Calor en un paisaje robótico

Annie Clark aprovechó muy bien su año largo con David Byrne. La estimulante artista que se esconde bajo el apelativo de St Vincent sigue escribiendo música absorbente e inteligente, pero ahora añade esa palpitación y el sagaz sentido del espectáculo que seguramente le inocularan el álbum Love this giant y la ulterior gira. La diva asomó el miércoles por la Joy Eslava con su halo de magnético misterio; especial hasta para colgarse la guitarra, comprometida siempre con la mímica y la expresión corporal. Y alternó su pop hipnótico, extravagante, con algunos soliloquios no menos heterodoxos. Verbigracia: “Tú y yo tenemos algo en común. Tu familia no lo sabe todo de ti…”.

Todo es extraño, por poco convencional, en la música de Clark. Casi todo es, al tiempo, bailable. Su guitarra solo cuenta con el respaldo de dos sintetizadores y un batería de toque seco y escueto, pero existe calor en ese paisaje despiadado y robótico. Hay algo de Talking Heads en Rattlesnake, claro, pero también un atisbo del universo rítmico y visceral que King Crimson definía en los años de Discipline. Y Digital witness, que podría ser un exitazo, parece el encuentro perfecto entre Thomas Dolby y las Bangles. Divierte comprobar que mira hacia el futuro con un pie en los ochenta: es una urbanita modernísima que no disimula su dimensión más retro. Solo puede surgir la duda sobre tanto afán intelectual cuando, a veces, entran ganas de escucharle una canción directa, impactante. Porque en sus sinuosos caminos no existe lugar para la línea recta.