Activismo con banda sonora
Sin sus tres músicos y el coro de fondo, el filme solo sería una película social europea más, y no la feliz extravagancia que finalmente es


Una decisión fuera de norma, insólita y valiente, arriesgada y procaz, puede comerse literalmente una película, o al menos el relato que se pretende contar dentro de ella, o, en cambio, salvarla de la medianía, del olvido inmediato, gracias a un recurso a medio camino entre la forma y el tono que acabe englobando un espíritu artístico.
LA MUJER DE LA MONTAÑA
Dirección: Benedikt Erlingsson.
Intérpretes: Halldóra Geirharosdóttir, Jóhann Siguroarson, Juan Camilo Román Estrada.
Género: social. Islandia, 2018.
Duración: 101 minutos.
En La mujer de la montaña, tercer largometraje del islandés Benedikt Erlingsson, una fábula de activismo social que degenera en terrorismo ecológico, esa táctica de derribo, esa osadía narrativa, reside en una destrucción constante de la cuarta pared: la banda sonora, de corte disonante y matices estrambóticos, se hace carne dentro del plano con la presencia de los músicos que la tocan y sus instrumentos (percusiones variadas, principalmente una caja, además de una tuba y un acordeón), detrás o delante de su personaje principal y de sus secundarios, como un coro griego que, en lugar de recitar pasajes líricos sobre el contexto de la historia, expulsa notas conformando un estilo aglutinador. Y el estilo, de ese modo, muta con su presencia casi constante, junto a la de un coro de música tradicional ucraniana, hasta convertir a la película en un inclasificable musical social, tierno y singular.
Con ecos de las bandas gitanas de Emir Kusturica, sobre todo de Gato negro, gato blanco, donde los músicos acompañaban las peripecias de los personajes, pero a lo bestia, con mucha mayor presencia, Erlingsson explota el recurso de principio a fin en una obra que, de todos modos, va virando en cuanto a su género, mucho más interesante cuando circula en torno a la tragicomedia social que cuando deriva hacia la aventura de supervivencia.
Como en De caballos y hombres (2013), su ópera prima, un absurdo cercano al de las obras de Roy Andersson domina un conjunto de fuertes raíces simbólicas, donde su heroína no deja de ser una Artemisa del nuevo milenio, diosa de la caza, la naturaleza y los animales salvajes, reconvertida en agitadora por su defensa del ecosistema. Pero sin sus tres músicos de fondo y, sobre todo, sin la banda sonora de David Thor Jonsson, La mujer de la montaña solo sería una película social europea más, y no la feliz extravagancia que finalmente es.
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