El iraní Jafar Panahi gana la Palma de Oro en Cannes por una película con la que reivindica la humanidad y la compasión
La película ‘Sirât’, de Oliver Laxe, comparte el Premio del Jurado con ‘Sound of Falling’, de la directora alemana Mascha Schilinski

Con todo el teatro Lumière en pie, visiblemente emocionado, el gran cineasta iraní Jafar Panahi hizo este sábado historia en la 78º edición del festival de Cannes con Un simple accidente, una película rodada de forma clandestina en Teherán que retrata, con poderosa fuerza alegórica, las profundas heridas del pueblo iraní ante los abusos del régimen teocrático que lo gobierna. Panahi llegó a Cannes después de 15 años sin poder salir de Irán, desafiando una condena de cárcel y la prohibición de filmar. Con esta Palma de Oro, además, Panahi —como Michelangelo Antonioni y Robert Altman— ha ganado los máximos galardones de los tres festivales de cine más importantes del mundo: Cannes, Venecia y Berlín.
Desde que la furgoneta blanca en la que viajan los personajes de esta película cruzó la sección oficial de Cannes, su desesperada peripecia apuntó a lo más alto del palmarés. Por momentos cómica y absurda, Un simple accidente es una demoledora road movie sobre el secuestro de un torturador del régimen por una de sus víctimas y el enredo que surge cuando al secuestrador le surgen dudas sobre si debe matar o no a su verdugo. A partir de ahí, la película se mueve en angustiosos círculos, con una estructura muy teatral, alrededor del dilema moral que carcome a sus personajes: ¿tiene sentido la venganza? ¿Podemos ser libres sin compasión? La respuesta de la película de Panahi es aterradora pero, como dejó caer la presidenta del jurado, Juliette Binoche, nos recuerda la importancia de la compasión y la humanidad.

Con la Palma de Oro en la mano, el cineasta iraní hizo una petición: “Me permito pedirle a los iraníes y a todo el mundo que dejen las diferencias a un lado y peleen por lo importante: la libertad”. Como recordaron Joachim Trier (Gran Premio del Jurado, el segundo en importancia, por Sentimental Value) y el español Oliver Laxe (Premio del Jurado por Sirât, ex aqueo con Sound of Falling, de la alemana Mascha Schilinski), el cine es un arma para luchar contra esas diferencias. “Como la niña que aprende a caminar antes que a hablar, el cine es un lenguaje universal que une a los pueblos”, dijo Trier.
Laxe, por su parte, recordó una cita extraída del Corán que hace años compartió con él un taxista palestino que lo recogió durante una visita al festival de cine de Jerusalén. Aquel le preguntó a Laxe si era judío. Este le explicó que tal vez tuviera sangre musulmana, o judía, o quién sabe si vikinga, dado que es gallego. “Somos todos bastardos”, añadió el cineasta. La frase del Corán, que Laxe recitó en árabe, dice: “Os hemos hecho de tribus diferentes para que os conozcáis entre vosotros”. En Sirât, Laxe convierte la aventura en el desierto de un hombre y su hijo junto a una troupe de raveros en un impactante viaje abismo.
El sabotaje que dejó a Cannes sin luz ni comunicaciones toda la mañana del sábado hizo que se multiplicaran los previsibles nervios ante el palmarés. La confusión se apoderó de los hoteles donde se hospedan los equipos de las películas, pero a partir de las 15.00 todo volvió a su curso. El festival contribuyó a la calma con un comunicado en el que aseguraba que con o sin luz todo seguía adelante, porque el Palacio de Festivales cuenta con un generador de electricidad individual.
El Gran Premio del Jurado para el drama paterno filial Sentimental Value confirma la madurez del noruego Joachim Trier. Su película es magnífica, con un trabajo actoral impresionante. Trier compone un hondo drama centrado en un padre director de cine, su hija actriz y la casa familiar por cuyas grietas se cuela el pasado con todo su dolor. Trier recoge el guante de Ingmar Bergman y el de Henrik Ibsen con homenajes explícitos para ir, con humor, conocimiento y ternura, hacia un emocionante lugar propio.
Después de Panahi y Trier, la película más reconocida del palmarés fue la brasileña O agente secreto. Trata sobre la memoria histórica y la cinéfila y caló muy hondo desde el principio por su brillante guion y puesta en escena pero, sobre todo, por cómo trasciende su historia principal —la de un hombre perseguido durante los años de la dictadura que llega a la ciudad de Recife para reunirse con su hijo y salir juntos del país— para, en un golpe final de escalofrío, hablar de la desmemoria del presente. La película logró dos premios importantes: el de mejor director para Kleber Mendonça Filho y el de mejor actor para su protagonista, Wagner Moura.
La mejor actriz para el jurado presidido por Juliette Binoche fue Nadia Melliti, la joven protagonista de La petit dernièr, de Hafsia Herzi, en la que Melliti da vida a una joven musulmana lesbiana. Es un premio merecido a una actriz sin experiencia, de 23 años, que aguanta el peso de toda la película. Si ella fue la más joven del palmarés, los Dardenne fueron los más veteranos. De las 10 veces que han concursado en Cannes han acabado en ocho ocasiones en su palmarés. Esta vez se llevaron el premio al mejor guion por Recién nacidas, la historia de un grupo de madres adolescentes con problemas de integración social o de drogas y alcohol que conviven en una casa de acogida mientras deciden qué hacer con sus vidas.
Resurrección, el imaginativo viaje a la historia del cine del chino Bi Gan, logró una mención especial al principio de la gala, un premio que el jurado se sacó de la manga para recordar a uno de los nombres que más ha entusiasmado en una edición más vigorosa de lo que parecía sobre el papel. La falta de grandes nombres ha servido para dar paso a los talentos de Mendonça Filho, Tier, Bi Gan, Laxe o Schilinski, todos ellos en órbitas muy diferentes, pero nacidos cuando la televisión y las cámaras caseras empezaban a transformar el lenguaje cinematográfico.
La Cámara de Oro a la mejor ópera prima del festival, otorgada por un jurado presidido por Alice Rohrwacher, fue para la película La tarta del presidente, del iraquí Hasan Hadi, sobre el absurdo del culto a un líder a través de una niña encargada de prepararle la tarta de cumpleaños a Saddam Hussein. Y en la sección Una cierta mirada la película ganadora fue La misteriosa mirada del flamenco, ópera prima del chileno Diego Céspedes.
Cannes acabó este sábado como empezó: con una extraña sensación de alerta y caos. El primer día afectó a las actrices y sus estilistas ante las nuevas medidas de etiqueta que exige el festival y que, por cierto, a las que no todo el mundo se ha plegado. Y en su clausura fue un sabotaje el que dejó a tientas una ciudad que durante dos semanas concentra su vida en las salas a oscuras de su mastodóntico Palacio de Festivales.
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