Griñán, Arenas y las circunstancias
A partir de la noche del 25 de marzo Griñán movió fichas para hacerse con el control absoluto del PSOE en Andalucía.
A principios de los años noventa la fiscalía de Milán puso en marcha los procesos de Manos Limpias, una actuación judicial que llevó a la desaparición política de la Democracia Cristiana (DC) y del Partido Socialista, decapitando a buena parte de la clase dirigente italiana. Durante esa fecha, el protagonista del libro que estoy leyendo, una novela negra ambientada en esos años, cenaba con su padre y un íntimo amigo ministro. Los dos hablaban de la necesidad de reposicionarse políticamente después de muchos años en primera línea. La DC se estaba escindiendo en dos partes, una de centroizquierda y otra de centroderecha, y ambos discutían sobre cuál era el espacio mejor para instalarse. El joven tomó la palabra y les ofreció una solución a los dos veteranos políticos: “Uno debe tirar para un lado y el otro para el otro”.
El otro día le pregunté a un dirigente del PSOE cómo debía interpretar la decisión de Griñán de colocar a Susana Díaz en su nuevo Gobierno. Y antes de concluir la pregunta me dijo: “Cualquier análisis debe partir de una premisa, desde que Griñán logró mantener la presidencia de la Junta no vale las interpretaciones del pasado. Si Ortega decía que cada persona es ella y sus circunstancias, lo que hizo Griñán fue cambiar las circunstancias”.
El futuro ya no es lo que era, dijo hace muchos años Paul Valéry. O al menos lo que se creía que podría ser. La noche del 25 de marzo Griñán cambió la historia que estaba prevista que fuera y a partir de ese día gestionó el pacto con Izquierda Unida, nombró a su Gobierno y movió fichas para hacerse con el control absoluto del PSOE en Andalucía. Con mayor o menor entusiasmo, en la organización socialista se empieza a asumir que pasaron a la historia las cuotas territoriales en la composición del ejecutivo, las imposiciones de la dirección federal y el poder de los secretarios provinciales. Griñán es el líder y, esta vez, ha decidido ejercer. Por encima, incluso de mayores liderazgos orgánicos.
En los meses previos a las elecciones autonómicas, la marea popular colocó al PSOE en una situación parecida a la que vivió la Democracia Cristiana en la época de los noventa, al borde de la más absoluta irrelevancia. Unos dirigentes tiraron para un lado. Otros para el contrario. Ocurrió en Andalucía. Y sucedió también en España de cara al Congreso Federal que aupó finalmente a Rubalcaba a la secretaria general. La política es tan extraña que uno de los grandes perdedores de aquel congreso, salió victorioso de las elecciones que había perdido y logró un sorprendente triunfo para el PSOE, tras mantener el poder en la mayor comunidad autónoma del país. Griñán decidió iniciar su camino con los que se colocaron a su lado. El primer ejemplo se acaba de producir en Cádiz.
El proceso de lo que está ocurriendo con Griñán es justo el contrario que está viviendo Javier Arenas, al que también le cambiaron las circunstancias. En un partido tan presidencialista como el PP, Arenas se encuentra ahora mismo en la delgada línea que mide la insoportable levedad del ser. Él sabe de lo fugaz de los liderazgos por experiencia propia. Arenas ha cambiado presidentes provinciales con una llamada de teléfono y ejecutivas regionales con una única noche de consultas, las que tenía él con la almohada de su cama. Desde que en política un líder dejó de ser importante para pasar a ser imprescindible, no hay nadie más prescindible que un dirigente político que un día fue imprescindible y ya no lo es. Nunca hubo necesidad, entre la militancia del PP andaluz, de tener que decidir si tirar para un lado o tirar para el otro, ya que estaba Arenas para marcar el camino. El día en el que el todavía líder del PP pierda esta influencia, que no le quepa duda alguna que la militancia tirará por el carril contrario al suyo. El que le marque un nuevo líder y unas nuevas circunstancias.
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