler con una sonora carcajada.
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