Palo de gallinero
La nueva fórmula de enseñanza universitaria suena bien sobre el papel, pero campanillea con un ruido muy conocido en España, el del elitismo y la separación de clases


Aún está por saberse si el plante de los rectores a la aplicación de la nueva fórmula de enseñanza universitaria pergeñada por el Ministerio de Educación es de verdad un plante o solo un aplazamiento puntual. La reforma suena bien sobre el papel, pero campanillea con un ruido muy conocido en España, el del elitismo y la separación de clases. La masterización de las carreras universitarias se calca de modelos europeos y anglosajones. En España partimos de un único acuerdo general: que nuestro sistema educativo es fatal. Pero cuando viajas por ahí y te asomas a ciertas universidades con marca, descubres que la educación es un negocio nada ajeno a la propaganda. Y España lo que quiere es meterle mano al negocio y dejarse de romanticismos.
En tiempos de Ángel Gabilondo se llegó lo más cerca posible de un pacto político para la reforma educativa. Los líderes de la oposición mandaron parar porque no les cuadraba bien con la pugna electoral. Ahora han sido los rectores los que han mandado parar una reforma que nace con el pecado de no estar pactada con nadie. Pecado que no es menor, pero poco importa en la política española. De esto alguna responsabilidad tienen los medios de comunicación; basta ver la reprimenda que le ha caído a Pedro Sánchez por pactar con el Gobierno, pese a su esfuerzo por dejar claro que el acuerdo no difumina las discrepancias. Nadie quiere una foto complicada de explicar, pero ahí se labra la personalidad de un líder.
Joan Fuster, que era un inteligentísimo analista de la realidad sin salir de Sueca, gustaba de recurrir a aquel refrán de gallinero: la gallina de dalt caga la de baix. Es decir, que la gallina del palo de arriba defeca irremediablemente sobre la del palo de abajo. No es mala imagen para una reforma universitaria que vuelve a poner el dinero en primer plano, ya sea para ahorrárselo el Estado o para que los padres costeen a sus hijos una titulación competitiva. La reforma sería aceptable, si no acabara por dividir a los estudiantes españoles entre los del palo de arriba y los del palo de abajo. Aunque quizá todo esto da igual en un país que solo crece en desigualdad en cada balance objetivo.
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