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Quya Reyna, la voz literaria de la cultura aimara aterriza en Madrid: “No sabía que era indígena hasta que me dijeron ‘india de mierda”

La escritora boliviana participa en el ciclo conferencias y talleres Iberoamérica Lee, que se celebra en el marco de la Feria del Libro

La escritora aimara Quya Reina, retratada en Santa Cruz, antes de partir a Madrid.
Caio Ruvenal

El Alto, la urbe con mayor proporción de población indígena en América. Epítome de la migración campo-ciudad en la región, según el argentino Martín Caparrós. “Epicentro de revoluciones indígenas en Latinoamérica”, la calificó el estadounidense Sinclair Thomson. “Símbolo de resistencia contra el neoliberalismo”, según el francés Franck Poupeau. Mucho se ha intentado descifrar y fantasear —al punto de inventarle futuros distópicos— sobre esta joven ciudad, de poco más de 30 años, que ya es la segunda más poblada de Bolivia, con una galopante tasa de crecimiento urbano anual del 9%. Sin embargo, ninguna voz propia, sincera, que contara desde adentro las singularidades de esta metrópolis alzada a 4.000 metros sobre el nivel del mar había tenido hasta ahora visibilidad internacional ni alcance popular.

El surgimiento de la escritora aimara de 30 años Maribel Suñagua, autobautizada literariamente como Quya Reyna, viene a romper esa barrera. “El aimara es capitalista, pragmático y vela por sus propios intereses”, desmitifica en conversación con EL PAÍS en Santa Cruz de la Sierra, en el llano boliviano, ciudad adonde se mudó recientemente. Acaba de llegar de Lima, donde hizo reportajes para la Deutsche Welle. Estará solo unas horas porque al día siguiente parte a Madrid, donde participa este jueves en el ciclo de conferencias y talleres Iberoamérica Lee de la Feria del Libro.

Reyna empieza a ganarse un lugar en el panorama global de las letras. Formó parte del Foro Babel en México en 2023, está siendo aupada por la peruana Gabriela Wiener y este año su libro Los hijos de Goni será editado en argentina por el sello Cerro Amarrillo. La versión boliviana, a cargo de Sobras Selectas, agotó dos ediciones y prepara una tercera ilustrada. La publicación recoge relatos en primera persona sobre la cotidianidad alteña que la misma Reyna vivía y compartía en su muro de Facebook.

"Hasta [los conflictos sociales de Bolivia de] 2019 no me había dado cuenta de que el color de mi piel influía en cómo me veía la gente", dice la escritora.

En ellos, se reproducen los gritos de los comerciantes minoristas que publicitan sus productos mientras empujan los cochecitos donde los cargan, la música chicha en las calles de las ferias populares o las ceras frías y ásperas del altiplano. Pero ahora Reyna vive a más de 550 kilómetros de esa realidad. Ha descendido de la fría cordillera al llano tropical de Santa Cruz para escribir su próximo libro, que cuestiona a una ciudad que se dice antagónica a la suya: en cultura, población e ideología.

Pregunta. ¿Por qué se mudó a Santa Cruz?

Respuesta. En 2022, cuando presenté aquí mi libro, se armó un quilombo por una entrevista que di. Dije que la ciudad era mucho más india y morena de lo que se creía [las élites cruceñas se presentan como descendientes de migraciones italianas y croatas]. Recibí insultos racistas, me hicieron memes y hasta me dedicaron poemas. Mi venganza es escribir sobre lo compleja que es Santa Cruz, describir las dinámicas sociales de migraciones externas e internas que definen su historia, pero que muchas veces la historia omite.

P. ¿Ha visto reflejadas en la población a esas personas que le insultaron?

R. No. Pareciera que es la primera cara que conoces de Santa Cruz, pero me fui encontrando con gente muy amable, con la que al principio me costó entrar en confianza. Porque La Paz [departamento que acoge El Alto] te forma con una personalidad muy intolerante y desconfiada. Es una población que se reconoce como diversa, pero que no ha logrado trasladar esa diversidad a la representación política ni a sus instituciones. Tiene mayor protagonismo el discurso regionalista, que convoca a gente de clase alta vinculada con el Comité Cívico Pro Santa Cruz.

