“El renacer de la UE pasa por acoger refugiados”
El director francés Robert Guédiguian estrena 'La casa junto al mar', una película que gira en torno a la hermandad y la inmigración


“El renacimiento de Europa pasa por la acogida de los refugiados”, dice el director Robert Guédiguian. “Y por la eternidad de la hermandad”, añade la actriz Ariane Ascaride. Así, realizador e intérprete dan una clave que vale tanto de resumen de la situación del continente como de moraleja de La casa junto al mar, su última película que se estrena ahora en España.
Guédiguian habló la semana pasada con EL PAÍS sobre la actualidad social y política sin tapujos, cuando la traslada a la pantalla la esencializa, le da el aspecto de fábula que acostumbra a tener su cine y para explicarlo alude a Adorno: “Hay que mostrar la posibilidad de lo imposible. Las películas deben hacer propuestas, calificar el mundo, pero también anunciar estados nuevos, lo que podría ocurrir”.
En La casa junto al mar crea un universo en una pequeña localidad costera cercana a Marsella, epicentro de la mayoría de sus filmes y la ciudad donde nació hace 64 años. Una cala, en la que el tiempo parece haberse detenido, que experimenta un revulsivo, primero con el regreso de tres hermanos que por la enfermedad de su padre vuelven a ese lugar de juventud y después con la llegada de una patera que deja allí a tres niños también hermanos. Con estos elementos crea ese cóctel de realidad y ficción en el que los sabores de ambas se mezclan: “Los refugiados no llegan a esa zona de Francia por mar”, aclara el director. Una licencia que no choca. El espectador está acostumbrado: en 2018, hasta el 18 de marzo, habían muerto o desaparecido 495 personas en el Mediterráneo, según la Organización Internacional para las Migraciones, y 12.983 habían llegado a las costas italianas, griegas, españolas y chipriotas. Datos que no parecen entrar en la conciencia de la Unión Europea a la vista de las pocas soluciones que toma. “Si todos los medios que usamos para impedir que los refugiados entren, para devolverlos a su casa, para que Turquía ejerza de carcelera se utilizaran para acogerlos se solventaba parte del problema. Pero claro, hay que tener valor político para hacerlo”, afirma Guédiguian que con sus filmes quiere meter el dedo en esa llaga.

No es la única herida que sangra, hay otro común denominador en sus filmes: la nostalgia de una izquierda que “existe poco”. “Piensas a la derecha y sientes a la izquierda”, dice uno de los personajes en el filme, a lo que el director agrega que la única forma de combatir a la derecha es mantenerse firmemente en el lado contrario, “no ceder en nada”. “La izquierda podría renacer si se reafirmase en sus principios, en uno solo, el principal: estar a favor de compartir la riqueza”. Pero la nostalgia no se queda solo ahí, es el estado del lugar, de los personajes, de ese “islote comunista” como llaman al restaurante para obreros creado por el padre y que el hermano que lo regenta no quiere adaptar a los nuevos tiempos más turísticos. El tiempo detenido en una cala sobre la que regularmente pasa el tren, pero no para. Sin embargo, Guédiguian no siente nostalgia del director que era hace 20 años: “Ni 30, estoy muy contento. En mi carrera todo tiene una coherencia aterradora”. Ascaride, su esposa y una de sus actrices fetiche, apostilla (lo hizo durante toda la entrevista, ponía su toque a las respuestas a veces para añadir información, otras para matizar): “Ha progresado. Cuando era joven le era tan urgente tener un discurso político que olvidaba la emoción —indispensable para el público—. Ahora lo gestiona mucho mejor”.
"En mi carrera todo tiene una coherencia aterradora"
Actriz y director son solo dos del clan que habitualmente trabajan juntos. Afirman que son como una compañía teatral, en este caso, está muy marcado. Guédiguian ha hecho de la cala el teatro, la terraza de la casa de los hermanos —que ya utilizó en Ki lo sa? (1986)— es el escenario, los vecinos sus espectadores y en ese pequeño lugar reproduce los problemas, las pasiones, los sentimientos, “es posible contar el mundo entero, como hizo Chejov”, explica. “El pecado del cine es el naturalismo que te obliga a hacer malabarismos”. Para Ascaride, cuyo padre hacía teatro amateur, “es su vida”. La intérprete dice que en dos ideas de la película resume la realidad de su profesión, Angèle, su personaje, quería hacer teatro militante pero la vida quiso que actuara en telefilmes. “Todos los actores sueñan con ser Lear y las actrices con ser Liubov en El jardín de los cerezos. Pero la realidad no es así. La vida del intérprete es ser el objeto de deseo de un director y hoy, aún peor, ¡de una productora! —de una empresa—“. Hablando de actores ambos se alegran del César de Honor que hace unas semanas recibió Penélope Cruz. “La adoro”, exclamó Guédiguian. “Está al nivel de Sofia Loren”, sentenció Ascaride.
El director ya está trabajando en su próximo proyecto, lo define como “un horror”. “Un testimonio muy duro en torno a las formas en las que los más desfavorecidos intentan sobrevivir, sobre todo los más jóvenes que no logran salir del agujero. Vuelvo a La ciudad está tranquila y Lady Jane. Va a ser una película muy dura”.
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