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“Muertes por desesperación”: la mortalidad global se desploma, pero repunta entre los jóvenes de Norteamérica por las drogas y los suicidios

La primera foto del estado de salud en el mundo postpandémico revela altos niveles de muertes juveniles en Estados Unidos, Canadá y México “impulsadas por factores económicos, sociales y psicológicos”

Drogas Estados Unidos
Jessica Mouzo

La población mundial vive más que nunca. Según el último informe de la Carga Global de Enfermedades, que se ha publicado este domingo en la revista The Lancet, la esperanza de vida en el globo es 20 años más alta que a mediados del siglo pasado y se sitúa ya, de media, en los 76 años para mujeres y los 71 para los hombres —en los países ricos ambos superan los 80—. El riesgo de muerte cae en todo el planeta y, en general, las poblaciones gozan de mejor salud. Pero no todo son buenas nuevas. El informe también revela tareas pendientes y cristaliza algunos de los nuevos desafíos que afronta la humanidad, como el incremento de la carga de trastornos mentales o el aumento de la mortalidad en los adolescentes y adultos jóvenes de Norteamérica y América Latina, debido, principalmente al suicidio y al abuso de drogas y alcohol.

Esta macroinvestigación, que logra recopilar datos de más de 200 países para el año 2023, es la primera descripción global del estado de salud en el mundo postpandémico. Después de que la crisis sanitaria de la covid hiciese temblar los sistemas sanitarios de todo el planeta y distorsionase las estadísticas tradicionales, colocándose como la primera causa de muerte, las aguas —y las tendencias— han vuelto a su cauce. La esperanza de vida, que cayó durante la pandemia, se ha recuperado. Y la mortalidad, exacerbada por este episodio infeccioso, también se ha reducido. Los infartos y los ictus vuelven a encabezar las causas de muerte más frecuentes y la covid, por su parte, cae al vigésimo puesto de este ranking.

El informe revela dinámicas preocupantes en algunos territorios y grupos de edad concretos. Como lo que está sucediendo con los jóvenes de Norteamérica y América Latina desde 2011. Ahí se observan los mayores aumentos de mortalidad, especialmente en Estados Unidos, Canadá, México y Brasil: en la última década, ha subido casi un 32% entre el grupo de 25 a 29 años; y un 50% entre los treintañeros. Los autores señalan como causas de estos fenómenos las altas tasas de “muertes por desesperación”, una categoría de fallecimientos “impulsadas por factores económicos, sociales y psicológicos” y debidas principalmente a los suicidios, el alcoholismo y las sobredosis de drogas, apuntan.

Estados Unidos, de hecho, lleva varios años sumergida en epidemia de opiáceos que ha segado la vida de decenas de miles de jóvenes: los muertos por sobredosis crecieron un 30% entre 2019 y 2020, un 15% entre 2020 y 2021 y en 2022, se registró el récord, con 111.029 fallecidos.

Para contextualizar el fenómeno en América Latina, Jesús Adrián Álvarez, doctor en Salud Pública, señala también el efecto de la violencia. “Entre los hombres latinoamericanos, las altas tasas de homicidios en adultos jóvenes añaden una dimensión crítica a esta carga de mortalidad. Esto revela una paradoja: a pesar de las grandes inversiones en salud pública y bienestar social, la violencia sigue acortando la vida de millones de personas en la región”, explica en declaraciones al portal Science Media Center España.

Durante la última década, los mayores aumentos de mortalidad en las personas de 15 a 19 años y de 20 a 24 años se registraron en Europa Oriental —se detectó un incremento del 54% y del 40%, respectivamente—. Este fenómeno coincide especialmente con la invasión de Rusia a Ucrania: justo desde entonces, la mortalidad en esos grupos de edad en sendos países (especialmente en Ucrania) se ha disparado.

Otra zona de masacres bélicas resalta en el trabajo: las perpetradas por Israel en Gaza. Porque aunque las tasas regionales de mortalidad en el norte de África y Oriente Medio ya no son las más altas, señalan que “Palestina presentó la tasa de mortalidad y el riesgo de morir antes de los 70 años por conflicto y terrorismo más elevados del mundo”. Además, resaltan para la Franja de Gaza “una pérdida estimada de 30 años de esperanza de vida durante los primeros 12 meses de la guerra, una estimación conservadora que prácticamente reduce a la mitad la esperanza de vida previa al conflicto”.

Alerta por los recortes de Trump

El estudio lanza también un toque de atención al mundo sobre los efectos que tendrá la política de recortes en ayudas al desarrollo que ha ejecutado la Administración Trump. Los autores recuerdan que el gobierno estadounidense contribuyó con el 22,6% de toda la asistencia al desarrollo para la salud en 2023 y en el editorial adjunto se recuerda que solo la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, casi desmantelada por Trump en sus primeros meses de gobierno) fue responsable de una reducción del 15% en la mortalidad por todas las causas estandarizada por edad y del 32% en la mortalidad de menores de cinco años, principalmente en países de ingresos bajos y medianos y en particular en África.

