El destino maldito del museo de las personas más desgraciadas del mundo: de una sala de aeróbic a ser expulsado de la Complutense
La universidad madrileña echa de sus instalaciones al Museo Olavide, una joya de la historia de la medicina, con figuras de cera de cientos de pacientes con pavorosas enfermedades


La Universidad Complutense de Madrid ha decidido expulsar de sus instalaciones una de las colecciones de historia de la medicina más singulares del mundo, el Museo Olavide, un auténtico santuario de esculturas hiperrealistas insólitas. Su origen se sitúa en la madrileña calle de Atocha, donde estuvo hasta 1897 un infierno en la tierra. Allí se levantaba el Hospital San Juan de Dios, especializado en atender a personas pobres con pavorosas enfermedades de la piel, sobre todo las de transmisión sexual, como la sífilis, que se cebaba con las prostitutas. Cientos de aquellas pacientes, a menudo convertidas en esclavas sexuales desde niñas, fueron inmortalizadas en aterradoras estatuas de cera por el padre de la dermatología española, José Eugenio Olavide, y sus colegas, para enseñar medicina a sus alumnos. También hay niños mendigos con tiña, jornaleros con psoriasis, albañiles con lepra, limpiadores de alcantarillas con heridas infectadas, lavanderas con las manos destruidas de tanto lavar.
El director del museo, el dermatólogo Pablo Lázaro, está indignado. “Me parece impresentable que un museo de historia de la medicina, que es una viva demostración del método docente, acabe en la calle. No es de recibo”, lamenta. La exposición ocupaba hasta ahora 560 metros cuadrados, cedidos por la Universidad Complutense desde 2014, en los semiabandonados sótanos de la Facultad de Medicina. El pasado 22 de mayo, la Academia Española de Dermatología y Venereología, custodia de la colección, recibió una notificación oficial, en la que la gerente universitaria, Ana María Cantalejo, insta a “la desocupación” urgente de las instalaciones, “así como a la retirada de los objetos allí situados” antes de que termine el curso académico. La Complutense, asfixiada por los recortes del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso, aduce que “por razones económicas y organizativas” tiene que dedicar ese espacio a “otros usos académicos”, según la carta, a la que ha tenido acceso EL PAÍS.
Los “objetos allí situados”, como los denomina la gerente, son más de 670 figuras de cera de los desdichados pacientes del Hospital San Juan de Dios, que juntas constituyen el que posiblemente sea el único museo de esculturas de personas pobres del mundo. El escritor y médico Pío Baroja describió aquel caserón en su libro El árbol de la ciencia, publicado en 1911. “Las enfermas eran de lo más caído y miserable. Ver tanta desdichada sin hogar, abandonada, en una sala negra, en un estercolero humano; comprobar y evidenciar la podredumbre que envenena la vida sexual, le hizo [...] una angustiosa impresión. El hospital aquel, ya derruido por fortuna, era un edificio inmundo, sucio, mal oliente; las ventanas de las salas daban a la calle de Atocha y tenían, además de las rejas, unas alambreras para que las mujeres recluidas no se asomaran y escandalizaran”, relató Baroja.

El dermatólogo madrileño José Eugenio Olavide (1836-1901) y sus colegas se inspiraron en el museo de figuras de cera del Hospital de San Luis, en París. Las dos colecciones han tenido trayectorias divergentes. La parisina se inauguró de manera oficial durante la Exposición Universal de 1889, como la Torre Eiffel, y allí sigue, en su impresionante edificio original, como una joya de la historia de la medicina. La española lleva más de un siglo dando tumbos. El primer museo se inauguró en 1882 en el ya ruinoso Hospital San Juan de Dios, que fue abandonado en 1897. Cientos de estatuas de cera de personas desfiguradas salieron entonces en procesión por la calle de Atocha, hasta su siguiente destino, en un nuevo edificio construido cerca del Parque del Retiro. Cuando las autoridades franquistas decidieron derribarlo para levantar allí el actual Hospital Gregorio Marañón, en 1966, las figuras se metieron en cajas en una nave en mal estado y se olvidaron.
La colección pertenecía entonces a la Diputación Provincial, la institución antecesora de la Comunidad de Madrid. En 2002, un alto cargo solicitó al Museo de Antropología Forense de la Complutense ―una exposición variopinta, con momias egipcias, cráneos humanos, armas de crímenes reales y hasta un garrote vil― que se hiciera cargo de las figuras de cera. En 2005, la colección se trasladó a la sede de la Academia Española de Dermatología y Venereología, en Madrid. Y en las navidades de ese mismo año se localizaron otras 120 cajas con más esculturas en el Hospital Niño Jesús. Los conservadores David Aranda y Amaya Maruri, que empezaron como voluntarios a restaurar las figuras en la Complutense hace 21 años, relatan el itinerario rocambolesco seguido por la colección desde entonces: un guardamuebles en Torrejón de Ardoz, un camión caluroso en el que se derritieron algunas figuras, otra etapa en un futuro gimnasio de Chamberí, una antigua sala de aeróbic en Leganés.

