Jaime Palomera, antropólogo: “Nos dirigimos a un neofeudalismo basado en la herencia”
El activista y experto en vivienda, cofundador del Sindicat de Llogateres, publica un didáctico ensayo para entender la desigualdad que genera el rentismo


Jaime Palomera (Barcelona, 42 años) ha cultivado una obsesión: “Siempre he tenido la necesidad de entender la desigualdad”. Doctor en Antropología Económica, ese interés en descubrir por qué unos tienen mucho y otros tan poco desembocó en una obsesión subsidiaria por la vivienda. Las casas, observó, ya no sirven como hogar, sino como forma de generar rentabilidad y desigualdad.
Palomera quiere entender el problema y resolverlo, por eso es cofundador del Sindicat de Llogateres (el Sindicato de Inquilinas), investigador y cofundador del Instituto de Investigación Urbana (IDRA), y acaba de publicar El secuestro de la vivienda (Península), tal vez el libro más claro y didáctico para entender qué está pasando con las casas en España y por qué está generando tanta riqueza, por un lado, y sufrimiento, por otro. El autor responde en una terraza del centro de Madrid, donde los alquileres son demenciales.
Pregunta. ¿Cómo se empezó a interesar por el problema de la vivienda?
Respuesta. Cuando dejé la casa de mis padres, con veintipocos, me fui a vivir a un barrio obrero de la periferia de Barcelona, Ciudad Meridiana, que era uno de los más pobres y, al mismo tiempo, con mayor número de propietarios. Eso me impresionó. Las familias recién llegadas que habían podido comprar una vivienda estaban alquilando habitaciones diminutas a unos precios disparatados a sus paisanos y familiares para pagar la hipoteca. La vivienda se convertía en una forma de desigualdad y de sufrimiento brutal. Se partían las comunidades. Los bancos estaban succionando cada vez más ingresos. Y cuando estalla la burbuja, mucha gente es arrasada, no pueden pagar las hipotecas.
P. Comenzó en el activismo, se metió en asociaciones.
R. Sí. Al final el activismo no era más que empatizar con las personas que tenías cerca. Mi escuela de vida fueron esos barrios Barcelona o los barrios de Ponent en Tarragona, cerca de la petroquímica. Allí no solo conocí a personas endeudadas, sino también a empresarios de la construcción arruinados. El sector, la burbuja, todo eso lo entendí hablando con la gente.
P. ¿Cómo comenzó con el Sindicat de Llogateres?
R. En aquellos años vivía de alquiler, era mileurista y tenía asumida cierta precariedad generalizada. En 2017 me llega un burofax, cuando tenía una hija de dos años, diciendo que nos van a subir un 30% el alquiler. “Tiene dos meses para dejar la casa”, decía, como si fuera un hotel. Veo en nuestras lágrimas, en nuestra angustia, que esto también nos afecta a nosotros, esa parte de la sociedad que se percibe como clase media. Mis padres, que fueron a la universidad, se habían subido en el ascensor social, mejorando la situación que habían tenido mis abuelos, que venían del mundo rural, en Huesca. Pero las cosas no iban a seguir mejorando.
P. Y decide organizarse.
R. Sí. Aquella sensación de indefensión fue el motor que me hace sentir que tenemos que organizarnos. El sindicato es un reflejo de lo salvaje que se ha vuelto el país y la máquina del rentismo. No es exactamente lo mismo que el mercado inmobiliario, es una lógica que en lugar de crear valor depreda la riqueza existente y hace que pase a manos de una minoría.

P. Hay gente a la que le rechina que se llame sindicato.
R. La noción de sindicato de inquilinos, o tenant union, nace a finales del XIX en Nueva York y tiene como modelo los sindicatos laborales. Piensan que hay explotación en la fábrica pero también se genera desigualdad cuando el trabajador llega a casa y tiene que pagar un parte del salario en el alquiler. No es casualidad que esté pasando cien años después: es porque estamos volviendo a unas condiciones similares.
