Estrés político y la opción de dejar de enterarse
Algunos ejemplos de esta forma de estrés son la preocupación por los resultados de elecciones y cómo estos se traducirán en cambios en la vida de las personas

Hace poco se me ocurrió comenzar la clase del curso de investigación que dicto todos los primeros semestres a estudiantes de tercer año de Psicología, leyendo una columna de actualidad nacional para estimular una conversación en la que pudiesen compartir sus diferentes visiones y debatir respetuosamente sobre estas. No recuerdo muy bien cómo fue que mis preguntas se dirigieron hacia la manera en que se informaban sobre lo que ocurría en el mundo y el país. Al poco andar, aprendí que no leían la prensa ni veían noticieros. Ni ellos ni sus familias, y menos aún discutían sobre esto.
Déjenme aclarar algo. Mis estudiantes son jóvenes inteligentes, personas curiosas intelectualmente que se encuentran hoy pensando en problemas y preguntas de investigación de relevancia, sensibles a los requerimientos de la sociedad actual. No se trataba entonces de indiferencia, por lo que mi pregunta obvia, tal vez la más sencilla y la más importante, fue “¿por qué?”, ¿cómo se explicaba esta aparente falta de interés? La respuesta, aunque expresada de diferentes maneras, fue consistente: la situación política mundial y nacional no era más que desesperanza.
No es ninguna novedad que la democracia y el valor de lo público, ya sea en Chile, en nuestros países vecinos, Norteamérica o Europa (solo por nombrar las regiones del mapa mundial de las que recibimos más información) ha experimentado un deterioro ostensible o un franco retroceso. Esto que vemos desde lejos y con cierto asombro en las políticas del presidente de los Estados Unidos, lo apreciamos también en casa en el debilitamiento de derechos y de la probidad de las instituciones. En este escenario, por supuesto que entiendo y, por momentos, comparto la desesperanza. ¿Pero solo se trata de eso? ¿Por eso dejamos de enterarnos?
Zara Abrams, una investigadora norteamericana, plantea que el estrés político, puede ser una forma específica de estrés crónico, que se explica por un entorno político —y eventos relacionados— en que las personas perciben que, en términos globales, se encuentran amenazadas la paz y la seguridad social. Esta forma de estrés, señala Abrams y otros, puede ser expresada en preocupación, tristeza, desesperanza, indignación, malestar, ira y frustración. Todo esto es experimentado de manera individual, sin embargo, lo cierto es que, aunque no nos demos cuenta, el estrés político es una experiencia colectiva. Basta con preguntar para comprobarlo.
Algunos ejemplos de esta forma de estrés son la preocupación por los resultados de elecciones y cómo estos se traducirán en cambios en la vida de las personas; los procesos de conflictos intergrupales y divisiones sociales (polarización); la exposición permanente a noticias en redes sociales y medios que intensifican conflictos y difunden fake news; y sentimientos de impotencia ante sistemas y estructuras políticas inalcanzables y que operan lejos de los intereses de la ciudadanía. De ahí que el estrés político no solo es una reacción a eventos puntuales, sino que da cuenta de un acumulado de experiencias en esta esfera fundamental de nuestra vida social, las que adquieren un carácter crónico, y que se pueden traducir en una evitación activa de estar al tanto de lo que sucede, como mis estudiantes. Y se entiende, ¿no?
¿Qué hacer? Siempre el riesgo con la psicología es la promoción de soluciones exclusivamente individuales; en este caso, sería algo así como que el remedio es peor que la enfermedad. Lo que señala la literatura, por supuesto, incluye acciones que podemos hacer a solas: regular nuestra exposición a las noticias, leerlas más que verlas, y ser selectivas y selectivos con los medios; también ejercitar ver el cuadro más amplio, que no es lo mismo que forzarnos a pensar positivo, más bien es esto que llamamos cultivar el pensamiento crítico. Pero, por sobre todo, la solución es justamente colectiva y, hasta cierto punto, política, aunque no necesariamente partidista. Esto quiere decir fortalecer espacios de discusión sobre el acontecer –como la sobremesa, la sala de clases, los recesos entre clases, el lugar de trabajo, los momentos con amigos y amigas— y buscar formas de involucrarse políticamente de manera creativa y constructiva.
¿Por qué es esto importante? Pues, no solo porque estas estrategias permiten manejar el estrés político, sino —más relevante aún— porque, si no lo manejamos, nos sustraemos de la realidad social, de nuestros compromisos cívicos, y dejamos de ofrecer resistencia a prácticas que erosionan el pacto democrático y de respeto de derechos que hemos establecido como sociedad.
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