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Festivales de música
Crónica
Texto informativo con interpretación

Las músicas del pueblo se hacen fuertes en las plazas de Cáceres

El multicultural festival Womad lega este año la eclosión de Sanguijuelas del Guadiana, jovencísimos héroes rurales extremeños

Imagen del concierto de Sanguijuelas del Guadiana, el 10 de mayo en el festival Womad de Cáceres.

Un chaval y una chavala que aún andan lejos de la treintena se abrazan en la noche cacereña con la fuerza de quien temiera la inminencia de algún cataclismo. No queda claro si en los rostros se les está dibujando una sonrisa o un gesto de vértigo, hasta que él acierta a resumir sus sensaciones con apenas cinco palabras en inequívoco acento terruñero:

—Tía, esto es pa’ levitar.

La escena acontece pasados unos cuantos minutos de la medianoche del pasado sábado frente al segundo escenario del festival Womad. Quienes han provocado ese desafío a la ley de la gravedad resultan ser una vocalista libanesa que a veces se inspira en las cantinelas tradicionales que escuchaba de niña y un productor de sangre siria y checa que mediante sus misiles electrónicos ha convertido la monumental plaza de San Jorge, con su característica estructura de graderío, en una rave desaforada. Petra Hawi y Henry Manja integran el dúo de etnotecno Rust y es muy probable que la pareja a la que despegaron del suelo ignorase de antemano su nombre y a estas alturas lo haya vuelto a olvidar. Pero en realidad, esa sensación de sorpresa y fe razonablemente ciega en las bondades del menú musical forma parte del encanto de cualquier Womad.

Imagen del concierto de Angélique Kidjo, el 9 de mayo en el festival Womad de Cáceres.

“Este es un festival en el que el 90% del público desconoce al 90% de los artistas”, asume con una sonrisa Chema Fernández, director en España de esta franquicia de eventos callejeros en torno a las llamadas “músicas del mundo” que ideó durante los primeros años ochenta el mismísimo Peter Gabriel, y que en esta ciudad Patrimonio de la Humanidad cumplía este fin de semana su edición número 32. Siempre en mayo, siempre ocupando plazas y rincones monumentales y sin que ninguno de sus numerosísimos asistentes (los cálculos acumulados para los tres días de conciertos rondaban este año las 160.000 almas) haya tenido que abonar un céntimo: los 480.000 euros que cuestan estos 16 conciertos en formato grande, cinco de artistas locales, talleres, mercados y encuentros varios los asume un consorcio integrado por el Ayuntamiento, la Diputación cacereña y la Junta de Extremadura.

“La música es la mejor medicina que conozco contra la intolerancia”, resumía a este periódico la cantante de Benin Angélique Kidjo, reina sin rival de la música africana desde la muerte de Miriam Makeba e indiscutible cabeza de cartel para estas jornadas en las que ritmos étnicos, instrumentos exóticos y vestimentas de rotundo furor cromático se apoderan del escenario de la Plaza Mayor y el ya mencionado de San Jorge. Kidjo, tan capaz a sus joviales 64 años de enarbolar el viernes la herencia de Makeba (Pata Pata) o de Talking Heads (Once in a lifetime), y hasta de cantarle en inglés a las bondades del amor (Meant for me) con la fe romántica de una chiquilla, se llevó una salva de aplausos cuando clamó por “un planeta con más compasión y empatía”. Pero no hubo demasiadas proclamas ni solemnidades esta vez, quizá porque tenemos el mundo tan pachucho y desnortado que, en efecto, más nos vale olvidarnos de todo y levitar durante un ratito.

Imagen del concierto de Angélique Kidjo, el 9 de mayo en el festival Womad de Cáceres.

Solo el murciano Pascual Cantero, Muerdo a efectos musicales, afiló el verbo para “denunciar bien fuerte que no conquistaremos la verdadera democracia mientras Israel cuente con un gobierno genocida y asesino”. Pascual es de esos tipos a los que las miserias de la geopolítica le pellizcan en carne propia: la próxima semana viajará a Cuba porque recibe un premio de la feria Cubadisco, pero de ahí debería saltar a Nueva York para participar en el LAMC, unas conferencias sobre música latinoamericana, y la nueva administración de Trump “no admite sellos cubanos en los pasaportes”, resopla el autor de Lehos de la ciudad. La bandera cuatricolor palestina ondeó de vez en cuando entre la multitud y se desplegó en varios balcones, pero pocas efusividades ideológicas hubo en unos días de mucho mini de cerveza, bocata a la intemperie, camaradería intergeneracional y una insólita ausencia de accidentes o altercados.

