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Historias de Gorda-e-Feia, donde el gran acontecimiento social es la muerte

El portugués Rui Couceiro se estrenó como escritor con una original novela sobre una aldea alentejana que despliega una lucha quimérica contra su ocaso: “Tengo una obsesión por los mundos antiguos y la muerte”

Tereixa Constenla

Rui Couceiro (Oporto, 41 años) ha tenido varias vidas y algunas fijaciones. Ya fuera en sus días de jugador de voleibol o de editor, siempre se interesó por los narradores viejos. Una atracción recíproca, hay que añadir. Al final del almuerzo que siguió a la entrevista con el escritor portugués, a pocos metros de la misma playa de Espinho donde se hartó de jugar voleibol en la juventud, un hombre de más de noventa años se acercó y pidió permiso para sentarse a la mesa. Había escuchado sus reflexiones críticas sobre Portugal y las compartía plenamente. Dicho esto se presentó como Joaquim Domingos Capela, lutier, antiguo profesor universitario de Ingeniería y miembro de la saga familiar que ha construido violines para músicos como Rostropóvich o Yehudi Menuhin.

“Siempre es así. Si entro en una taberna y hay idosos [mayores], van a venir a contarme sus historias”, explica Rui Couceiro en la calle. Un regalo para un escritor como él, que va robando nombres, rostros y detalles que luego transformará en sus ficciones. En España acaba de publicarse su primera novela, Baiõa sin fecha de muerte (traducida por Antonio Jiménez Morato) donde el protagonista tiene el semblante y la identidad de un chatarrero con el que trabó amistad hace años. Nada más, el resto se generó en su imaginación. El libro resultante, que será presentado por el autor en Zamora (biblioteca pública 13 de noviembre) y en el Festival Eñe en Madrid (15 de noviembre), entusiasmó de tal forma al escritor Alberto Manguel, que se ha convertido en el más vehemente embajador de la obra. También la crítica portuguesa la aplaudió, al igual que celebró la segunda novela, Morro da Pena Ventosa, publicada en 2024.

La exitosa opera prima fue una segunda tentativa. La versión inicial le avergonzó. “Al acabarla me pareció una auténtica porquería. Estaba muy lejos de todos los escritores que me gustaban y concluí que no tenía lo necesario para hacerme escritor”, confiesa. En su pedestal hay montones de autores, pero uno de los lugares especiales lo ocupa Julio Llamazares. “No entiendo cómo no es un escritor más conocido en todo el mundo”, lamenta.

Perseguido durante años por la maldición del editor que sueña con ser autor, Couceiro se dedicó durante una década a acompañar y mejorar libros ajenos en un sello de Porto Editora, el grupo editorial más pujante del país. Decepcionado consigo mismo ante su primera tentativa literaria, comenzó una tesis doctoral sobre el impacto real de los festivales en los hábitos de lectura. A medio camino de aquel trabajo que no presagiaba nada bueno, su pareja le desafió a dejar de engañarse y regresar a la novela. Al día siguiente telefoneó a su directora de tesis para informarle de su renuncia. “¡Estás loco! ¡Si estás a punto de terminarla!, me dijo. Le expliqué que iba a escribir una novela y ahí confirmó que estaba rematadamente loco", recuerda con regocijo.

El Baiõa que se acaba de publicar en España es fruto de esa segunda intentona. “Dejé al editor fuera. Si hubiera entrado no me hubiera recomendado escribir una novela de casi 500 páginas con un título que nadie entiende. Comercialmente eran decisiones pésimas”. El resultado es un libro excéntrico escrito en estado de gracia. Estando en las antípodas de las distopías de moda, habla sobre el fin de los mundos (individuales y colectivos) mejor que cualquier alegoría apocalíptica. Su narrador es un urbanita con una cuantas neurosis que se impregna de una cultura rural donde lo insólito es parte del día a día, consciente o no de que el camino entre sus neurosis y el alejamiento de la naturaleza es más corto de lo que se piensa.

