La izquierda después de ‘Pepe’ Mujica
El expresidente de Uruguay fue capaz de dibujar un camino, de cambios lentos y graduales. Algo así como una socialdemocracia hecha cuerpo y alma, aunque con la austeridad de una vida admirable

Tras la muerte de Pepe Mujica, ese exlíder guerrillero que se transformó en un verdadero líder moral de todas las izquierdas, este mundo orientado por el cambio social ha quedado definitivamente huérfano, por un largo tiempo.
Las razones son múltiples y de diverso orden, cuya acumulación hacen de Pepe Mujica una referencia sublime, pero irrepetible, en tiempos de gran debilidad política e intelectual de las izquierdas que, hasta ahora, han sido sorteadas gracias a la combinación de astucia táctica, y en tan solo un caso -el Frente Amplio uruguayo- como efecto de un diseño partidario sumamente virtuoso.
¿Cómo explicar la resonancia mundial de Pepe Mujica, un líder de izquierdas en un país pequeño del sur del mundo?
En primer lugar, por la singularidad de su biografía, la de un guerrillero que empuñó las armas y fue torturado y encarcelado durante 14 años, para desembocar en una forma de encarnar el cambio social de izquierdas de modo gradual y por la vía de las reformas, en la mejor expresión de una socialdemocracia sudamericana que no se disfraza en una retórica revolucionaria.
En segundo lugar, y por lo mismo, Pepe Mujica es probablemente el líder político mundial que más reconocimiento cultural ha recibido en diversas artes, especialmente por la música popular. Allí están las canciones de Manu Chao, y sobre todo esa verdadera sinfonía de Armand Amar que lleva por título Pepe Mujica. No hay músico alguno, de esos que se comprometen con causas políticas progresistas, que no hayan reivindicado en sus conciertos la figura del expresidente de Uruguay, desde U2 hasta Tom Morello. Lo mismo ocurre en los debates intelectuales y universitarios. Aún recuerdo, allá por el año 2015, a Pepe Mujica ofreciendo una charla en un coloquio organizado por Sciences Po y el Banco Latinoamericano de Desarrollo en París, en una sala repleta de centenares de estudiantes y profesores capturados por la simpleza del ex jefe de Estado.
Lo anterior nos lleva a una tercera dimensión del fenómeno Mujica, sin duda la más compleja y controversial de todas: su personalidad. ¿Cuánto del fenómeno Mujica y sus efectos no se debe a su personalidad? El recuerdo de ese tono monocorde para hablar, sin ningún tipo de estridencia en las formas, no se condice con su recepción mundial. Tampoco se explica su resonancia por la profundidad intelectual de su pensamiento: en Mujica nunca hubo ni la más mínima pretensión de capturar el cielo a través de acrobacias teóricas o ideológicas. En síntesis, Pepe Mujica carecía de “carisma”, a lo menos en la comprensión del sentido común a partir de una pésima interpretación de lo que Max Weber quiso decir: sapiencia, coraje, oratoria, esto es un conjunto de atributos eventualmente descollantes pero que son dimensiones de superficie de un fenómeno carismático que no se deja entender fácilmente. A diferencia de Chávez o Milei (el “carisma” del sentido común no reconoce diferencias ideológicas, aunque en Weber tampoco), Pepe Mujica no se inscribe en esta categoría.
Todo lo anterior nos habla, entonces, de un tipo de liderazgo especialmente complejo: la sobriedad de los funerales de Estado que Uruguay le concedió es elocuente al respecto. Esa complejidad es el resultado de una biografía en la que se combinan la pasión por la revolución, el castigo por haberla perseguido y la reconversión reformista, sin renunciar a los principios políticos vitales. Pero es también la consecuencia de una vida austera que lleva a pensar que la ruta hacia el cambio social y el socialismo está hecha de austeridad: en Mujica, todo esto se condensó en una vida especialmente virtuosa, la que hoy es elogiada por moros y cristianos.
Pues bien, este es precisamente el problema de las izquierdas. ¿Cómo perseguir, y alcanzar el cambio social a partir del ejemplo que la vida propia puede ofrecer? Los líderes de izquierdas, ¿están vitalmente disponibles para renunciar a los placeres del capitalismo que se pretende superar? Ciertamente no, y con excelentes razones: las trayectorias biográficas -generalmente ascendentes- de los líderes de izquierda producen consecuencias en sus modos particulares de vida, lo que les resta autenticidad. Pero esto puede ser compensado a través de formas de reflexividad individual (esas que nos llevan a interrogarnos sobre las razones de por qué tenemos la vida que tenemos, sin caer en la ilusión de la nefasta ideología del mérito) que, cuando estas tienen lugar, pueden conducir a proyectos colectivos. Son pocos los líderes de izquierda que son capaces de tomar conciencia de sí mismos, evaluando sus propias vidas a la luz del sistema social que se pretende superar. Esta es la condición de posibilidad de proyectos colectivos de cambio social, en donde la construcción intelectual es el paso posterior.
En este sentido, Pepe Mujica es un mal ejemplo para las izquierdas: su vida fue tan ejemplar que no es posible emularla sin perder autenticidad. Pero la vida del exguerrillero es también un horizonte de posibilidad: sin ninguna pretensión intelectual, Pepe fue capaz de dibujar un camino, de cambios lentos y graduales. Algo así como una socialdemocracia hecha cuerpo y alma, aunque con la austeridad de una vida admirable.
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