El vozarrón que no avasalla
El veterano cantante de privilegiada garganta se gusta con los clásicos de ‘El americano’ y resulta imparable cuando entra en calor

Pedro Ruy-Blas ha sido uno de los eternos tapados en la historia de nuestra música popular. Le han escuchado hombres, mujeres y niños de sabe Dios cuántas generaciones ya —¡Ha puesto voz a varias películas de Disney!—, pero muchos no repararán jamás en su nombre. Cosas de haber sido siempre rara avis desde que de chavalín le llamaban El Americano; justo el apodo que ahora le sirve para titular su flamante nuevo disco de standards en inglés, resuelto con la solvencia y sencillez engañosa de quien lo ha cantado todo.
A Pedro le sobra vozarrón, pero no lo utiliza para avasallar, como elemento de exhibición vacua. A lo mejor es eso: su genio interpretativo nunca fue ostentoso. Pero las bondades están ahí, manifiestas anoche y toda esta semana en el Café Central. Su atril y el del trío acompañante (estupendo el pulso de Luis Guerra al piano) rebosaban de letras y partituras, porque Ruy-Blas escoge sobre la marcha entre 70 títulos. Hay margen para el titubeo comprensible, pero el mérito radica en reinventar para el jazz el repertorio ajeno (A whiter shade of pale) y encontrarle aristas inesperadas al cercano. Como ese punto casi histriónico en It ain’t necessarily so (Gershwin) o el ademán femenino que adquiere I am what I am, como si Gloria Gaynor aguardase, repantingada, en camerinos.
La clave radica, en último término, en la naturalidad. Y Pedro la enarbola siempre, como si la copa de vino tinto acabara de servírsela en su salón. Da gusto disfrutar de esa garganta rotunda pero no arrolladora, capaz de enturbiarse con inflexiones negroides, volverse sutil y taciturna (One for my baby, a lo Rosemary Clooney) o eternizarse en esos memorables finales de frase. El remate, entre Black is black, Sondheim y Fats Domino, fue arrollador. Cuando entra en calor, a Pedro no es fácil pararlo.
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