Wagner en Medellín
Jorge Franco reflexiona en 'El mundo de afuera' sobre el abismo entre el deseo y la realidad


El escritor colombiano Jorge Franco (Medellín, 1962) gana el premio Alfaguara con El mundo de afuera, una novela de rara perfección, donde no hay un trazo equivocado, ni una frase que sobre o falte, tal es la sensación de su unidad narrativa. De su equilibrio entre la forma y la trama que encierra. Y de su empeño transfigurador de la materia humana, inasible en manos menos afortunadas, que maneja. Estamos ante la historia de un secuestro. Por tanto, de un asunto por esencia claustrofóbico. Y ya se sabe que estas cuestiones toman el rumbo de un tira y afloja humano traducido en una historia de supervivencia existencial. El secuestrador, amo absoluto de la situación, y el secuestrado, poseedor solo de su intemperie y su incertidumbre. Solo que esta vez Jorge Franco invierte los términos del drama que cuenta. Y en esta nueva dialéctica, el asunto del secuestro se vuelve secundario para dar lugar a una intensa reflexión sobre el insalvable abismo entre el deseo y la realidad.
Corren los años setenta del siglo pasado y un representante de las clases adineradas de Medellín, don Diego, es secuestrado. Un grupo de individuos, mandados por un pretendido jefe que responde al apodo del Mono, con diferentes prototipos psicológicos aunque de parecida extracción social, deciden el delito para un lucro que se prevé sustancioso y definitivo para sus aspiraciones personales. Pero sucede que don Diego no es un adinerado cualquiera. En los años cincuenta, decidida la herencia paterna en su beneficio por acuerdo mutuo, el millonario se traslada a Alemania, en plena posguerra. Allí da rienda suelta a su melomanía, a su amor por la ópera, en especial por todas las que llevan la firma de Wagner. Allí también conoce a la que será su futura esposa, Dita, y la madre de su hija, Isolda. Y en Alemania es donde toma otra determinación: hacerse construir un castillo (probablemente wagneriano, tan aparatoso y espectacular como sus óperas) en Medellín, con el asesoramiento de arquitectos germanos.
La trama de El mundo de afuera se despliega en varias capas narrativas. Todas ellas tienen que ver con diferentes voces narradoras. Aquí estriba todo el poder de encantamiento de esta sutil y a la vez violenta historia. Una voz es la del Mono cuando espía (o desea o fantasea con una princesa que lo saque de su agujero social) a Isolda jugando o danzando en los jardines del castillo; otras son las voces que nos llevan hasta el corazón del secuestro mismo, las voces in situ del Mono y don Diego, esperando uno el exitoso desenlace de su delito, y el otro, defendiendo su dignidad.
Otra voz es la del mismo Mono, en su vida cotidiana, la de don Diego cruzándose con la mismísima Callas en un teatro de Berlín. La voz de un médium belga para rastrear el lugar del secuestrado se confunde con la de los investigadores policiales y con las de la familia de don Diego. Cuando vemos a Isolda como una niña fantástica, terrenal y alada a la vez, la vemos a través de las palabras del Mono, su admirador infatigable, su antagonista social, y vaya a saberse si también su ambiguo semejante moral. Apenas hay lugar para la voz fuera de la novela.
Autor de obras como Rosario Tijeras, Paraíso travel o Santa suerte, Jorge Franco ha escrito una novela excelente. Trabajada con materiales de la realidad inmediata y con los de la irrealidad más imperiosa. (Su escritura roza el suelo más repulsivo y se alza con los sueños más imposibles). Se ha valido de un asunto de crónica negra para elaborar una fábula sobre fantasías contrapuestas: la del opulento que las puede satisfacer con el dinero y la del pobre que apenas las intuye desde su escondrijo de convidado de piedra. En esta brutal dialéctica, lastimosamente todos pierden.
El mundo de afuera. Jorge Franco. Alfaguara. Madrid, 2014. 312 páginas. 18 euros (electrónico, 9,99)
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