P. ¿Qué pasó en medio?
R. Hubo un paréntesis histórico entre la Primera Guerra Mundial y los años 80 en el que los Estados garantizaron, más o menos regulados, sistemas públicos o controles de precios en el alquiler. Así las rentas inmobiliarias no depredan los salarios y la desigualdad no se dispara. Pero desde los 90, y sobre todo, desde 2008, se están repitiendo los patrones. La huelga de alquileres se puso sobre la mesa a principios del siglo XX. La de Glasgow fue 1915, la de Barcelona en 1931. La historia no se repite, pero rima.
P. ¿Por qué los inmuebles no son como las naranjas?
R. La mayoría de economistas están convencidos de que el mercado de la vivienda es un mercado normal. Pero el suelo no se comporta como un bien de mercado normal. Es muy escaso, no se puede crear suelo de la misma manera que puedes incrementar la producción de naranjas o zapatos. Ni tampoco lo puedes hacer al mismo ritmo. Y no hablamos de cualquier suelo, sino del suelo de las ciudades, donde necesitamos vivir.
P. Las naranjas no son imprescindibles, además.
R. Claro. Por el lado de la demanda, no puedes dejar de consumir vivienda o sustituirla por otra cosa, como puedes hacer con las naranjas. Necesitas casa y la necesitas en un lugar concreto: donde está tu familia o tu trabajo. Así se genera una relación de poder muy desigual entre quien posee la casa y quien la necesita. Por eso los propietarios siempre han podido subir el precio a un ritmo mayor que la economía real, que los salarios.
P. ¿Qué es el neofeudalismo?
R. Quiere decir que, contra la promesa de labrarte un futuro con tu trabajo y esfuerzo, ahora tus condiciones de vida van a estar determinadas por si heredas o no heredas. Si tienes la mala suerte de que no hay herencia, tu futuro está escrito: vas a vivir de alquiler y ese alquiler se va a comer una parte creciente de tu salario. Tu relación será de servidumbre con el propietario.
P. Si esto sigue así, ¿qué puede pasar?
R. Creo que las movilizaciones están expresando un malestar larvado. Mucha gente no está dispuesta a asumir que va a vivir peor que sus padres. Y solo estamos al inicio de un proceso de involución. Vamos a una especie de heredocracia.
P. ¿Qué culpa tienen los ricos?
R. Yo no hago juicios morales. Pero, contra lo que se piensa de los pequeños propietarios, son los ricos los que más porcentaje de ingreso obtienen del alquiler. Mientras comprar casas sea muy rentable, mejor que las inversiones en bolsa, eso va a atraer a los ricos y recalentar los precios. Lo que hay que hacer es poner impuestos para que esa compra no sea atractiva y bajar impuestos a las familias trabajadoras. Para eso no hace falta que la comunidades autónomas insurrectas de PP y de VOX hagan nada.
P. ¿Qué más hacer?
R. No solo se trata solo de abordar la redistribución de la vivienda (se está redistribuyendo hacia arriba) y los usos que se le dan (como pisos turísticos, por ejemplo), sino de que cumpla su función social. Se habla mucho del artículo 47 de la Constitución [el que consigna el derecho a una vivienda digna], pero poco del 33, que dice que la función social delimita el derecho a la propiedad privada. Y la función social de la vivienda es servir de hogar.
P. ¿Tendremos que abandonar las ciudades?
R. La gente es reticente a esto. Cuando alguna inmobiliaria o economista dice que no podemos vivir en la ciudad piensan que la gente es como en los libros de Economía, que las personas se mueven por el territorio como mercancías de Amazon. Y no, las personas no nos movemos así. La sociedad son redes de relaciones, trayectorias, historias, que no son tan moldeables. La gente tiene su vida, sus familiares, sus vecinos, el barrio de toda la vida: se va a resistir.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