“Los cacereños están ya tan acostumbrados a este trasiego que muchos de ellos ya nacieron con él. Y de cara a 2031, cuando Cáceres aspira a ser Ciudad Europea de la Cultura, el Womad tendrá que seguir estando aquí”, razona Chema Fernández, ciudadrealeño de 48 años que ejerce como cabeza visible de Sonde3, la promotora que gestiona ahora la marca Womad en España después de dos décadas en manos de la canaria DD Company. A Fernández solo le desvelan los imponderables de seguridad en un evento de dimensiones aparatosas, “porque la maquinaria artística está tan engrasada que todo acaba saliendo bien siempre”. Pero la tarde del sábado acabará siendo testigo a pocos metros, desde el foso del escenario principal, del momento sin duda más alucinantemente entrañable de todo el fin de semana.

El Gato con Jotas, el 8 de mayo en el festival Womad de Cáceres.

Sucedió a la caída de la tarde y en mitad de la actuación de Sanguijuelas del Guadiana, tres criaturas de la Siberia extremeña que ya son ídolos regionales y tienen todas las papeletas para liarla parda en cuestión de muy pocos meses. Desde el extremo izquierdo del escenario, Juan Grande —teclados y segundas voces— advirtió un remolino de gestos y aspavientos desde el centro de la plaza, elevó la mirada y ya no se pudo morder la lengua: “¡Ole, que está ahí mi abuela, mecagüendiez!”. Un cuarto de hora más tarde, el chaval, de 26 años recién cumplidos, hacía momentánea dejación de funciones, saltaba del palco con elasticidad olímpica y se fundía en un abrazo lindísimo y empañado en lágrimas con doña Consuelo, su abuela paterna, que a los 82 años había conquistado la primera fila del público para ejercer de legítima groupie.

‘Ergullu’ bellotero

Grande, el bajista Víctor Arroba y el cantante Carlos Canelada —un pipiolo que habla poquito, sonríe siempre y a sus 22 primaveras escribe letras con la sabiduría de un sociólogo experimentado— han colocado en el mapa Casas de Don Pedro, uno de esos pueblos ignotos de la estepa pacense en los que la sangría demográfica está adquiriendo tintes de marcha fúnebre. Los sanguijuelas encarnan el orgullo rural extremeño con una tenacidad de mohicanos, erigen un dique de contención frente al éxodo con un lirismo entre callejero y lapidario (“ya casi siempre somos menos en los bares”), apelan sin complejos al estilismo de chándal, camiseta futbolera y botijo de tintorro para aclarar el gaznate, aspiran las eses, devoran las des intervocálicas y resuelven todas sus dudas existenciales, sonoras y temáticas consultando los santos evangelios de Estopa y Extremoduro, incluso las escrituras apócrifas de Chunguitos o La Plazuela. Hace unos meses parecían resultones. Hoy se han vuelto apasionantes. Un cartón que proclamaba el lema “Ergullu estremeñu” desde las primeras filas del público, en perfecto castúo y con el pertinente dibujito de una bellota a modo de signo de admiración, quizá acabe recordándose como una partida bautismal: este sábado, ya bajo los auspicios de Prevost, nació algo seguramente muy grande.

Imagen del concierto de Muerdo, el 9 de mayo en el festival Womad de Cáceres.

Moviendo los hilos desde la sombra, como mánager y productor guadianesco, asoma la figura de Jorge González, teclista y percusionista en los todopoderosos Vetusta Morla, que ahora ha orillado esa faceta de ídolo de masas para recuperar la fascinación y los nervios primerizos en este nuevo apostolado suyo como descubridor de talentos emergentes. “Los Sanguijueja son una fuente imparable de ideas, yo solo voy intentando encauzarlas”, se asombra de unos chiquillos a los que incluso se les ocurrió colocar en medio del pueblo un gran cartelón con su nombre que imita los viejos y maravillosos azulejos publicitarios del Nitrato de Chile. González decidió que la publicación del primer álbum de sus pupilos, Revolá, solo podía acontecer este próximo 15 de mayo, para hacerla coincidir con la procesión de la patrona de Casas de don Pedro por la ribera de la localidad.

“Al final creo que la vamos a liar un poquito”, se sonríe Juan, el sanguijuela más elocuente de los tres, un aplicado alumno de Producción Audiovisual que acabó renunciando a la titulitis y la deslumbrante fanfarria matritense para vivir su verdadero sueño del rock rumbero. “Los mil y pico del pueblo se van a apuntar a nuestro concierto en el prado, eso seguro, pero cada vez recibimos más y más mensajes de gente que vendrá de todas partes”. Hasta puede que también la cantante Ede y la actriz Carolina Yuste, devota de sus paisanos, y que en poco más de una semana protagonizará un insólito videoclip de 10 minutos para el tema que da título al elepé. Una suerte de Thriller, pero con tractores, guiños a los late night televisivos y metáforas del desarraigo. Ahí es nada.

