Peliculilla
Cegados por la codicia, volcados sobre las pantallas del móvil, la peña de caimanes vive intensamente la volatilidad de esas monedas en las casas de cambio


Desde hace meses, vengo asintiendo a la proyección de una serie de ciencia ficción que una panda de soñadores filma a diario en un grupo de WhatsApp y una batería de ordenadores. La quimera aborda el frenesí fabulador de una cuadrilla que pretende hacerse millonaria comprando monedas digitales y apostando a su revalorización. Hasta ahora no lo han conseguido, pero disfrutan fantaseando con billetes y lujos suntuarios.
El rodaje comenzó el pasado año, coincidiendo con el respingo alcista del bitcoin y las ansias de los seis allegados por amasar dinero a espuertas sin pegar un palo al agua. Después de varias reuniones preliminares coincidieron en que el futuro de la circulación monetaria está en la cosa criptográfica, descentralizada, en la tecnología blockchain.
Todos ellos expertos en informática y uso de redes sociales pero sin un duro, agruparon la calderilla disponible y compraron varias criptomonedas. Lo hicieron después de haber liado en la operación a padres y abuelos, uno con sus facultades mermadas por un ictus, otro con serios problemas de memoria y un tercero al que igual le da ¡arre! que ¡só!.
Cegados por la codicia, volcados sobre las pantallas del móvil, la peña de caimanes vive intensamente la volatilidad de esas monedas en las casas de cambio. Las han rebautizado con el nombre de chicharros, y escrutan sus movimientos minuto a minuto. El estado de ánimo de los visionarios también es volátil: se deprime cuando la cotización cae y se viene arriba cuando remonta.
Los productores-actores de la peliculilla no se ajustan a un guión, ni actúan aunque lo pareciera observando su exaltación cuando brindan por el futuro digital y sus inexistentes fortunas. Son creyentes.
El más conservador del grupo cuenta que con los beneficios de la reventa virtual pagará la entrada del piso; el resto, el piso entero con un yate en la piscina. Los abuelos se piden una Smart Tv. Netflix debiera comprar este auto sacramental tuneado.
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