El melón
Los veranos son como los melones (los de comer, quiero decir). Hasta que no los abres, no sabes cómo van a salir. Se lo digo yo, que solo piso los mercados por razones estéticas, cuando vienen a visitarme amigos de fuera, y que las pocas veces que he intentado abrir un melón, solo he logrado apuñalarlo o, si el cuchillo era de mala calidad, quedarme con la empuñadura en la mano. Pero he abierto ya algunos veranos. Los jugosos y dulces cuyo líquido se desliza por las comisuras de los labios mientras se nos escapa la risa. Los verdes y resecos que, a escondidas y disimuladamente, de espaldas al mar, te hacen contar los días que faltan para la Navidad y pensar que, tal vez entonces, todo vaya mejor y no haga tanto frio. Los veranos inmóviles como lagartos al sol. Los veranos de juventud y los veranos con los que intentamos alargar, y más tarde recuperar, la juventud. Los veranos con niños pequeños intentando que no se despeñen ni se ahoguen ni les coja una insolación. Los veranos de trabajo en ciudades (y cines) desertados especialmente para nosotros. Los veranos enfermos de paños fríos en la frente y labios cuarteados humedecidos por pedacitos de algodón empapados en agua. Los verano de luto. Los veranos de rummy. Los veranos de gin tónics. Los veranos drogados. Los veranos de vampiro. Los veranos perdidos, que pasan como si no los hubiésemos vivido. Los veranos largos en que no ocurre absolutamente nada (y que, en cierto modo, para mí, son también veranos perdidos, a los niños les ocurren miles de cosas, uno tiene que estar muy cansado para que no le suceda nada). Los veranos de las peleas furibundas con los amigos. Los últimos veranos. Los veranos que inauguran el resto de tu vida. Los veranos en que descubrimos que el verano no es una estación sino una o varias personas. Los veranos de “En busca de el tiempo perdido” y nada más. Y los veranos en que entendemos que lo que tememos no es el regreso a la rutina, al trabajo, a los días más cortos, sino el rencuentro con nosotros mismos. Y los veranos en que por fin logramos dejar de ser nosotros mismos durante un rato (durante un baño en alta mar), durante unos días, durante unas semanas, durante un verano. Suerte con el melón, que no se queden con la empuñadura en la mano.
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