P. Mucho se ha escrito sobre el alteño y el aimara, ¿pero cómo es realmente?

R. Es un ser muy práctico, y por eso no se adorna con ideologías. Los que lo adornan son otros. Hay un enfoque que pinta a los alteños como muy de izquierda, como la ciudad revolucionaria de los aimaras, pero la verdad es que son muy pragmáticos. Como me dijo un amigo quechua: los aimaras siguen haciendo lo que sirve, lo que no, se desecha. Aceptarán cualquier modelo económico siempre que les permita sobrevivir de su ganancia. Cuando era niña, veía mucha homogeneidad en El Alto, todos éramos pobres. Ahora hay clases sociales y profesiones de todo tipo.

P. ¿Cuándo tomó conciencia de su identidad aimara y lo que implicaba social y políticamente?

R. Hasta [los conflictos sociales de Bolivia de] 2019 no me había dado cuenta de que el color de mi piel influía en cómo me veía la gente. Antes de eso, me resistía a lo indígena, porque es una noción que se estigmatizó y se decoró mucho desde el Estado. Pero después te das cuenta de que está presente en la cotidianidad, en la urbanidad alteña. La gente practica la ch’alla [ritual relacionado con la diosa de la tierra] no porque sea un dictamen de descolonización que provino de la escuela académica, sino porque lo hacen tus padres, creces viendo esas cosas. Te das cuenta de que toda tu vida has sido aimara, pero nunca fuiste consciente de ello.

Quya Reina, en otra imagen tomada en Santa Cruz.

P. En el 2019 su nombre se hizo viral por sus publicaciones sobre la crisis desde un frente donde no tenían acceso los medios hegemónicos.

R. Me cambiaron la percepción todos los insultos que recibí por esas publicaciones en 2019 [año que terminó con el derrocamiento del entonces presidente Evo Morales y el ascenso de Jeanine Áñez en medio de denuncias de fraude]. No me había dado cuenta de que era aimara hasta que me dijeron “india de mierda”. Te das cuenta de que, por más descolonización que hubo, por más que se fundó un Estado plurinacional, la gente sigue viendo a los indios como un pedazo de carne. Porque murió gente en El Alto, reprimida por el Ejército cuando se manifestaba en contra de la salida de Evo. Más allá de la postura política que tengas, eran seres humanos, y a la gente no le interesa si recibieron justicia o no.

P. ¿Por qué pervive este racismo, incluso entre personas con el mismo tono de piel?

R. Porque lo racial no se construye desde lo que tú crees que eres, sino desde cómo te ve la sociedad. Antes, imaginaba mi identidad lejos del indio, lejos de esa herencia cultural y fenotípica. Pero lo importante es cómo te ve la gente, y la gente me sigue viendo por mi color de piel. De una u otra forma, nuestro color determina el lugar que ocupamos. Y el tema de las identidades se ha trasladado a las ideologías políticas. La gente piensa que El Alto es socialista o comunista, y que los libertarios están en Santa Cruz, vestidos con camisa y corbata.

P. ¿De qué manera se puede apostar por una verdadera inclusión en eventos académicos y culturales sin caer en la cuota de diversidad?

R. Los aimaras, quechuas, guaraníes, etcétera, tienen que escribir sobre sí mismos. Ese es el problema con las ONG: el bagaje histórico y académico que existe sobre las tierras indígenas, principalmente las amazónicas, no fue escrito por el pueblo. A mí, por ejemplo, ya no me dan ganas de escuchar a los antiguos indigenistas, como Silvia Rivera. En su momento cumplió un papel, pensó un momento histórico del que fue parte, pero mi generación requiere voces más cercanas a su realidad.

P. ¿Qué expectativas tiene con la Feria del Libro de Madrid y con España en general?

R. Estoy muy nerviosa, la verdad. Es la primera vez que voy a Europa. Cuando viajas a otros países de Latinoamérica, te desenvuelves porque te das cuenta de que compartes muchas cosas y somos muy parecidos. Pero con Europa, no sé… todavía tengo mis sesgos sobre la colonia.

P. ¿En qué sentido sobre la colonia?

R. España es una representación de la colonia en América Latina, al menos en Bolivia. No soy amante del discurso de la larga noche de los 500 años, pero es un país que, por lo que he leído, tiene una fuerte tendencia racista. España ha reforzado mucho la forma en que nos miramos ahora los latinoamericanos. Contrarrestar eso no necesariamente pasa por la descolonización, sino por un trato mínimamente humano que la gente debería darte. Por eso quiero llevar algo diferente a este conversatorio, no la típica escritura desde lo étnico o la disidencia política. Quiero romper el molde que existe sobre lo identitario indígena, mostrar que hay que darle oportunidades para que puedan hablar a la par de los españoles y europeos. Eso también es una muestra de poder.

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