Leipzig reivindica a Shostakóvich como ‘lenguaje de la humanidad’ en el 50º aniversario de su fallecimiento
Arranca en la Gewandhaus de la ciudad sajona el mayor festival dedicado al compositor ruso con versiones de exquisita pureza narrativa de Andris Nelsons al frente de la Sinfónica de Boston y con perturbadoras interpretaciones del Cuarteto Danel


¿Podremos escuchar alguna vez la maravillosa música de Dmitri Shostakóvich (San Petersburgo, 1906-Moscú, 1975) sin pensar si fue un propagandista soviético o un disidente taimado de Stalin? Esta pregunta subyace tras cada uno de los eventos programados estos días en Leipzig dentro del mayor festival dedicado al compositor ruso en conmemoración del 50º aniversario de su fallecimiento, entre el 15 de mayo y el 1 de junio. El pasado domingo, día 18, el maestro de ceremonias del festival, el director de orquesta letón y Gewandhauskapellmeister, Andris Nelsons, aludió a ello en un discurso improvisado después de dirigir a la Sinfónica de Boston una excelente interpretación de la Sinfonía núm. 15. Tras agradecer al público su impresionante concentración, con un silencio y una entrega poco frecuentes en cada concierto, Nelsons remarcó la universalidad de Shostakóvich: “Esta música nos habla a todos y cada uno de nosotros, es el lenguaje de la humanidad”.
Nelsons inició en 2016 un excelente ciclo de grabaciones de Shostakóvich con la Sinfónica de Boston para Deutsche Grammophon, que tituló Bajo la sombra de Stalin. Hoy esos lanzamientos forman parte de una caja publicada en marzo que incluye sus quince sinfonías y los seis conciertos, junto a bandas sonoras para dos películas de Grigori Kozintsev y la ópera Lady Macbeth de Mtsensk. Pero desde el primer disco de ese ciclo, con la Décima sinfonía, seguida de la Quinta o la Octava, quedó bien claro que la interpretación de Nelsons desmentía ese título y pretendía subrayar el valor musical intrínseco por encima de cualquier trasfondo político. Con la situación creada tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia todo se ha vuelto mucho más difícil, pero Nelsons sigue profundizando en esa visión, que lo acerca al modelo de claridad estructural y ambigüedad expresiva de su mentor, Mariss Jansons. Quien visite Leipzig estos días no escuchará versiones cargadas de dramatismo o ironía en sus sinfonías, sino interpretaciones de una exquisita pureza y poderoso sentido narrativo, pues el maestro letón no dirige nada de memoria y sigue con precisión cada detalle de estas partituras.
Tiene todo el sentido que se celebre en Leipzig un festival tan ambicioso dedicado a Shostakóvich. El compositor ruso visitó la ciudad sajona en julio de 1950, enviado por las autoridades soviéticas para formar parte del jurado de piano en la primera edición del Concurso Internacional Johann Sebastian Bach. Incluso asistió emocionado, el día exacto de su 200º aniversario, a la inauguración de su actual tumba, situada cerca del altar de la iglesia de Santo Tomás, cuya famosa lápida de bronce había sido financiada por el gobierno comunista de la antigua RDA. De aquella experiencia y de su relación artística con la ganadora de aquel concurso, la pianista Tatiana Nikoláyeva, surgió su magna colección de Preludios y fugas, op. 87, que interpretará Yulianna Avdeeva aquí el día 30. No obstante, la música de Shostakóvich ya era conocida en Leipzig, pues Bruno Walter había estrenado su Primera sinfonía en 1929, y durante los años cincuenta Franz Konwitschny interpretó y grabó varias sinfonías. Y, por si fuera poco, Kurt Masur planificó con la Gewandhaus el primer ciclo sinfónico de Shostakóvich, entre 1976 y 1977, como conmemoración de su 70º cumpleaños. Se esperaba contar con la presencia del propio compositor, aunque este falleció poco después del anuncio, en el verano de 1975.

