¿Más cobre y salmón? La economía que no ve el desastre
El economista Ignacio Briones parece no ver las experiencias desastrosas que acompañan el acelerar industrias altamente contaminantes

Hace pocos días Radio Pauta invitó a conversar al asesor económico de la campaña de Evelyn Matthei, Ignacio Briones. El economista plantea importantes desafíos país sobre crecimiento económico, pero en su discurso preocupan algunos sesgos del enfoque dominante de la economía chilena que obstaculizan una sensibilidad ecológica hacia el problema.
El economista destaca la resiliencia del país para mantener un crecimiento sobre el 2% en los últimos años, pese a problemas estructurales tras el estallido social y la pandemia. Considerando un nuevo discurso público, expresa contento ante un escenario donde se deja de denostar la expresión “crecimiento”, ya no se habla de “decrecimiento” y existe consenso sobre su necesidad para dar recursos fiscales para política social y generación de empleos.
Hasta ahí, todo suena razonable. Pero el entusiasmo se desborda cuando afirma: “Tenemos una oportunidad extraordinaria en nuestros recursos naturales. ¡Extraordinaria! Pero depende de nosotros aprovecharla – y hacerlo bien. Y ahí donde producimos 100 en cobre, pongámonos la meta de que produzcamos 150 en 2050; ahí, donde en salmones producimos 100, al igual que Noruega, produzcamos 300 el 2050 – haciéndolo bien…”.
Tras este llamado a subir la productividad del cobre en un 50% y del salmón en un 200%, su discurso engancha con proposiciones sobre reducir la burocracia ambiental para lograrlo (más conocido como la ‘permisiología’). Al respecto, me surge la siguiente pregunta: ¿será la industria extractiva donde tenemos que establecer nuestras metas de crecimiento? Briones parece no ver las experiencias desastrosas que acompañan el acelerar estas industrias altamente contaminantes.
Mayor crecimiento en la extracción de estos recursos específicos es caldo de cultivo para repetir y multiplicar situaciones altamente riesgosas y controversiales: la propagación del virus ISA, la contaminación del fondo marino, las fugas en relaves contaminando napas subterráneas, la afectación de glaciares o el derrumbamiento de infraestructura en mal estado y de alto uso. Desde la perspectiva económica, serían “externalidades negativas” del progreso. ¡Pero esto nos sale muy caro!
La realidad socio-ecológica de estas externalidades tiene un dramatismo vedado al economista enfocado en los indicadores del PIB. En verdad, no es que el medio de humanos y no humanos sufriendo estas circunstancias esté fuera de la economía o sea reducible a una justificación sacrificial de “costos del progreso”; esas son meras simplificaciones de un modelo negándose a ver la degradación territorial, las enfermedades y las desesperanzas de la vida en espacios deteriorados.
En este sentido, urge repensar cómo puede crecer la economía de modos menos devastadores. Probablemente, la respuesta vaya más por la diversificación que por la intensificación de formas productivas que ya llevan años mostrando efectos eco-sociales dramáticos – llenos de zonas de sacrificio. Asimismo, la pregunta por cómo crecer nos desafía a explorar de mejor manera los potenciales de las áreas de industria y servicios como alternativas de producción de valor económico más allá de la explotación de recursos naturales.
Mi llamado no es solo a que el asesor de Matthei piense en estas alternativas, sino a que los distintos comandos utilicen su conocimiento técnico e imaginación para proponer formas más sustentables de crecimiento económico. El país necesita propuestas económicas que no sacrifiquen sus territorios, sino que los cuiden mientras generan valor.
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