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La hazaña de la interpretación simultánea: de los juicios de Núremberg a la amenaza de la IA

El proceso a los líderes nazis estrenó una de las profesiones imprescindibles en las relaciones internacionales

El centro de interpretación simultanea en los juicios de Nuremberg, con tres intérpretes para cada uno de los cuatro idiomas utilizados en el procedimiento.
Rodrigo Naredo

Al final del proceso en el que las fuerzas aliadas juzgaron a los líderes nazis en el tribunal militar erigido en Núremberg —la misma ciudad alemana en la que, años antes, Hitler había anunciado los primeros pasos legislativos para perseguir a los judíos—, el juez estadounidense Geoffrey Lawrence leyó en su idioma natal la más severa de las sentencias, que condenaba a muerte por ahorcamiento a 12 de los 24 acusados: “To death by hanging”. Al mismo tiempo que lo hacía, los funcionarios del Tercer Reich escuchaban su condena en alemán: “Tod durch den strang”. Los aliados franceses la oían en francés: “Condamné à la pendaison”. Y los soviéticos en ruso: “Kazn cherez povescheine”. Esas palabras finales, como las de las declaraciones, interrogatorios y defensas, habían sido interpretadas al instante por un grupo de 12 personas —tres para cada idioma—, que facilitaron la comunicación en el juicio. Aquello sentó el primer precedente de la que es hoy una técnica imprescindible en las relaciones internacionales: la interpretación simultánea.

De esa hazaña consumada apenas se encuentran referencias en los cientos de miles de palabras que se han escrito sobre el tema, pero son las fotos, con la presencia inequívoca de unos cascos sobre las cabezas de todos los presentes, y ese mutis, ese silencio generalizado en los libros de historia, lo que certifica su éxito. “Su papel era estar a la sombra y que no se supiera que estaban ahí. Que haya terminado el juicio y que nadie les haya dado demasiada atención significa que hicieron bien su trabajo”, dice Aurélie Pinzon, presidenta de la sede en España de la Asociación Internacional de Intérpretes de Conferencias (AIIC), la única de su tipo en el mundo —con más de 3.000 intérpretes en casi 100 países—, fundada por algunos de los protagonistas de Núremberg años después del juicio. “Hoy parte de nuestra capacitación pasa por ser discreto, que no se te vea porque eres la voz de otra persona y no tienes que taparla”, sigue Pinzon, francesa, con un castellano impecable y algo de acento argentino. Para “rendir homenaje a esos desconocidos” y ayudar a su profesión a salir de la sombra, su asociación ha traído hasta Madrid la exposición Un juicio, cuatro idiomas, que documenta la historia de los pioneros de su trabajo, y que estará en una de las salas del centro cultural Galileo de Madrid hasta el 30 de mayo.

Los acusados nazis  detrás de sus abogados en el Palacio de Justicia de Nuremberg, el 30 de septiembre de 1946.

Los intérpretes de hoy interpretan (la traducción es un término dedicado a las letras) unas 350 palabras por minuto. De las competencias indispensables para lograrlo, Eva Baena, una de las más veteranas de la AIIC España— “Decidí ser intérprete porque Mafalda quería serlo”, cuenta con risas, pero muy en serio—, destaca dos: la capacidad de hablar mientras otra persona habla, quizá la más evidente, y la capacidad de análisis: “El mensaje que uno recibe a veces es muy denso, hay muchísima información y entre el inglés y el francés o el inglés y el español cambia mucho. Hay que tener la capacidad de analizar lo que se está diciendo y luego poder restituir el mensaje, pero no palabra por palabra. También tienes que analizar la expresión facial y las indicaciones no verbales”.

La inteligencia artificial, con avances cada vez mayores en métodos de interpretación simultánea, amenaza con hacer ese trabajo, pero a los trabajadores de la interpretación no parece preocuparles. La presidenta de la AIIC en España lo explica: “Ese papel humano del intérprete, de su voz, de su sensibilidad y de su capacidad de análisis es algo que la máquina nunca te va a poder ofrecer: la capacidad de leer una situación en la voz de una persona que empieza a temblar o que se emociona”.

Con ella coinciden sus colegas. “A nosotras esto no nos puede reemplazar”, sentencia Baena, “para que te pueda interpretar la inteligencia artificial tienes que hablar con un robot, entonces, ¿dónde está el ser humano en esto? Dejemos el mundo a las máquinas y ya está, que se hablen entre sí”. Y Ana Pleite, también intérprete de la AIIC, la más joven de las tres, concluye: “Yo entiendo que va a haber un segmento de mercado que va a desaparecer, como en el arte o en el periodismo, como en tantas cosas. Pero no los intérpretes que trabajamos con un criterio de calidad, de confidencialidad y con una fiabilidad. Es que no se parecen en nada”.

