¡Friends forever!

Del cielo nos han caído unas escenas censuradas de Friends tras la más que justificada paranoia del 11-S. Monica y Chandler se disponen a coger un vuelo para su luna de miel y las normas de seguridad del aeropuerto alteran los planes. No pierdan el tiempo leyendo esto: enchúfense a YouTube y disfruten de aquellos minutos salidos ahora del armario que encierra lo políticamente incorrecto.

El programa que sigue marcando época no queda aplastado por la exigente apisonadora del tiempo. Es comedia pura. Comedia clásica y matemáticamente urdida en sus enredos, sus situaciones, sus asombrosos diálogos y sus medidos y disparatados ingredientes salidos de la magistral destreza que le insuflaron David Crane y Marta Kauffman. Si educa hijos preadolescentes y padecen de adicción a la predominante bazofia que aparece en Disney Channel, enchúfeles Friends y elevará sus gustos hasta un límite en que no volverán a caer en la tentación de consumir basura infantiloide.

De paso, disfrute usted la experiencia junto a la locuaz e irrefrenable entrega al sarcasmo de Chandler, la maniática y desternillante pasión por el orden de Monica, la torpe e inmadura concepción del mundo que lastra a Ross, la agilidad y destreza cómica que acompañan la vida de antigua reina del instituto de Rachel, el surrealismo naif, pero a menudo despiadado de Phoebe y los magistrales excesos cargados de sorpresa continua e inocente seducción que nos regala Joey.

La serie se ha convertido en un estado de gracia universal de la comedia televisiva. Un canon frente al que todo lo que había antes y vino después se siguen enfrentando. El rasero cruel para el resto, aún nunca superado salvo si vuelves a repasarlo. La única forma de disfrutar de algo mejor que Friends es la propia Friends. Regresar a ella. Gana con el tiempo. Pura magia. El glorioso misterio de la gracia y la risa.