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Tribuna
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El futuro del planeta se decide en la mesa

El sistema alimentario global es responsable del 80% de la deforestación de nuestro planeta

Cosecha de soja en el sur de Brasil en marzo de 2023.

Los titulares son desalentadores. El cambio climático se acelera, la biodiversidad se desploma y la degradación de la tierra avanza sin cesar. A menudo abordamos estas crisis como tres desafíos complejos y distintos, cada uno con sus propias soluciones. Pero ¿y si la herramienta más poderosa —y a menudo pasada por alto— para abordar simultáneamente las tres crisis estuviera justo frente a nosotros? Y, más concretamente, en nuestros platos.

Nuestro sistema alimentario global es una empresa colosal. Tiene el potencial de alimentar a más de 8.000 millones de personas, sustenta los medios de vida de más de 2.000 millones de personas, y moldea paisajes, costumbres y culturas en todo el mundo. Sin embargo, también contribuye con una quinta parte de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y es un factor clave en la pérdida de biodiversidad y la degradación de tierras, siendo responsable del 80% de la deforestación de nuestro planeta.

A pesar de su enorme impacto, los sistemas alimentarios han quedado en gran medida al margen de los principales marcos y acuerdos ambientales internacionales, como la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la Convención sobre la Diversidad Biológica y la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación. Esta exclusión refleja una carencia crítica en nuestra estrategia colectiva para garantizar un planeta saludable y proteger nuestro futuro, así como el de todas las formas de vida que lo comparten.

Nuestro reciente artículo en Nature, fruto de una colaboración entre 21 científicos de cinco continentes, enfrenta de lleno esta omisión clave. En él sostenemos que transformar los sistemas alimentarios es la intervención más escalable e impactante para revertir la degradación de la tierra, frenar la pérdida de biodiversidad y mitigar el cambio climático. Proponemos metas audaces y cuantificables para 2050, estructuradas en torno a tres pilares interconectados: primero, reducir el desperdicio de alimentos en un 75%; segundo, restaurar el 50% de las tierras degradadas; y cambiar nuestros hábitos alimenticios para aprovechar el potencial de los alimentos que vienen del mar.

Reducir el desperdicio de alimentos

Nuestro sistema alimentario encierra una verdad incómoda: se desperdicia aproximadamente un tercio de todos los alimentos que producimos a nivel global. Ello supone un enorme despilfarro de agua, dinero y energía que a su vez compromete severamente la capacidad de la tierra para brindarnos servicios ecosistémicos esenciales. Además, en un mundo donde 673 millones de personas pasan hambre, este desperdicio de alimentos también representa un profundo fracaso ético.

Nuestra investigación muestra que reducir el desperdicio de alimentos en un 75% para 2050 podría liberar más de 13 millones de kilómetros cuadrados de tierra —casi el tamaño de la Antártida— para esfuerzos críticos de restauración. Esto reduciría significativamente el uso innecesario de agua, energía y otros recursos, además de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, generando beneficios importantes para la biodiversidad terrestre y marina. Además, supondría un avance decisivo hacia la erradicación del hambre y la inseguridad alimentaria, y los recursos liberados podrían contribuir de forma significativa a cerrar la brecha de financiación necesaria para combatir la degradación de la tierra y la desertificación, uno de los desafíos ambientales más apremiantes de nuestro tiempo.

Restaurar tierras degradadas

La tierra es el soporte de nuestra existencia: nos alimenta, regula el agua y el clima y sustenta la biodiversidad. Pero cuando la sometemos a la agricultura intensiva, la urbanización descontrolada o el sobrepastoreo, estamos poniendo en riesgo todos estos beneficios vitales. Proponemos restaurar el 50% de las tierras degradadas para 2050, con un enfoque particular en las áreas agrícolas. Lograrlo permitiría recuperar la funcionalidad ecológica de unos 13 millones de kilómetros cuadrados, una superficie mayor que China. Esta restauración no solo impulsa la recuperación de la biodiversidad, sino que también fortalece a las comunidades locales y a los pequeños agricultores al promover prácticas sostenibles de gestión de la tierra. Además, representa una de las soluciones basadas en la naturaleza más eficaces y transformadoras para mitigar el cambio climático.

Cambiar los patrones dietéticos

Finalmente, debemos prestar atención a lo que comemos. El impacto ambiental de la agricultura y la ganadería industrial está ampliamente documentado. En nuestro artículo destacamos el enorme potencial de los alimentos marinos obtenidos de forma responsable, que requieren muchos menos recursos. Sustituir el 70 % de la carne roja producida de manera insostenible y el 10 % de los vegetales por algas y sus derivados podría liberar 17,5 millones de kilómetros cuadrados de tierra actualmente destinada a pastos y forraje, al tiempo que se reduciría de forma significativa el impacto del sistema alimentario global: desde las emisiones de gases de efecto invernadero hasta la degradación de la tierra, la deforestación, el uso excesivo de agua y la pérdida de biodiversidad.

Estas metas —reducir en un 75 % el desperdicio de alimentos, restaurar el 50 % de las tierras degradadas y transformar nuestros patrones alimentarios— no son aspiraciones aisladas. Juntas, trazan un camino coherente y ambicioso hacia un futuro más sostenible. Si se implementaran plenamente, podrían liberar hasta 43,85 millones de kilómetros cuadrados de tierra para 2050, una superficie superior a la del continente africano. Integrar los sistemas alimentarios en el centro de los debates y políticas nacionales e internacionales permitiría desbloquear un avance sin precedentes frente al cambio climático, la degradación de la tierra y la pérdida de biodiversidad.

La buena noticia es que ya existen las herramientas y mecanismos necesarios para alcanzar estas metas. Estos incluyen redirigir los subsidios agrícolas para apoyar la prevención y redistribución de la comida que se descarta in situ, al tiempo que se penalizan las prácticas derrochadoras a lo largo de la cadena de suministro. Escalar la gestión sostenible de tierras, empoderar a las agricultoras y pequeños productores, y abordar la tenencia de la tierra también son esenciales. Rediseñar los sistemas fiscales mediante la introducción de un “impuesto sobre la tierra” que recompense la gestión responsable puede apoyar aún más estos esfuerzos. Incrementar la producción y el consumo de productos marinos y de algas sostenibles también puede lograrse con medidas como redirigir subsidios existentes, ofrecer incentivos fiscales y desarrollar infraestructuras de transporte y distribución.

No podemos seguir tratando la degradación de la tierra, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático como problemas aislados. Nuestro sistema alimentario es una poderosa herramienta que puede sacarnos de estas crisis interconectadas de forma simultánea. Al transformar la forma en que producimos, consumimos y gestionamos nuestros alimentos podemos revertir la trayectoria de degradación ambiental del planeta y, al mismo tiempo, reducir desigualdades, crear oportunidades y reducir los conflictos mientras se alimenta al mundo de manera más saludable y sostenible.

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