En el siglo XXI, los intérpretes se preparan con el estudio de una carrera profesional, másteres con estrictos procesos de selección —“Se presentan mil personas, entran 15 y de los 15 aprueban cuatro”, dice Pleite—, constante capacitación en interpretación y, para cada trabajo nuevo, una investigación que les permita llegar a la cita con conocimientos suficientes para traducir la muchas veces compleja terminología. “Un día te puede tocar una reunión diplomática y al día siguiente estás con obreros haciendo una capacitación con un técnico que vino de otro país”, cuenta la presidenta de la AIIC en España. Es decir, el lunes hablas del protocolo facultativo del pacto internacional de derechos civiles y el martes del peralte a 15 grados utilizado para la construcción de la carretera norte. Y pareces experto en las dos. “Hay que interpretar fielmente, por eso tienes que estudiar mucho antes de llegar”, confirma Baena.

Herta Oberheuser (de pie), una doctora que hizo experimentos médicos en prisioneras  de Ravensbrück, en el juicio de Nuremberg.

La esencia de la profesión se mantiene, más allá de los avances tecnológicos y laborales —certificados ISO, cabinas insonorizadas, varios intérpretes en cada una, horarios establecidos y relevos constantes, sobre todo en las maratónicas conferencias internacionales—, inalterada desde Núremberg. El grupo de pioneros interpretes llegó al juicio con apenas un par de meses de preparación y dispuesto a descubrir algo que no existía. “Había una escuela de interpretación en Ginebra, pero era de interpretación consecutiva”, cuenta Baena. Es decir, el intérprete escucha un segmento de un discurso mientras toma notas y cuando el orador termina, repite el contenido. Pero ese método para el juicio en el tribunal militar no era factible. “Toma el doble de tiempo porque está el primer discurso y el segundo discurso del intérprete. Además, lo multiplicas por el número de idiomas”, explica Pinzon.

Lo dijo bien Hermann Göring, uno de los finalmente condenados a muerte, durante el juicio: “Los intérpretes nos están acortando la vida”. No le faltaba razón. El primero de los juicios de Núremberg hubiera durado cerca de cuatro veces más sin la interpretación simultánea, al menos tres años y no los 10 meses que duró —tiempo récord si se toma en cuenta la cantidad de documentación, la vistas orales, los 24 acusados y las deliberaciones entre jueces y fiscales de distintos países—.

Betty Stark, secretaria del coronel Telford Taylor, con uno de los aparatos para escuchar la traducción de las sesiones del juicio.

Para lograr el experimento, se instaló en la sala un equipo de sonido —seis micrófonos: uno por cada juez, otro en el estrado de los testigos y uno más en el podio del orador—, se equipó a todos con un aparato de cinco canales para escuchar en el idioma elegido y se contrató a contrarreloj al equipo de intérpretes. “El problema era que no había nadie que supiera hacerlo. Entonces buscaban a gente, mucho en los servicios secretos, que hablaran varios idiomas”, explica Pleite, en una visita guiada por la exposición. Los acompañaba un monitor que se cercioraba de que todo fuera bien y tenía a su disposición dos botones: uno que encendía una luz amarilla, indicando al locutor que fuera más despacio, y otro una roja que indicaba que se detuviera. Además del reto técnico, para los intérpretes representaba también un enorme reto emocional escuchar las atrocidades cometidas en la guerra y reproducirlas sin descanso en medio de la presión mediática y la tensión que se respiraba en el Palacio de Justicia, con la tragedia todavía muy fresca.

Entre el grupo de intérpretes de los aliados había personas, como Peter Less o Armand Jacoubovitch, que habían perdido familiares a manos de los nazis. La intérprete Genia Rosoff había salido hacía poco del campo de concentración de Ravensbrück. Con todo, se estima que en Núremberg interpretaron unas 100 palabras por minuto. La personal lucha y el prudente trabajo de aquellos intérpretes fraguaron el mayor hito en la historia de la justicia penal internacional.

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Sobre la firma

Rodrigo Naredo
De Querétaro, México. Ahora en la sección de Cultura. Trabajó como productor y locutor de radio en medios de su ciudad natal. Graduado en Comunicación y Medios Digitales, con una especialización en Dirección y Producción Cinematográfica. Actor de teatro en más de una veintena de producciones en su país. Cursa el máster de periodismo UAM-EL PAÍS.
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