“Para mantener el progreso o incluso evitar retrocesos en la mortalidad de menores de cinco años en poblaciones de alto riesgo, será imperativo mitigar los efectos de estos recortes de financiación, a la vez que se amplían otras fuentes de financiación, como las de las organizaciones no gubernamentales”, apuntan los investigadores. El editorial enfatiza que algunas estimaciones preliminares indican que la asistencia para el desarrollo en salud disminuyó en más del 50% entre 2021 y 2025.

Drogas, violencia y depresión, al alza

Los autores asumen que “la diabetes, los trastornos por consumo de drogas, la violencia y las olas de calor” son actualmente algunas de las amenazas de más rápido crecimiento para la salud humana. De hecho, desde 2013, las muertes anuales vinculadas a la exposición ambiental a frío y calor subieron un 6%; las relacionadas con el consumo de drogas, un 5%; las que tienen que ver con diabetes, un 3%; y las asociadas a conflictos y terrorismo, un 1%.

Con todo, la investigación pone también el foco en el auge de los trastornos de salud mental: la muerte y discapacidad asociada a la ansiedad y a la depresión creció un 63% y un 26%, respectivamente, desde 2010. La pandemia pudo haber tenido algo que ver, pero los investigadores van más allá: “Existen varias teorías que compiten entre sí y que se complementan para explicar este aumento, incluyendo el aumento en el uso de redes sociales, el ciberacoso, el maltrato infantil, la desesperación climática y el aumento del costo de vida y la desigualdad de ingresos, y una mayor concienciación sobre la salud mental”.

Según el estudio, casi la mitad de la mortalidad y morbilidad mundial en 2023 fue atribuible a 88 factores de riesgo. Y, en concreto, las variables asociadas a una mayor pérdida de salud fueron la presión arterial sistólica elevada, la contaminación por partículas, el azúcar alto, el tabaquismo, el bajo peso al nacer, el parto prematuro, el índice de masa corporal (IMC) elevado y el colesterol alto, entre otros.

El crecimiento y envejecimiento de la población, sumado a la transformación de los factores de riesgo más preocupantes, está cambiando las reglas del juego. Las alianzas gubernamentales y los programas de salud impulsados en las últimas tres décadas han permitido poner coto al azote de numerosas enfermedades infecciosas (tuberculosis, infecciones respiratorias y entéricas, difteria, tétanos…), hasta el punto de que las enfermedades no transmisibles, como la diabetes o las cardiopatías isquémicas, ya representan casi dos tercios de la mortalidad y morbilidad total del mundo. “Las tasas de enfermedades no transmisibles están aumentando, especialmente en los países de ingresos bajos y medianos. La velocidad y la magnitud de esta transición epidemiológica de enfermedades infecciosas a enfermedades no transmisibles es motivo de preocupación urgente”, admite The Lancet en un editorial adjunto.

Todo está cambiando y el mundo ha entrado en una nueva era de desafíos de salud global, reflexiona en un comunicado Christopher Murray, director del Instituto para la Medicion y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington y autor de la investigación: “La evidencia presentada en el estudio es una llamada de atención, instando a los líderes gubernamentales y de atención médica a responder rápida y estratégicamente a las tendencias inquietantes que están remodelando las necesidades de salud pública”.

Los países más pobres, aunque también han mejorado su estado de salud en las últimas décadas, siguen a años luz de los territorios con más recursos. Un ejemplo: en España, Italia o Francia, la esperanza de vida está en 85 años para las mujeres y 83 para los hombres; mientras que en el África subsahariana, la media es de 66 y 62 años, respectivamente. En las zonas más deprimidas empiezan a convivir dos amenazas para la salud: el histórico azote de enfermedades transmisibles —como tuberculosis, malaria y otras infecciones, que han reducido su incidencia en las últimas décadas, pero siguen matando a millones de personas— con la expansión de otras dolencias no transmisibles, como la obesidad o la diabetes.

El epidemiólogo Jaume Marrugat, que no ha participado en esta investigación, celebra las buenas noticias, como el aumento de la esperanza de vida y que hayan bajado las enfermedades transmisibles, pero muestra también su “preocupación” por el riesgo de dar pasos atrás: “Buena parte de la mejora en las enfermedades transmisibles está relacionado con la vacunación y nos preocupa mucho que haya países con mandatarios que no fomentan la vacunación. Ha costado mucho que las vacunas nos liberen de muchas enfermedades y corremos el riesgo de que vuelvan a subir. Eso genera angustia”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.
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