Nada hay más subversivo que un gandul que presume de serlo
Hasta la tele, que nació como el gran narcotizador, un fumadero de opio doméstico y sin humos, está llena de gente que compite por hacer cosas


Andrés Trapiello presumió de ser un gandul en el programa de Carlos Alsina que se emitió desde la Feria del Libro de Madrid. Los colaboradores soltamos una risotada y apostillamos que menos mal: Trapiello tiene una de las obras más extensas y ambiciosas de la literatura actual. No hay estantes que soporten sus muchos libros.
Aún no he conocido a un solo estajanovista (ahora se hacen llamar workaholics, con lo bonito que era recordar al minero soviético Stajanov) que no quite hierro a su trabajo y no se refiera a él en términos humildes y menospreciativos. Eso se debe a que su laboriosidad casi siempre encierra una paradoja: su inmensa producción está dedicada a exaltar lo improductivo, como el paseo, el humor, los libros viejos, la conversación sin propósito y, en general, las cosas que se hacen porque sí, sin que al final de ellas se encuentre un premio, un cargo público o una vulgar epifanía.
En un mundo hipercompetitivo donde la religión mayoritaria dice que para conseguir los sueños solo hay que luchar por ellos, estos gandules son revolucionarios. Pocas cosas molestan más que un perezoso profesional. Todo lo que antes era holganza son ahora actividades programadas. Hay apps incluso para competir por ver quién lee más libros, cuando desde Don Quijote sabemos que los libros solo los leen los locos y los vagos.
Hasta la tele, que nació como el gran narcotizador, un fumadero de opio doméstico y sin humos, está llena de gente que compite por hacer cosas. Ni siquiera los vagos profesionales son ya vagos: se suponía que Gran Hermano era la ocasión de ver la decadencia humana en toda su largura, pero no paran de conspirar y de plantear retos y objetivos. Aquello es un frenesí agotador.
Nada ofende más el decoro que un gandul que presume de serlo. Trapiello lo sabe, y nosotros también.
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