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Emergencia climática
Tribuna
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La clase social del cambio climático

Los sectores populares necesitan políticas nacionales de industria, vivienda, empleo y comercio que apuesten por un nuevo mundo que reemplace al actual

Docenas de manifestantes denunciaban la sequía frente al Congreso de los Diputados en abril de 2024.

Hoy muchos hablan del cambio climático, ya sea desde la preocupación por un colapso o desde la esperanza de un cambio social. Pero los que hablan son (o somos) sólo una minoría activa con representación en los espacios de comunicación y negociación. Esta minoría, además, pertenece a una clase cultural cosmopolita, es decir, son personas liberadas del arraigo o encierro en el barrio (y en una clase, y en un género) y sueñan con un mundo libre de ataduras del pasado, interconectado y global. Aunque lo nieguen, su medio de transporte favorito es el avión, dudan si vivir en una aldea cántabra o en Nueva York, y siguen medios de comunicación internacionales como Aljazeera o The Guardian. Juegan con el globo terráqueo en sus manos. Pero, ¿qué dicen las mayorías sociales?

Hace años que realizamos investigaciones sociológicas sobre la percepción del cambio social y del cambio climático por parte de las clases populares. Nuestro trabajo cualitativo nos permite abrir puertas a mundos sociales que no solemos escuchar en los espacios cada vez más endogámicos y cerrados en los que estamos. Así, hemos podido palpar cómo va en aumento la polarización y crispación alrededor del cambio climático. Por un lado, están los convencidos del consenso científico, con una imaginación planetaria y, por otro lado, clases populares que ven cómo su mundo industrial se acaba y no comparten la propuesta que lo reemplaza. “Sabihondos cosmopolitas” y paternalistas con el pueblo contra supuestos “negacionistas” del cambio climático estancados en la vieja sociedad industrial.

El discurso hegemónico del cambio climático apela únicamente a su dimensión biofísica con un lenguaje propio de profesiones inhabilitantes, como decía el pensador austríaco Iván Illich, porque inhabilitan la comunicación con otros diferentes. Es, además, un relato que, desde el terror y la preocupación de “cuidar el planeta”, se centra en la culpabilización individual a través de campañas que señalan la solución en los cambios de hábitos, el cambio de consumo individual. Así lo perciben los grupos populares.

Las trabajadoras domésticas y de cuidados, los comerciantes (que quedan) en los barrios, los y las jóvenes sin estudios superiores, los empleados en sectores de baja tecnificación, la población migrante o la población gitana tienen otra visión del mundo. Tanto del mundo que acaba, como del que está por crearse.

Lo social del cambio climático no es pensar en personas o grupos “vulnerables” convirtiendo a ciertos perfiles en impotentes, sino escuchar a las clases populares que, en el fondo, se preguntan: ¿Qué va a reemplazar el mundo industrial? Quieren que no se les aparte al intentar construir esa respuesta porque tienen mucho que aportar. Su moral obrera, su arraigo en el barrio, su compromiso y lealtad a un país que valoran mucho, son un motor clave para que ese nuevo mundo se vista de relaciones sociales fuertes, orgullo y pertenencia. No comparten el individualismo cosmopolita, la politización del consumo individual o la ensoñación con la escala planetaria porque no pueden hacerlo materialmente. Es algo que debemos comprender, o esas mismas clases populares, que temen ser “descarbonizadas”, nos darán la espalda.

Entre los “expertos del cambio climático” hay una cierta obsesión por las narrativas, los relatos, la pedagogía y la comunicación del cambio climático que esconde una ausencia de políticas públicas. Las clases populares no necesitan que alguien les explique mejor cómo se manifiesta el cambio climático, necesitan políticas nacionales de industria, vivienda, empleo y comercio que apuesten por un nuevo mundo que reemplace al industrial. Y que esas políticas integren valores y una moral que cuente con su potencia; la sindicalización u organización política, la solidaridad en los barrios, la importancia de la natalidad y de la juventud, la confianza sostenida por redes informales en las calles y comercios, el acceso a servicios públicos de calidad.

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