Conjeturas para el deshielo
De interrumpirse la iniciativa del deshielo la gran perjudicada será la sociedad catalana, y la menos mala de las consecuencias sería regresar a la célebre conllevancia

La canción del festival de invierno es la tonadilla del deshielo, una posible reaproximación entre la Generalitat y el Gobierno de España, con Oriol Junqueras como presunto pragmático que calla mucho pero no niega que en toda su estrategia de “calladismo” el objetivo no sea la república catalana, tomándose el tiempo que haga falta. Ciertamente, hubiese sido una ingenuidad suponer que Puigdemont y la CUP no incluirían en los presupuestos la partida correspondiente a los gastos del referéndum, porque eso representaba poner negro sobre blanco la renuncia a la secesión. La estrategia de tensión sigue su curso, aunque existe la hipótesis de que el deshielo también pudiera contribuir a una distensión pública: inicialmente pública más que política.
En estos casos, la política es la última en enterarse de que las sociedades se cansan, cambian de parecer o pasan del afán identitario a la prioridad económica y social. En Una interpretación liberal del futuro de España, Víctor Pérez Díaz escribió hace años que los nacionalistas, al reaccionar contra la creciente complejidad de la identidad colectiva de los individuos, acostumbran a pensar que ese mapa de las identidades colectivas debería simplificarse. Es más, dan por supuesto que así será si los ciudadanos más dubitativos deben fijar su identidad colectiva de una vez por todas. Ha sido una de las claves del proceso que Artur Mas activó sin el suficiente respaldo social y con la constatación revelada de que la secesión catalana implicaba quedarse fuera de la Unión Europea.
De ser factible el deshielo que se propugna, al doblar la esquina siempre quedan conjeturas y refutaciones y, al final, se hace inevitable que aparezca el escenario del referéndum porque nadie en el nacionalismo soberanista se atreve a dar marcha atrás aún sabiendo que es el único modo de salirse de un callejón sin salida. Es en Conjeturas y refutaciones donde Popper dice que existen minorías étnicas por todos lados y que el objetivo no puede ser “liberarlas” todas sino protegerlas. Eso es: “La opresión de los grupos nacionales es un gran mal; pero la autodeterminación nacional no es un remedio factible”. En definitiva, no todo ha de consistir forzosamente en dar a cada pueblo el derecho a la soberanía en la que vivirá sino —como advirtió Arthur Schlesinger— más bien buscar modos de que los pueblos con diferentes historiales étnicos, religiosos o raciales puedan ser convocados de modo armonizador bajo la misma soberanía.
El principio es de gran claridad, del mismo modo que el nacionalismo da a la nación un status superior al de los individuos, en el sentido de que, desde su óptica, el núcleo esencial en el que se despliega plenamente el comportamiento humano no es la individualidad o cualquier asociación voluntaria que pueda ser alterada o abandonada a voluntad. Es la nación. La misma nación reclama su identidad por encima de los modos de la sociedad civil y, de modo explícito o implícito, pretende que el modo de vida de los individuos y sus derechos queden subsumidos en una identidad nacional superior y determinista.
De interrumpirse la iniciativa del deshielo la gran perjudicada será la sociedad catalana, la estabilidad institucional, su capacidad productiva, el tejido empresarial y las posibles alternativas en precario, entre las que de momento —en términos orteguianos— la menos mala sería retornar a la célebre conllevancia. Esa sería la nueva frontera: del secesionismo a la conllevancia y para luego, muchísimo más tarde, la hipótesis —o el wishful thinking—- de la concordia posible o imposible.
Si el deshielo solo fuese una añagaza para ir ganando tiempo, las piezas quedan donde están. El tablero permanece inmóvil y la respuesta negativa al reto político de una partida de ajedrez tridimensional llevaría a posiciones regresivas. Hay casos actuales de convivencia cualitativamente superiores a la conllevancia. Por ejemplo, al votar todos los días linguísticamente la sociedad catalana, la biodiversidad lingüística da fe de una inteligencia social que no pocas veces supera el logro a la política. En una biodiversidad que no han podido rectificar las políticas de ingeniería lingüística. Como se dijo desde la Lliga de Cambó en los años treinta, el catalanismo había llegado a una nueva etapa, a la mayoría de edad y por eso nadie podía atribuirse su monopolio. En el fondo, el deshielo pasa por un cierto consenso anti-monopolio. Habrá que ver quien se apunta y quien sigue manteniéndose en la voluntad de ruptura y monopolio.
Valentí Puig es escritor.
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