En un momento en que sobre el Google peninsular siguen aflorando nuevas chinchetitas de festivales con abonos no precisamente módicos (en lo que ya no se sabe bien si es boom o burbuja), Womad se erige como una excepción gratuita, popular y raruna para la que solo se precisa abrir bien las orejas y dilapidar cualquier prejuicio. El director internacional de la marca, el británico Chris Smith, diseña una propuesta artística tan ecléctica que hasta las referencias a la multiculturalidad parecen quedarse chicas. Muchas de las formaciones que estos días se explayaron ante miles de nuevos oyentes —fueran atentos, curiosos o circunstanciales— no habían pisado aún la Península o solo se las había visto por pequeños clubes. Pero dos de ellas, Nusantara Beat y Ácido Pantera, entregaron sendas actuaciones memorables cuando la noche del sábado ya se adentraba en horario golfo.

Imagen del concierto de Ácido Pantera, el 10 de mayo en el festival Womad de Cáceres.

Los Nusantara, sexteto holandés devoto de la música indonesia (habrían dado el pego, por vecindad índica, en la tercera temporada de The White Lotus), resultaron ser lo más excitante que hemos conocido en la neopsicodelia de inspiración asiática desde los fabulosos Dengue Fever. Megan de Klerk canta con magnetismo de deidad budista bajo el sustento de unos teclados interestelares y estridentes (eso es fundamental) o los guitarrazos de la escuela sinfónica. “Somos como unas vacaciones en la playa, pero sin precios inflados ni botellas de plástico en la arena. Lo nuestro es gratis total”, se carcajeaba Megan.

Mayor complicidad aún suscitó el trío colombiano Ácido Pantera, una locura de electrónica tropicalista que acostumbra a encadenar un tema detrás de otro para que no haya armadura ósea capaz de resistir el envite. Si alguien duda sobre la concupiscencia de la noche bogotana, puede refutar sus sospechas con una dosis (o sobredosis) de este artefacto desmelenado y con el carisma escénico de Juan Correal, que físicamente parece un Paco León en modo morenazo.

Ojo: que el resplandor de la música “pa’ levitar” no nos prive también del encanto de, por ejemplo, Ana Lua Caiano, una joven portuguesa de largas trenzas que va edificando un monumento de música popular y electrónica desde la soledad más completa. Caiano maximiza el efecto acumulativo de esas grabadoras que reproducen en bucle patrones rítmicos, coros y demás efectos. Como lo de Ed Sheeran, solo que a orillas del Tajo. Y en modo lusitano, pero muy lejos del tópico de la saudade.

Algunos de estos nombres se filtrarán como lluvia fina en las nuevas listas de Spotify de los asistentes. Para otros detalles pequeños pero elocuentes habría que tirar de prismáticos desde la inmensidad de la Plaza Mayor. Durante el concierto de Kumbia Boruka, esa divertidísima formación mexicana de baile tropical, solo quienes conserven vista de lince repararían en el mensaje que su cantante, un caballero chaparro y con bigotito, un fantástico agitador de masas, lucía en la visera.

Eran solo tres palabras: “No soy ilegal”.

Definitivamente, a los partidarios del líder mundial de pelo naranja no se los esperaba estos días por las ágoras cacereñas.

El Womad de Las Palmas, en la cuerda floja

Mientras la cita anual de Cáceres con eso que aún se sigue llamando world music –aunque la etiqueta cada vez suena más anacrónica– goza de buena salud, el otro emplazamiento español descarriló el año pasado y no parece que por ahora vaya a reemprender su camino. Después de 30 entregas en Las Palmas de Gran Canaria durante el otoño insular, la edición que debería haber tenido lugar en noviembre de 2024 se canceló por desavenencias económicas y políticas entre las autoridades isleñas. De cara al año en vigor, Chema Fernández, director de Womad España, admitió a EL PAÍS: “Nuestra propuesta para 2025 lleva siete meses en las mesas de las instituciones canarias, y ni siquiera nos han respondido. Es probable, en consecuencia, que no se celebre, pero eso de no contestar nos parece bastante feo…”. Fernández también anotó su interés por tantear nuevas ubicaciones del Womad “en ciudades patrimoniales, zonas costeras o entornos bonitos”, entre los que mencionó Málaga o Cuenca “a título de ejemplo”, aunque todavía no se han abierto negociaciones. 

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