No molesten
Las limitaciones del nuevo Gobierno egipcio a la información han dado con un puñado de periodistas en la cárcel


La situación política en Egipto está forzando los ejercicios de contorsión internacional de tal manera que uno ya no sabe dónde quedan los pies y la cabeza. La conversión de la primavera árabe en un regreso del orden militar tras el corto Gobierno islámico mantiene a las potencias occidentales en un tono bajo. Los Hermanos Musulmanes han pasado de irrumpir en los despachos de poder a estar perseguidos y el estallido del terrorismo hace pensar que manejaban los dos escenarios de una manera natural. Los sueños de libertad hace tiempo que quedaron sepultados bajo una losa llamada realidad y ahora no se oye tanto hablar del triunfo de las redes sociales en las calles de todo el mundo ni de una apasionante liberación mundial gracias a Facebook. Es más, no se oye hablar de nada.
Entre otras cosas porque las limitaciones del nuevo Gobierno egipcio a la información han dado con un puñado de periodistas en la cárcel. Aunque el australiano Peter Greste está detenido sin cargos desde diciembre, ha sido el arresto de los enviados de la cadena Al Jazeera, acusados de debilitar al Estado con sus informaciones, lo que ha abierto los ojos sobre una situación indeseable. Y las apelaciones internacionales para la liberación de los informadores se hacen también bajo ese discreto manto que es una de las lecciones más dolorosas de realismo político que se han recibido en los últimos tiempos.
Las cuatro estaciones árabes, como ya se podría conocer a la deriva de aquella primavera ilusionante, se corresponden con los distintos países. Si en Túnez aún se conserva ese espíritu primaveral, en Egipto hace tiempo que el calor veraniego agostó los ánimos. En Libia asistiríamos a un otoño marchito tras la caída de Gadafi y en Siria permanece el más crudo y cruel de los inviernos, incapaces de frenar la guerra y propiciar el derrocamiento de El Asad. Los periodistas y la información libre están secuestrados, anulados o proscritos, y entre ellos los españoles Espinosa, García Vilanova y Marginedas, que no merecen nuestro olvido. Todos padecen ser moneda de cambio en una batalla informativa a la que asistimos desde Europa con ojos y oídos tapados, al otro lado de una puerta donde cuelga el cartel de “No molesten”.
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