Las llaves que protegieron el milenario oro de Bactria
Durante 14 años cinco personas escondieron en Kabul las llaves que abrían las cajas fuertes con el mítico tesoro afgano


Cuando visité el Museo de Kabul en abril de 2001, encontré un edificio destartalado, cerrado al público y sin apenas objetos que admirar. Tres semanas antes, los talibanes habían destruido los Budas gigantes de Bamiyán y, menos conocido, cientos, tal vez miles, de estatuillas preislámicas a las que también había afectado la fetua del jeque Omar contra los iconos. No había ni rastro del oro de Bactria, una valiosa colección de ornamentos de oro y plata de dos milenios de antigüedad.
El misterio y los rumores rodeaban al destino de lo que hasta la retirada soviética de Afganistán en 1989 había sido una de las mejores colecciones de arte centroasiático. El abandono y pillaje, cuando no el intento organizado de borrar el pasado preislámico del país, ya habían empezado durante la guerra civil que precedió al régimen talibán. De los 100.000 objetos que se exhibían en 1979, apenas quedaban un tercio a mediados de los años noventa.
Según arqueólogos extranjeros, la fetua había sido una simple tapadera para ocultar un lucrativo negocio de venta de piezas arqueológicas y de manipulación de precios en los mercados internacionales. Una versión más optimista hablaba de una cámara secreta en la que se habrían salvado los tesoros afganos. Cinco llaves, custodiadas cada una de ellas por una persona distinta, garantizaban su inviolabilidad.
Era un cuento demasiado bonito para ser cierto y, sin embargo, dos años más tarde, durante el verano de 2003, el presidente Hamid Karzai pudo acceder al tesoro guardado en seis cajas fuertes en los sótanos del Banco Central. Allí se encontraban cerca de 22.000 piezas de oro y plata, además de manuscritos y otras antigüedades, testimonio del glorioso pasado del reino de Bactria que dos milenios antes había ocupado el norte de Afganistán. El último presidente comunista del país, Najibullah, ordenó salvaguardar ese patrimonio en 1989. Nadie había vuelto a verlo.
Con gran discreción y peligro para sus vidas, cinco hombres, entre ellos el actual director del museo, Omar Khan Massoudi, habían guardado el secreto de las llaves sin cuya combinación no podía abrirse la cámara. Al final hizo falta la concurrencia de varios cerrajeros. Pero la alegría por la recuperación de ese acervo histórico quedó pronto eclipsada por la constatación de que ni las instalaciones del Museo Nacional ni la situación de seguridad del país permitían exhibirlo para disfrute de los afganos.
Parte de la colección ha viajado durante los últimos años a los más importantes museos del mundo desde el Guimet de Paris hasta el de Melbourne, pasando por el de Antigüedades de Turín, el Nuevo Kerk de Amsterdam o la Galería Nacional de Washington.
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