Un paraíso alternativo y familiar
Miles de personas se citan en el Esperanzah Festival con Manu Chao

Cerca del aeropuerto, en un extenso parque tapizado por hierba mojada por la humedad del cercano mar, con zonas de pinares. Allí estableció por sexta vez sus reales el Esperanzah Festival, un paraíso alternativo que lejos del tópico no estaba lleno de rastas, perros y holgados pantalones de lanilla. Es más, incluso en el Sónar se huele más a porro que en la noche del sábado en El Prat, cerca del barrio de Sant Cosme, en una explanada ocupada por familias, críos que jugaban a la consola tirados sobre una sábana dispuesta por sus padres, pelados, abuelas que circulaban en carritos de minusválidos y personas tan corrientes como las reivindicaciones. Frente a ellas, una multitud, Manu Chao se convirtió en el orador idóneo para un festival solidario y gratuito que lucha por una economía más justa.
En este panorama, con dos escenarios en los que se fueron alternando los cinco grupos que actuaron el sábado, Manu Chao volvió a imponer su apisonadora sonora, una máquina que ahora se llama La Ventura y que sigue alimentando su música con un enorme despliegue físico. Con Gambeat, el eterno bajista de Manu, berreando “¿qué pasa en la calle?”, se inició una actuación en la que ritmos callejeros y frases dictadas por la resistencia y la esperanza se dieron la mano en pos del baile. Y Manu siguió batiendo ese puré musical en el que no hay canciones, sino una canción que muta constantemente y en la que aparecen los clandestinos, la máquina que se fuerza de noche y de día, el desaparecido y el celebérrimo “Me gustas tú” entre muchos estribillos ya míticos entre sus seguidores. Una canción hecha de muchas, igual que el Esperanzah es un festival hecho por muchos para muchos.
Y allí estaban hablando, cosa en otros festivales similares insólita, también en francés e inglés, luciendo camisetas donde se leía fuck you I'm pagès, comiendo productos de medio mundo, escuchando las ventajas de la energía sostenible y del dentífrico de arcilla, comprando búhos terapéuticos para llevar colgados del cuello —al parecer tienen un imán que opera milagros—, aprendiendo a hacer jabón ecológico, recibiendo masajes para “la liberación emocional” y pagando las consumiciones con Coop, la moneda cooperativa de un festival que a cambio de un euro prestaba el vaso. Resultado: en el césped no había ningún envase abandonado. En Sant Cosme un euro es un euro. Por eso cuando Manu pidió un abucheo para Caja Madrid, el resultado debió alcanzar a los pilotos que despegaban en el aeropuerto del Prat. En el Esperanzah se pensó que otro mundo es posible, y Manu lo remachó al gritar “la resignación en un suicidio”. Esperanza en Sant Cosme.
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