Martin Creed: el aire como material de escultura y obras que son números
El artista juega con el escepticismo ante sus creaciones en una retrospectiva que Londres le dedica

El nombre de Martin Creed se vio propulsado en el mundo del arte contemporáneo gracias a la obtención del Turner por una de las obras más controvertidas en la historia de ese premio: una habitación vacía con el único aderezo de unas bombillas que se encendían y apagaban intermitentemente. Un sector de la crítica renegó directamente de la instalación, pero trece años después el Trabajo no. 127 (subtítulo: Las luces que se encienden y se apagan) integra los fondos del museo Tate Modern. “Entiendo que la gente se enfade con algunas de mis propuestas, creo que hago lo que se supone que no debo hacer”, ha explicado el artista sin aparente sorna durante el estreno de una retrospectiva en Londres de su amplia producción, que abarca la pintura, la fotografía, el filme y unas instalaciones que rezuman mucho humor y deparan la sorpresa.

El propio título de la muestra en la galería Hayward, What´s the point of it? (algo así como “¿qué sentido tiene?” o “¿para qué sirve?” entronca con la resistencia de Creed a definir sus obras, que simplemente cataloga numéricamente desde el inicio de su carrera. El artista inglés (Wakefield, 1968), aunque escocés de adopción como delata su acento, suele adoptar un enfoque minimalista que despoja a sus trabajos de lo que considera innecesario. Tomó al mismo aire como “material de escultura” para realizar “un pequeño experimento” con una de sus instalaciones, una cámara con paredes acristaladas y casi repleta de globos blancos, a la que se invita al visitante a acceder. Algunos lo pasan bien, pero otros se sienten desorientados y agobiados en su lucha por un espacio. Quizá una metáfora de nuestra sociedad, aunque el autor se resiste a pronunciarse y espera que el público saque sus propias conclusiones.

La puerta que se abre y se cierra de forma mecánica (en eso consiste la instalación), las letras de neón que forman la palabra “madres” en inglés desde una gigantesca placa giratoria, las pinturas y retratos o el monumental mural con un millar de paneles con brócolis tintados de varios colores se despliegan por las dos plantas de la Hayward. También es enorme la reproducción digital de un pene instalada en una de las terrazas, y que la galería no recomienda a los menores de 18 años, como precisa un cartel. Entre los 160 trabajos de la exposición destaca la serie de esculturas a gran escala elaboradas con objetos de la vida cotidiana, ya sea sillas, mesas o pelotas usadas en diversas disciplinas deportivas.
La exposición, que permanecerá abierta hasta el 27 de abril en la galería del sur del Támesis, resulta original e incluso divertida para el gran público, cuenta con el aprecio de aquellos críticos que lo consideran un provocador inteligente y alimenta el debate de los escépticos sobre el concepto actual de lo que es arte. A él no parece importarle el sentirse cuestionado, más bien lo contrario. Y, llámesele o no arte, se trata del hombre que consiguió que los timbres de puertas y bicicletas, o las bocinas de los coches sonaran al unísono con el repicar de las campanas para celebrar con un gran efecto sonoro la apertura de los últimos Juegos olímpicos de Londres. El título de la estruendosa performance fue simplemente Trabajo no. 1119.
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