Baiõa es uno de los últimos habitantes de Gorda-e-Feia, una pequeña aldea del Alentejo, abandonada progresivamente por sus vecinos. En sus últimos días emprende una misión hercúlea: tratar de evitar la extinción del pueblo, que está a la vuelta de la esquina vista la edad media de sus últimos mohicanos. Dado que impedir la muerte ajena no está en sus manos, Baiõa se embarca en una aventura titánica para atraer nuevos moradores mediante la rehabilitación de casas abandonadas.

El primer recién llegado será un joven profesor, que ha dado tumbos por el país, que vive desnortado, que no duerme, que tiene el móvil como lazarillo cotidiano y que se convertirá en mano derecha de Baiõa para todo, también como peón de albañil. Él será el narrador anónimo que se sumerge en un mundo donde se habla con los árboles y algunos animales parecen tocar la flauta. Un lugar donde la intimidad es un bien escaso porque todos lo saben todo de todos y donde la muerte es el principal acontecimiento social de relevancia.

“La literatura más auténtica”, afirma Rui Couceiro, “se hace a partir de los gustos, inquietudes y obsesiones de los autores. Yo tengo una obsesión por aquellos mundos antiguos y por la muerte. Me conmueven mucho los mayores. Desde niño me gustaba conversar con ellos, percibía su sabiduría, y también me enternecía saber que estaban cerca de la muerte. Como no tengo el don de la fe, y de niño tampoco, me parecía una injusticia tremenda que aquellas personas que sabían tanto tuviesen que morirse. El universo del libro tiene que ver con todo eso”.

La novela es también un guiño a los escritores neorrealistas que Couceiro devoró siempre y que ambientaban sus obras en la región portuguesa con más sentido de identidad (fue la única que votó a favor de la regionalización del país hace años). “Conocí antes el Alentejo en la literatura que en la realidad. Yo comparto mucho la frase de Eduardo Galeano de que la ficción es la mejor forma de contar la verdad. La literatura toca las emociones. Mi educación emocional fue a través de esa literatura. Este es un libro de agradecimiento a los escritores neorrealistas”.

El Portugal que descubrirán en la novela nada tiene que ver con la vida de Oporto o Lisboa. “No me hace ninguna gracia el mar, tal vez por crecer enfrente. Me gustan los ríos, los montes, los árboles. Mi brújula apunta hacia el interior, pero Portugal es un país inclinado hacia el mar y no el interior. Y es ridículo porque es un país tan pequeño que no tiene sentido que nos olvidemos de una parte del territorio. Las personas viven en Lisboa y nunca fueron a Viseu, A Guarda o Bragança, no saben ni dónde están. Lamentablemente hay una soberbia de la capital que piensa que está Lisboa y el resto es paisaje. Encuentro esto profundamente triste, peor, lo encuentro provinciano. Mi literatura no puede huir de este sentimiento que tengo, no puede huir de mis demonios”.

En un país donde casi todo (también la literatura) gira alrededor de la capital, la elección de Rui Couceiro resulta tan extravagante como la ocupación de su abuelo, que no bebía alcohol y se ganaba la vida identificando la añada de los oportos por el olor. El nieto, por su parte, ha desarrollado un aguzado olfato para los libros, que hasta abril estuvo al servicio de otros. “El editor es el entrenador de los autores y vive su día a día con la misma intensidad. Es un trabajo agotador. Hice cuentas y calculé que había estado en más de 1.500 presentaciones de libros, ya no podía más, estaba cansado, necesitaba hacer otras cosas. Me gustaron mucho esos años, pero creo que fui víctima de un exceso de disponibilidad y dejé de sentirme cómodo con esa situación”, reflexiona.

La historia del abuelo estará en su tercer libro. Como está organizando un gran festival cultural que se celebrará en Oporto el próximo año, escribe solo los fines de semana en Penedono, una aldea de la Beira Alta donde nació su padre y donde, cada vez que acude a la taberna, alguien se acerca a contarle historias.

Baiôa sin fecha de muerte

Rui Couceiro
Traducción de Antonio Jiménez Morato
Siruela, 2025
456 páginas, 24,95 euros

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.
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