El sueño de Berlanga
Admiraba ver a Berlanga empeñado en mantener vivo cuanto consideraba lo mejor en su juventud, como las tertulias de café en las que se hablaba y se escuchaba, o el cine erótico, del que era apasionado; pero el que no se limitaba a las películas que él calificaba “de émbolo”, sino que tuvieran riesgo y fantasía; él soñaba con que esas películas —y en realidad todas se rodaran— en auténticos estudios de cine, y no en calles o apartamentos. Estaba convencido Berlanga de que los de su generación, que habían renovado el cine español llevándolo a sus mejores cotas de calidad, se habían equivocado en algo esencial: no habían respetado las leyes de la industria, sus estrellas, su lenguaje, sus maneras; en su lugar habían cortado en seco con la tradición, las costumbres y los gustos del público… En definitiva, habían contribuido a convertir el cine en algo “audiovisual”, lo que acabó significando su muerte. Había, pues, según insistía Berlanga, que volver a rodar en estudios, con toda su parafernalia, sus servicios y comodidades, y abandonar ese cine barato de cámara en mano hecho en cualquier lugar. Se movió sin éxito por decenas de despachos para conseguir su objetivo, hasta que su paisano Eduardo Zaplana propició la construcción en Alicante de la faraónica Ciudad de la Luz… que ahora está amenazada de cierre. La Comisión Europea ha declarado ilegales las ayudas concedidas por la Generalitat valenciana tanto a dichos estudios como a las películas que allí se han rodado, y pide que se devuelvan nada menos que 265 millones de euros. Un jarro de agua fría sobre el juvenil sueño de Berlanga.
Venía hablándose ya de la ruina de esta Ciudad de la Luz, tan fastuosa como alejada de la realidad: su vocación de atraer grandes producciones extranjeras apenas ha contado con un par de muestras importantes, y las españolas allí rodadas lo han hecho seducidas más por los estímulos económicos que por necesitar sus servicios. Así pues, otro bello decorado que se derrumba, como tantos hay por nuestra piel de toro, erigidos muchos de ellos sobre la vanidad de los gobernantes cuando no de sus venalidades. Berlanga era un romántico y también un provocador, le divertía chinchar, ir a la contra, pero sobre todo, era un tipo dado a contradecirse. Quizá por estas razones pretendió hacer que volvieran otros tiempos, evocando lo que fue la gran Cinecittà en sustitución del Neorrealismo… Pero, llorado amigo, nunca hay vuelta atrás.
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