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María José Ferrada, escritora: “El mundo de todos los días es bastante más cruel que el cuento de la cigarra y la hormiga”

Incorporada recientemente a la Academia Chilena de la Lengua, la autora de obras infantiles y de la novela ‘Kramp’ reivindica su oficio y aborda la perdurabilidad de las fábulas de Esopo

María José Ferrada

Autora de libros infantiles y orgullosa de serlo, María José Ferrada (Temuco, 48 años) fue reconocida este año por la Academia Chilena de la Lengua como académica correspondiente y, según indican los usos de la corporación, dio un discurso de ingreso donde insertó su propio hacer -65 libros ya- en una historia de 2.500 años que aún no termina.

Las fábulas de Esopo fue el nombre del discurso, ocasión en que la periodista y escritora agradeció la oportunidad que el autor griego le ha dado para “observar la literatura en una de sus formas más sencillas”. Porque, a su parecer, “lo que sostiene este oficio es la elección de las palabras más simples de entre las muchísimas posibilidades que nos da nuestra lengua, y que resultan suficientes, no para responder, sino para acompañar las preguntas del tiempo de la infancia. Preguntas construidas con poco, pero que considero muy profundas”.

El problema que acá se plantea, piensa la autora de la celebrada novela Kramp (2017, su única obra sin la etiqueta infantil), es que “la vida adulta se encarga de que olvidemos esas preguntas, al menos por un tiempo”. Por ello, remata, “dedicarse a la literatura infantil consiste en no olvidarlas”. Ni en el fondo ni en la forma.

María José Ferrada, fue reconocida como académica correspondiente este año por la Academia Chilena de la Lengua.

Desde su casa en la sureña ciudad lacustre de Villarrica, la autora habla con EL PAÍS de este tema, poco después de la publicación de su último libro, Siete apariciones (Libros del Escuincle, 2025), y semanas antes de que asome el próximo, de corte ensayístico: Apuntes sobre una enciclopedia mágica.

Pregunta. ¿Dónde marca la frontera entre la literatura infantil y las demás?

Respuesta. Cuando el niño está aprendiendo a leer, tiene que haber un sujeto y un predicado, y no muchas oraciones subordinadas. La idea es que el cuento no sea una complicación, sino un gusto, y si me plantea mucha dificultad, probablemente me va a poner nerviosa y no voy a querer leer: voy a asociar el libro a algo que me estresa. Ahí, los escritores tenemos que tratar de hacerles el camino un poquito más fácil. Ahora, no considero que deba haber restricciones temáticas, porque la literatura no se juega en el tema. Y nunca he entendido mucho la categoría literatura juvenil, porque hay novelas para adultos que perfectamente lee un niño lector de 11 años. Yo fui una niña lectora y leí un poco de todo a partir de los 12.

P. ¿No hay algo en su propuesta que tienda a difuminar esas fronteras?

R. Me pasó con Kramp. Llevaba un tiempo escribiendo libros para niños y sabía que es un campo bien restrictivo en ciertas cosas, y cuando la niña [protagonista y narradora de la novela] fumaba, yo dije, “esto va a traer problemas”. O cuando los personajes decían muchos garabatos [palabrotas]. Pero dije, me voy a olvidar de esa dificultad y lo voy a seguir escribiendo, porque se lo quería regalar a mi papá y a su amigo, y hacía tiempo que lo quería escribir. Y lo envié a una editora que me dijo que, probablemente, iba a tener problemas. Y efectivamente me dijeron que no, pero esa misma editora se lo recomendó al editor de adultos, y salió en la categoría de adultos. Después, hizo el camino contrario: en las bibliotecas escolares me asocian con libros para niños, y las bibliotecarias vieron ese libro en el catálogo de la editorial y lo compraron, así que igual lo terminaron leyendo los niños de primero medio [primer año de secundaria], que se lo tomaron con humor.

P. Veinticinco siglos más tarde, las fábulas de Esopo se siguen leyendo. ¿Qué las hace tan perdurables?

R. Hay 25 siglos de interpretaciones, y yo me quedo con las que más me acomodan, pero creo que en las fábulas hay una observación de cómo funciona el mundo, y los cuentos clásicos (La Cenicienta, La Caperucita Roja) son advertencias: si tú llegas a un niño con un tremendo discurso de que debe tener cuidado, son cosas muy abstractas, pero si le cuentas lo que le pasó a Caperucita por confiada, te ahorras toda la abstracción. Ahora, estos cuentos no fueron pensados para los niños, sino para el ser humano, que necesita de la experiencia de la humanidad, y esa experiencia queda condensada en estas historias.

