Cornell y Juan Gris retoman su relación en Nueva York
El Metropolitan explora la afinidad entre dos artistas que nunca se conocieron

El 21 de octubre de 1953, Joseph Cornell abandonó el estudio que mantenía en el sótano de la casa de Utopia Parkway, en el barrio neoyorquino de Queens, donde vivía recluido con su madre y un hermano discapacitado, y se dirigió en metro a Manhattan. Sus expediciones tenían como fin dar con los objetos heteróclitos que acumulaba en sus celebradas “cajas de sombra”, aunque aquella tarde quería ver una exposición que la legendaria Janis Gallery, hoy desaparecida, dedicaba a los artistas más influyentes del siglo XX. Había obras de Matisse, Picasso y Mondrian, entre otros muchos, pero fue un cuadro de Juan Gris, (Hombre en el café,1914) lo que conmocionó a Cornell hasta tal punto que durante los 13 años siguientes se entregó de manera obsesiva e intermitente a la realización de la más extensa serie de cajas de sombra que jamás dedicó a ningún objeto de su atención artística a lo largo de su vida. Aquella obsesión toma forma en una exposición en el museo Metropolitan de Nueva York.
En 1953, Cornell era un artista reconocido que gozaba de la admiración y amistad de algunos de los intelectuales, poetas y artistas más importantes de su tiempo, entre ellos Marianne Moore, John Ashbery, Susan Sontag, Marcel Duchamp o Mark Rothko. Tampoco se puede decir que Juan Gris fuera un desconocido para el norteamericano. Según contó en su diario, la misma mañana que acudió a la exposición había estado leyendo la monografía que Guillaume Apollinaire le dedicó al artista español, pero el encuentro con Hombre en el café le hizo ver en Gris “un espíritu cálido y fraterno" con quien sintió necesidad de conectar urgentemente. Entra aquí la extrañeza esencial de su carácter. Había en Cornell algo irreductible y es eso, precisamente, lo que trata de atrapar esta muestra insólita. Profundamente solitario, devorado por anhelos y pulsiones que jamás lograría calmar, la textura del deseo insatisfecho que dio forma a su vida se refleja en su trabajo, marcado por fetichismos de signo inocente. Sentía necesidad de contacto físico, pero nunca logró consumarlo. Gozó de la amistad de Marianne Moore y Susan Sontag, que caracterizó con precisión la inquietante extrañeza de Cornell señalando que “no habitaba un cuerpo sino una cabeza”. En su autobiografía, La red infinita, Yayoi Kusama, describe sus frustrantes encuentros con Cornell en el jardín de su casa. Cuando falleció en 1972, seguía siendo virgen.
La caja es la metáfora central de la vida y la obra de Cornell, su fábrica de sueños, reflejo de una existencia solitaria y privada de afecto. Recientemente, el Metropolitan anunció que Hombre en el café pasará pronto a formar parte de su colección permanente y para marcar el evento los responsables de la institución decidieron exponer las cajas de sombra de Cornell junto a la obra de Gris que las inspiró. Hay algo conmovedor y misterioso en Aves de un mismo plumaje: Homenaje de Joseph Cornell a Juan Gris. Dispuestas en cuatro vitrinas que ocupan el centro de una sala minúscula, una docena de “cajas de sombra” se alinea frente a la tabla de Gris. Con variaciones, el espacio central de cada caja está presidido por la imagen de un ave exótica tomada de un tratado de ornitología publicado en Inglaterra en el siglo XIX. Gris murió en 1927 en París, ciudad a la que Cornell siempre deseó viajar, aunque como tantos de sus anhelos, el sueño jamás se haría realidad. La muestra del Metropolitan busca hasta el 15 de abril explicar el misterio de la afinidad entre dos artistas cuyas trayectorias jamás llegaron a cruzarse, logrando de manera mágica dar vida a una región imaginaria en la que sus poéticas coinciden luminosamente.
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