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PRIMARIAS 2025
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La primaria de izquierdas: los límites del voto útil

Es cierto: a la hora de votar, no hay que perder de vista al adversario principal, tampoco las probabilidades de victoria. ¿Pero qué hacer con el legítimo derecho a proponer un candidato en elecciones primarias, incluso si su victoria asegura la derrota final?

Asistentes ondean banderas del Frente Amplio en un mitin de Gonzalo Winter, en Santiago.

La campaña de elecciones primarias presidenciales de izquierdas en Chile ha entrado en tierra derecha: el 29 de junio próximo, se enfrentarán cuatro candidatos (Carolina Tohá de la coalición del Socialismo Democrático, Jeannette Jara del Partido Comunista, Gonzalo Winter del Frente Amplio y Jaime Mulet de la Federación Regionalista Verde Social). Como era de esperar, en este último tramo de la campaña el tono se endureció, a veces más allá de la cuenta: lo rescatable es que provocó una recarga de interés de unas elecciones primarias que, hasta hace poco, estaban siendo devoradas por varios casos de corrupción.

El nudo del problema está centrado en una pregunta cuya retórica es leninista: ¿Qué hacer? si quien gana la elección primaria no es Carolina Tohá. La pregunta es muy de fondo ya que, hasta ahora, las encuestas son sumamente favorables para los tres candidatos de derecha (Evelyn Matthei, José Antonio Kast y Johannes Kaiser), quienes conquistan -sumados- más del 50% de las preferencias. Se sabe que, en general, quien gana una elección primaria de izquierdas o derechas queda a distancia eventualmente considerable del votante medio. En tal sentido, es evidente que si ganara la primaria la candidata comunista, quedaría a una distancia sideral del centro de la distribución en donde se sitúa el votante medio. Puede entonces entenderse que la candidata potencialmente más competitiva con los candidatos de derecha sea la candidata del Socialismo Democrático: no porque su oferta sea “mejor” o “superior” en algún sentido sustantivo del término, sino porque simplemente se encuentra menos alejada del votante medio. Se nos podrá decir que un candidato de derecha radical, o simplemente de extrema derecha, también tendría el mismo problema. En principio sí, aunque no olvidemos que ese candidato no está compitiendo en primarias, sino que va a la primera vuelta. Pero sobre todo, ese candidato, por ejemplo José Antonio Kast, es un candidato conocido (esta será la tercera vez en la que compite por la primera magistratura), y normalizado gracias al paso del tiempo. Agreguemos además que el candidato libertario Johannes Kaiser está haciendo la pega [labor] sucia, la de fidelizar al electorado de extrema derecha y banalizar ofertas eventualmente extravagantes. Dicho en simple: la campaña está jugando a favor de Kast. Seamos claros. Si Kast se enfrenta a la candidata comunista, la pregunta será si la aversión a la extrema derecha será más fuerte que el sentimiento anticomunista: no tengo dudas que el anticomunismo será más fuerte, sobre todo si se considera el colapso de sus referentes (Cuba, Venezuela, Nicaragua) y el desánimo interno por votar por una candidata que una parte de la militancia comunista percibe como “socialdemócrata”.

Todo esto evoca el clásico dilema del “voto útil” en una elección primaria de izquierdas: si bien hay algo odioso en apelar a ese voto útil (y no al “voto de preferencia”) por las razones que acabo de mencionar, al mismo tiempo es imposible no hacerse cargo de la injusticia que conlleva el voto útil. Toda fuerza política tiene el perfecto derecho a proponer una candidatura presidencial, incluso si esa candidatura tiene nulas chances de victoria por encontrarse demasiado lejos del votante medio. Es cierto: a la hora de votar, no hay que perder de vista al adversario principal, tampoco las probabilidades de victoria. Pero, ¿qué hacer con el legítimo derecho a proponer un candidato en elecciones primarias, incluso si su victoria asegura la derrota final?

Pues bien, todas estas preguntas fueron ventiladas en tono feroz, y de modo políticamente estúpido, por el economista (al parecer de orientación socialista) Óscar Landerretche. De modo deslenguado, sin criterio político alguno, al momento de adherir a la candidatura de Carolina Tohá, no pudo contener su animadversión hacia las candidaturas de Gonzalo Winter y Jeannette Jara: “me gustaría que, si hay un gobierno de derecha, traten de no derribarlo (…). Convertir el país en un maldito infierno (…), quemar iglesias. ¿Estoy convencido de que eso no va a ocurrir? No, no estoy convencido”. Hay una pequeña franja de exmilitantes de partidos de izquierdas que, con el estallido social, perdieron todo sentido de los límites. Vieron en ese acontecimiento volcánico una ocasión para que se desplegara una suerte de golpismo de izquierdas que, suponemos, se encontraba latente en la cultura de esos partidos. Son pocos quienes, desde la izquierda, transitaron a posiciones objetivamente de derecha en nombre de la defensa de la democracia: no ocurrió lo mismo con connotados dirigentes liberales de derechas, desde Hernán Larraín Matte hasta Ignacio Briones, pasando por Gonzalo Blumel (quien fue Ministro del Interior del expresidente Sebastián Piñera). No vi en ellos una pérdida de brújula política y moral: sí la he visto en personas como Óscar Landerretche.

Los efectos de este tipo de situaciones pueden ser devastadores: Carolina Tohá puede perfectamente ganar la primaria de izquierdas, pero al precio pírrico de generar en su flanco izquierdo una fuga considerable de votos. Es cierto: no todo lo que ocurre en política debe ser leído en clave derecha-izquierda. Si es esa clave exclusiva la que predomina en la apelación al voto útil, hay un riesgo serio de equivocarse. Pero la izquierda existe, sin duda de modo más modesto que en el pasado: constatar fugas desde ese lado modesto de la fuerza puede ser un desastre.

El problema evidenciado por Landerretche partirá el 1 de julio, si es que la candidata ungida en primarias es Carolina Tohá. El riesgo identitario de no sacar las consecuencias de lo que fue la elección primaria presidencial del PS francés en 2017 entre Hamon y Valls, y de no calibrar la posibilidad cierta de que pasen a segunda vuelta la candidata de centroderecha Evelyn Matthei y José Antonio Kast, producen asombro. La elucubración ideológica en la que se encuentran el gobernador por Valparaíso Rodrigo Mundaca y el eterno candidato Marco Enríquez-Ominami (MEO) son expresiones de legítimos deseos, pero a partir de una alegre inconciencia sobre las consecuencias.

Si ya las primarias son un evento cuesta arriba desde la perspectiva de la participación, la posibilidad de debacle en la elección presidencial de primera vuelta es una realidad: entre la inconciencia y la ignorancia de lo que ha ocurrido en otras partes en idénticas circunstancias, se juega el destino de las izquierdas.

Lo extraño es que esta elección está abierta: no hay dudas de que un candidato único de izquierdas no tiene un piso inferior al 30% de los votos. Esto debería asegurarle el paso a segunda vuelta. El problema se encuentra en la ruta de cómo se llega a esa posibilidad. No hay claridad. Una vez resuelta esta primera pregunta, recién allí se inicia la interrogante sobre cómo ganar una elección presidencial.

La ruta es muy larga.

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