La Academia Española de Dermatología y Venereología y la Universidad Complutense llegaron por fin a un acuerdo para rescatar el Museo Olavide hace más de una década, con el impulso del dermatólogo Luis Conde Salazar, fallecido hace dos meses. El entonces rector, el matemático Carlos Andradas, presentó como un hito la reapertura en diciembre de 2016. “Para nosotros es un placer y un privilegio reunir en la Complutense, en la mejor Facultad de Medicina del país, heredera de los primeros centros de estudios de medicina, esta colección del Museo Olavide. Para nosotros, además, es un primer paso de un proyecto que llevamos acariciando mucho tiempo, como es crear un gran Museo de la Medicina, en el que reunamos los tesoros maravillosos que tienen nuestros museos y colecciones”, proclamó Andradas, que fue rector hasta 2019, cuando fue sucedido por el veterinario Joaquín Goyache. Aquel proyecto de Museo de la Medicina murió enseguida por falta de presupuesto, personal y espacio, según explica una portavoz de la Complutense. Y el tesoro de la dermatología española se queda ahora en la calle.
“No somos una institución con potencia económica como para poder tener un espacio a nuestro antojo”, explica el director del museo. “Esto nos ha pillado a traición, ¿no podían haber hablado antes con nosotros?”, denuncia. El convenio entre la Academia y la Complutense expiró en 2020, cuando la pandemia de covid paralizó a la humanidad. El director del museo cuenta que se reunió con la vicerrectora Isabel García Fernández el 4 de octubre de 2023 para solicitar una prórroga, pero el acuerdo jamás se renovó.

Este periódico visitó el Museo Olavide el pasado 28 de marzo, para elaborar un reportaje sobre su agonía en los sótanos de la Facultad de Medicina, llenos de goteras. Su emplazamiento, una especie de viejo hospital abandonado con largos pasillos, es tan tétrico que la Complutense alquila los espacios vecinos para rodar películas de terror, por hasta 10.000 euros al día. Incluso se ha interesado por el lugar la productora de la serie de televisión estadounidense The Walking Dead. A los responsables del museo les constan tres incursiones de ladrones en este pabellón de la facultad, incluida una en la que los asaltantes lograron entrar en los almacenes, sin causar daños. En septiembre de 2019, las lluvias torrenciales inundaron tres salas de la exposición.
Los conservadores David Aranda y Amaya Maruri explican por qué el Museo Olavide es único. Los escultores del hospital madrileño San Juan de Dios, subrayan, no se limitaron a reproducir la lesión en cera, como en París, sino que incluyeron una mayor porción de cada paciente y, a menudo, su cara. Aranda y Maruri pasean por el museo y giran 180 grados algunas figuras. Detrás del rostro está la historia clínica de cada persona, con las iniciales de su nombre y apellidos. Es una asombrosa ventana a la vida en la España del siglo XIX.

Los relatos son dramáticos, como el que aparece detrás de la figura de una mujer con la lengua fuera, plagada de úlceras: “N. S., de 21 años, soltera, natural de Sevilla, de temperamento nervioso, bien constituida, sin antecedentes morbosos por herencia: refirió que habiéndose presentado la primera menstruación a los 12 años, y siguiendo una vida licenciosa a partir de aquella fecha, contrajo varias afecciones: las unas por capricho o por satisfacer el orgasmo venéreo; las otras por su profesión aventurera”.
Otra de las esculturas es de un niño blanquecino y extremadamente triste: “M. P., niño de 7 años, natural de Madrid, asilado en el hospicio, ingresó en este hospital el día 14 de junio de 1881”. Su cabeza estaba llena de “costritas, húmedas y amarillentas, de las cuales se desprendía un olor insoportable, y coincidiendo con la erupción el desarrollo de parásitos, la picazón fue todavía más insoportable y desesperante”. El maltrato que reciben ahora sus estatuas de cera es anecdótico comparado con las vejaciones que estas personas sufrieron en vida.
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