No ha venido estos días a Leipzig ni su viuda, Irina Antonovna, de 90 años, ni tampoco los dos hijos de su primer matrimonio: Galina, de 88 años, y Maksim, de 86. Su ausencia ha sido compensada con la proyección, el pasado viernes por la noche, del documental Dos. La historia contada por la esposa de Shostakóvich, realizado en 2022 por Elena Yakovich a partir de una extensa entrevista filmada a Irina Antonovna, donde repasa su vida y su relación con el compositor. Yakovich introdujo la filmación con varias anécdotas y destacó los múltiples metrajes inéditos que incluye el documental, como una película privada proporcionada por su discípulo favorito, el compositor Boris Tishchenko, donde vemos el fascinante lenguaje facial de Shostakóvich mientras escucha su propia música durante un ensayo. La realizadora rusa conversó con Tobias Niederschlag, responsable de la planificación artística de la Gewandhaus y director artístico del pequeño pero suculento festival Días Internacionales de Shostakóvich en Gohrisch desde hace quince años, que ha sido el principal responsable artístico de este festival, junto con Nelsons y el director ejecutivo de la Gewandhaus, Andreas Schulz.
Hace pocas semanas, en las páginas del Frankfurter Allgemeine Zeitung, Niederschlag reconocía cómo su fascinación por Shostakóvich nació con el biopic de Tony Palmer, basado en Testimonio, las falaces memorias del compositor publicadas por Solomon Volkov. De hecho, esa famosa película de 1988 también se proyectará en el festival, con la presencia de su director. Pero su foco central son las interpretaciones de las sinfonías y los conciertos, que se reparten entre la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig y la Sinfónica de Boston, las dos orquestas que dirige Nelsons como titular y que unirán fuerzas en la simbólica Sinfonía n.º 7 “Leningrado”, aunque se ha creado una orquesta con estudiantes de Boston y Leipzig para algunas sinfonías. También destacan recitales de piano, canciones y música de cámara con el pianista Daniil Trifonov y otros solistas como el violinista Nikolaj Szeps-Znaider, el violista Antoine Tamestit y el violonchelista Gautier Capuçon. En cuanto a las canciones, habrá un excelente cuarteto vocal con Elena Bashkirova al piano y la integral de los cuartetos ha sido confiada al experimentado Quatuor Danel, aunque no faltará la vertiente más ligera de Shostakóvich, que llegará de la mano de la orquesta de salón Cappuccino. Tampoco podemos olvidar las dos funciones de Lady Macbeth de Mtsensk que dirigirá Nelsons en la Ópera situada frente a la Gewandhaus.

Además, estos días en Leipzig se presta atención a la reflexión científica e incluso a la divulgación sobre Shostakóvich. Ayer lunes, 19 de mayo, arrancó en la Escuela Superior de Música y Teatro “Felix Mendelssohn Bartholdy” un breve simposio que aspira a profundizar en los colegas compositores de Shostakóvich, tras el enorme éxito que ha supuesto la recuperación de la música de Mieczysław Weinberg. Un evento dedicado a la memoria de Bernd Feuchtner, en cuya primera sesión intervino Olga Digonskaya, responsable del Archivo Shostakóvich de Moscú, que sigue redescubriendo anotaciones y borradores desconocidos del compositor, como el esbozo de su ópera satírica Orango. Para ilustrar al público antes de los principales conciertos, se han programado atractivas charlas previas en inglés, impartidas por el apasionado periodista musical Stephen Johnson, y en alemán, por la imaginativa musicóloga Ann-Katrin Zimmermann. Pero Niederschlag se pregunta, en su entrevista, si es necesario ilustrar al público para disfrutar de esta música: “Las obras de Shostakóvich han sobrevivido a sus propias condiciones de creación y hoy se dirigen a las personas de una forma muy directa, aunque también el regreso de los regímenes autoritarios las están poniendo al día de una manera aterradora”, opina.
El programa del concierto inaugural del pasado jueves día 15 fue una evidente declaración de intenciones. Sin discursos protocolarios para la apertura del festival, Nelsons abrió la velada al frente de la Orquesta de la Gewandhaus con la propagandista Obertura festiva, escrita en 1954 para conmemorar el 37º aniversario de la revolución rusa, y la cerró con la Cuarta sinfonía, retirada por el compositor en 1936 ante el inicio de las purgas stalinistas. El director letón salió dispuesto a conseguir de su orquesta centroeuropea el mismo filo tenso y nervado que suele extraer de la estadounidense. Para ello marcó con sonoros pisotones el ritmo inicial de la sinfonía que predispuso un relato inquieto y contrastado hasta el coral que cierra la obra con esa sobrecogedora mecánica infernal de la celesta. En medio, Daniil Trifonov ofreció su primera exhibición de introspección pianística en el Concierto para piano núm. 2, escrito por Shostakóvich para la graduación de su hijo Maksim, y después interpretó como propina el chispeante y temprano Scherzo op. 1a, cuyo manuscrito ha sido fechado por Digonskaya en 1920, cuando tenía 14 años.

