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Crítica Literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

George Saunders advirtió el futuro de Estados Unidos y la posibilidad de redimirse

Todos los personajes de los cuentos del escritor estadounidense creen ser buenas personas, incluso si matan mapaches, incendian casas o cuelgan inmigrantes en su jardín

Unos treinta años antes de que el presidente de los Estados Unidos de América comenzase a demoler la Casa Blanca y un antivacunas que cree que el autismo es una “enfermedad prevenible” se convirtiese en su secretario de Salud; varios años antes de la “guerra contra el terror” y las torturas de Abu Ghraib; antes de una pandemia que algunos todavía creen orquestada por el Gobierno, de los “hechos alternativos” y el perfeccionamiento de herramientas tecnológicas diseñadas para falsificar la realidad; antes de las masacres de Charleston, Charlottesville, Pittsburgh, El Paso, Jacksonville; antes del asalto al Capitolio; antes de que grupos de encapuchados empezasen a secuestrar personas en las calles, y de que éstas desapareciesen en cárceles de El Salvador: George Saunders ya estaba allí, y Guerracivilandia en ruinas, su primer libro, pilló a todo el mundo en 1996 con el pie cambiado.

Por una parte, sus personajes hablaban mucho y se contradecían y todo estaba muy lejos del minimalismo que dominaba la literatura norteamericana del momento; por otra parte, había demasiado humor para que las intenciones de su creador —que es autor también de uno de los textos humorísticos más antologados de los últimos años, Ask the optimist— fuesen claras. Por último, el problema consistía en que Saunders no se anticipaba a una catástrofe futura —y relativamente improbable por entonces— sino que se paraba al final de ella, en un tiempo en el que el mundo real ya había sido reemplazado por un parque de diversiones y el único modo de satisfacer los anhelos más íntimos y las necesidades más profundas era recurriendo a la realidad virtual, los recuerdos personales podían ser transferidos de una persona a otra, los ancianos se veían obligados a trabajar hasta su muerte, los “Defectuosos” eran esclavizados por los “Normales” y las familias pobres arrojaban a sus hijos al otro lado de los muros que protegían los barrios pudientes para que esos hijos tuvieran algún tipo de futuro.

Pero Guerracivilandia en ruinas era mucho más que una distopía al uso. Y su valor —como el del resto de su obra— radicaba menos en el tipo de conocimiento profundo de la economía y de las relaciones sociales que le permitía a su autor anticipar el mundo hacia el que nos dirigíamos que en su representación de la experiencia humana como algo esencialmente trágico y doloroso, pero no exento de dignidad y belleza. De alguna manera, todos los libros de Saunders abordan este asunto. No importa si sus personajes denuncian a sus compañeros de trabajo, participan de matanzas y obstruyen a la justicia (‘Guerracivilandia en ruinas’), si incendian sus casas para cobrar el seguro, satisfacen sus fantasías de “reina del baile del instituto violada” (‘Descargando para la señora Schwartz’), matan mapaches y destrozan oficinas para demostrarles a sus empleados de lo que son capaces (‘El presidente de doscientos kilos’), se divierten con vídeos como “los crímenes más sangrientos del siglo reconstruidos” y después ven todas las tomas falsas o llaman a sus compañeros de trabajo “señor Manteca”, si participan de experimentos en los que administran dolor a otros (‘Escapar de la Cabeza de Araña’), cuelgan inmigrantes en su jardín a modo de decoración (‘Los diarios de las Chicas Sémplica’) o participan de mítines en apoyo de causas que no comprenden (‘Elliott Spencer’): los personajes de Saunders creen ser todos “buenas personas”. Gente trabajadora que “se traga su orgullo” y sigue adelante. Que ama a sus hijos y a veces a su esposa. Que piensa en abandonar la ciudad y en ocasiones cree que la felicidad está al alcance de la mano.

El autor consigue que muchos de sus relatos tengan el aire de una comedia de slapstick, lo que aligera de algún modo la negrura de su visión del mundo

Que esa felicidad no lo esté es uno de los elementos más realistas de estos Cuentos escogidos. Saunders —el más chejoviano de los escritores estadounidenses, como demuestra su A Swim in a Pond in the Rain, un muy eficaz close reading de textos de Chéjov, Turguénev, Tolstoi y Gógol— consigue que muchos de sus relatos tengan el aire de una comedia de slapstick, lo que aligera de algún modo la negrura de su visión del mundo, en la que vivos y muertos, la realidad y su simulacro, lo humano y lo no humano se suceden sin interrupción. También muestra que incluso en las circunstancias más adversas anida la posibilidad de redimirse. Y este es uno de los dos rasgos más importantes de su obra. El otro es la emoción que provoca en su lector, una emoción desconcertante cuando se piensa en quienes la inspiran: personas que torturan y mienten y esclavizan y asesinan, pero —como todos nosotros— están dispuestos a hacer lo que sea para proteger a quienes aman.

Como al triste empleado obeso de ‘El presidente de doscientos kilos’ al que sus compañeros de oficina humillan constantemente, a todos nos gustaría poder decirnos “no soy un mal tipo”, pero nuestro corazón “es una especie de pescador idiota e insaciable” y no podemos “dejar de tener esperanzas”, y los relatos de George Saunders —muy a menudo tremendamente luminosos pese a su tema, a sus personajes, a su argumento, a los padecimientos de sus personajes— tienen como propósito más íntimo el recordarnos esto, que lo insaciable en nuestro corazón es lo único que nos permite pensar que aún no estamos acabados.

Cuentos escogidos

George Saunders
Traducción de Javier Calvo Perales y Ben Clark
Seix Barral, 2025
632 páginas. 26 euros

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