P. ¿Navega hoy Esopo a contracorriente?

R. Llama la atención que uno se espante con los cuentos, cuando la realidad es bastante más brutal. Nos preocupamos mucho de qué cuentos les damos a los niños, pero la tele está encendida y ahí el mundo es mucho más cruel que en cualquier cuento. No entiendo mucho cuando se critica la oscuridad de este tipo de relatos, porque el mundo de todos los días es bastante más cruel que el cuento de la cigarra y la hormiga. Y los niños ven eso.

Maria Jose Ferrada, en su casa de Santiago, Chile, el 30 de mayo del 2025.

P. ¿A qué apunta cuando afirma que la literatura infantil es “un territorio normado, vigilado y blanco preferido de los siempre exigentes bien intencionados”?

R. Yo veo la literatura como un lugar donde uno puede observar el lenguaje, tomarle cariño, y eso es lo que uno ve que los niños están necesitando. Entonces, en lugar de enredarnos en que esta literatura es de este tipo o de este otro, tenemos que hacer los cuentos más bonitos, sencillos y cariñosos que sea posible en este tiempo tan difícil, pero teniendo en cuenta que es un lugar que está apuntado desde muchos lados. Hay muchos expertos en literatura infantil: los papás, los bibliotecarios, los editores, los escritores, los ilustradores.

P. ¿Los psicólogos también?

R. También. Y es un espacio en el que tienes que estar especialmente a la defensiva con tu libertad. Además, uno observa que esas teorías de lo supuestamente correcto para la infancia, o de lo que necesita la infancia, cambian a gran velocidad, y por eso me gusta tanto leer estos textos tan viejos: me dan el tiempo de observar la relación con la audiencia.

P. Hace unos años desembarcaron en las editoriales los sensitivity readers con la idea de purgar los textos de lo que pueda herir ciertas sensibilidades. ¿Ha visto algo de esto en su propia experiencia?

R. Claro. Hoy, ves un sobrecuidado que, entre muchas otras cosas, agarra la literatura. Los profesores están con muchos problemas, porque hay niños que se ponen a llorar a la más mínima frustración, y no veo que ese sobrecuidado sea muy bueno para el propio niño al que intentas cuidar. Ahí es donde uno tiene que defender la literatura.

P. ¿Está pensando en los efectos de tal o cual lectura, o en cómo los niños se enfrentan al mundo?

R. Pienso que hay un intento políticamente correcto de reescribir el mundo: un mundo en el que no quieres que a los pelados les llamen pelados, porque se podrían ofender. Pero ese no es el mundo real, y no lo vamos a construir a punta de eliminar todas las señales de que alguna vez al pelado se le dijo pelado, porque te vas quedando con un mundo artificial. A mí me parece tan raro reescribir hacia atrás: es un síntoma de una época cuyas consecuencias se expresan en que los niños ni siquiera aguantan las historias fuertes de los cuentos. O las bromas.

P. ¿Y siente que se mueve en un espacio de libertad?

R. Sí, pero vas encontrando menos respuestas. Tengo un personaje, un zorrito que vuela con una mochila: robó un motor, y por eso su mochila vuela. Y en uno de mis cuentos, el zorrito pasaba una vez al año a tomar un poquito de vino, en una cascarita de naranja, y una vez cayó dentro del barril y se emborrachó. Entonces, el zorrito estaba riéndose, después llorando. Hay una cita de la escena de [la película] Dumbo que es muy graciosa. Pero hoy es muy difícil que alguien diga, voy a publicar el zorrito que se cayó al vino.

P. ¿Lo va a publicar?

R. Probablemente, me van a decir que sí al conjunto pero me pedirán que saque al zorro que se cae al vino. Y yo tampoco voy a hacer una lucha de esto, ni voy a juntar firmas. En la literatura infantil hay una tradición de malportados (Max, de Donde viven los monstruos; Peter Rabbit, de Beatrix Potter, etc.), y eso es porque la infancia es el tiempo de probar los límites y ser desobedientes. Que existan esos libros es importante para que el niño se reconozca en ellos, pero sobre todo para que no sienta que eso, portarse mal, es algo que en este mundo solo le pasa a él. Probablemente, nadie publicará hoy un cuento como ese, pero a mí me sirve para observar que el mundo de la literatura infantil ha perdido, entre otras cosas, el humor; también para preguntarme a qué estamos obedeciendo cuando transamos con esto: creo que a un conservadurismo disfrazado de otra cosa. Porque al niño también le gusta reírse de la realidad que ve, y la idea es que el cuento le ayude a sumarse a esa realidad sin miedo.

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La liebre y la tortuga, Fábulas de Esopo, edición de 1933, ilustrada por Arthur Rackham.

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