El viernes día 16 arrancó en la Sala Mendelssohn de la Gewandhaus con los ligeros sonidos de la orquesta de salón Cappuccino y, como propina, quizá la pieza más popular de Shostakóvich: el vals núm. 2 de su Suite para orquesta de variedades. Y prosiguió, ya en la sala grande, con el primero de los tres impresionantes conciertos de la Sinfónica de Boston. Claramente, Nelsons ha encontrado una manera natural de abordar la música de Shostakóvich con su orquesta norteamericana. Y en la Undécima sinfonía, le permite una narración escalofriante del Domingo Sangriento, al tiempo que ambigua, al no separarse un milímetro de lo escrito por Shostakóvich, con una orquesta llena de excelentes instrumentistas, como el solista de corno inglés Robert Sheena, que brilló en su meditativo solo previo a la hecatombe final. Antes, Baiba Skride ofreció su sutil y controlada visión del Concierto para violín núm. 1, donde elevó especialmente la extensa cadencia, convertida más en un monólogo interior que en un alarde virtuoso.
Gautier Capuçon fue un solista demasiado elegante y lírico para el Concierto para violonchelo núm. 1, del sábado día 17, aunque Nelsons supo encontrar el acompañamiento ideal. Fue más interesante verle tocar como propina, junto a la sección de violonchelos de la Sinfónica de Boston, un arreglo del bellísimo preludio de las Cinco piezas para dos violines y piano, que proviene, en realidad, de la banda sonora de la película El tábano, de Aleksandr Faintsimmer. Nelsons completó la velada con una interpretación intensa y concentrada de la Octava sinfonía, con una cuerda impresionante y unas sobrenaturales flautas en frullato, que terminaron con veinte segundos de suspensión antes de los bravos finales.
Pero la mañana del domingo día 18, la Orquesta de Massachusetts ofreció su mejor concierto ante una sala un poco más vacía. La Sexta sinfonía fue lo mejor escuchado hasta el momento en este festival, con un extenso, espacioso y desolador largo, con solos excepcionales en los que sobresalió la solista de flauta Lorna McGhee, seguido de un afilado allegro y un exuberante presto final. La Sinfonía núm. 15 sonó más sofisticada y con un carácter más enigmático; brilló en sus solos el concertino Nathan Cole, pero también la sección de percusión, que otorgó una dimensión cósmica a los compases finales, que volvieron a dejar extasiado al público antes de que estallara en una ovación.

La música de cámara también ha marcado los primeros días del Festival Shostakóvich de Leipzig. Pocos cuartetos pueden presumir de haber interpretado más integrales de Shostakóvich desde 1992 que el Quatuor Danel. Este conjunto belga atesora la tradición rusa en esta música, que Valentin Berlinsky transmitió del Cuarteto Borodin y Fyodor Druzhinin del Cuarteto Beethoven, y que sus integrantes han sabido combinar con una visión más cosmopolita. Pero su profundo conocimiento de la intimista y riquísima integral cuartetística de Shostakóvich les permite ordenar el ciclo de forma que cada concierto se convierte en una revelación. Lo comprobamos el sábado día 17 con una segunda parte en la que contrapusieron la primera versión del Cuarteto núm. 9, de 1961, que Shostakóvich quemó (y Olga Digonskaya consiguió recuperar de sus bocetos), y la definitiva, completamente diferente, que los Danel revelaron con una asombrosa y natural mezcla de tranquilidad e incertidumbre. Pero el domingo día 18 fueron todavía más lejos con una interpretación absolutamente perturbadora del Cuarteto núm. 13, escrito entre 1969 y 1970, que convirtieron en una especie de jam session infernal con ese uso del col legno, que hizo sonar los instrumentos como ataúdes. Y prosiguieron cediendo los primeros atriles al Cuarteto Gewandhaus en las infrecuentes Dos piezas para octeto de cuerda, op. 11.
Los conciertos del domingo día 18 concluyeron con el primero de los recitales en la sala grande de la Gewandhaus. Daniil Trifonov volvió a fascinar con su intrépida y descarnada introspección al tocar la integral de las sonatas pianísticas de Shostakóvich, tanto la sorprendentemente moderna Sonata núm. 1, op. 12, de 1926, que tanto interesó a Prokófiev, como la más tradicional Sonata núm. 2, op. 61, de 1943, que es un homenaje a su profesor de piano, Leonid Nikolayev. En la segunda parte se le unió el violinista Nikolaj Szeps-Znaider, tanto en el boceto de Sonata para violín, de 1945, como en la que completó y dedicó a David Oistrakh en 1968 (op. 134). El resultado musical fue más una brillante suma de individualidades entre Szeps-Znaider y Trifonov que verdadera música de cámara, aunque repitieron como propina el sardónico allegretto, con un resultado muy superior. Mi colega Luis Gago seguirá relatando la próxima semana todos los eventos musicales venideros en este festival, que todo indica que se convertirá en una de las citas musicales más importantes de este año.
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