“Me hacía ilusión tener un piso y le creí, no soy Perry Mason”
Juicio a un estafador reincidente que ganó casi un millón con falsas ofertas para comprar casas de protección oficial

La madre de Alberto B. y de Javier B. vio en un folleto publicitario la oportunidad dorada para sus hijos: un piso cercano al nido familiar y, sobre todo, a un precio muy asequible, poco más de 150.000 euros. Eso, en la Barcelona que aún vivía sumida en el boom inmobiliario —a principios de 2008— era una oferta que no se podía dejar pasar. Los jóvenes se pusieron en contacto con José Jesús González, la persona que iba a hacer posible aquel sueño. A la sazón ignoraban que el hombre es un estafador multirreincidente —a sus 68 años, acumula media docena de condenas— que iba a sonsacarles 24.000 euros sin darles nada a cambio.
Alberto y Javier son dos del casi medio centenar de víctimas —la mayoría, parejas jóvenes de clase trabajadora— que ayer declararon como testigos en el juicio contra González, que entre 2007 y 2008 estafó casi un millón de euros. La fiscalía pide para el acusado, que permanece en prisión por una estafa anterior, diez años de cárcel y otros seis para dos colaboradores. Los hermanos explicaron el encuentro con el acusado en una suerte de locutorio de Nou Barris. La oferta era inmejorable: podían ser agraciados, sin necesidad de sorteo alguno, con una vivienda de protección oficial.
“Nos dijo que el Ayuntamiento había cedido a la constructora una parte de los pisos para que los vendiese por su cuenta, pero con las condiciones de una VPO”, narró Alberto. La víctima entregó 12.000 euros como anticipo a descontar de la hipoteca. El contrato firmado por ambos precisaba que, si no disponía del piso en diciembre de ese año, le sería devuelto el dinero con un 5% de interés. Ni una cosa ni la otra.
Alberto tuvo una ligera sospecha porque el contrato contenía faltas de ortografía —“difamar”, en vez de “dimanar”— que, sin embargo, no le apartaron de su propósito. “El hombre nos metía prisa, decía que la oportunidad se iba a escapar, que había que hacerlo ya. Busqué algo de información en internet, pero me hacía ilusión tener piso y le creí. Ni mi hermano ni yo somos Perry Mason”, dijo a preguntas de la abogada del principal acusado, Patricia Rodríguez. La letrada ahondó en la idea de que las víctimas deberían haber hecho unas mínimas comprobaciones antes de lanzarse a comprar el piso.
La mayoría de testigos coincidieron, con algunas variantes, en el mismo relato: González era una especie de gestor que se limitaba a buscar compradores para la constructora. Pero era un gestor que, en medio de la vorágine del ladrillo, presionaba a los clientes para que entregasen el adelanto, que oscilaba entre los 12.000 y los 30.000 euros. “A mí me dijo que solo le quedaba un piso y que tenía que pagarle en dos días”, dijo Ramon Á. Media docena de víctimas, en cambio, explicaron que González se ofreció a amañar el concurso gracias a un supuesto contacto en el consistorio cuya existencia nunca se ha revelado. “Nos dijo que nos metería en el sorteo y que, como estaba amañado, nos lo adjudicaría. A mí me iba a dar el 4º 3ª de República Argentina”, admitió Ana Isabel C.
El colectivo del taxi salió especialmente mal parado de la estafa por culpa del boca oreja. “Sabía que otros compañeros ya habían firmado y me fié de él”, relató Rubén C., al que el estafador le “asignó”, falazmente, una vivienda a bajo precio en la avenida de Vallcarca. Rubén paseó con su taxi frente a las obras. Como el edificio, en efecto, se estaba construyendo, no tuvo motivos para la sospecha. Lo que no sabía es que los pisos se habían asignado ya a las personas que lo habían ganado por sorteo.
La presión por pagar tampoco extrañó a los hermanos. “Era el boom de los pisos y no me extrañó que metiera prisa, era algo habitual”, dijo Alberto. Javier, que tampoco ha recuperado el dinero perdido, lamentó su ingenuidad: “Estaba muy ilusionado, tenía ganas de comprar una vivienda. Y José decía que no había problema alguno, que todo iba a salir bien”.
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