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Tribuna
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Elogio del monstruo bisexual

A pesar de que más de la mitad del colectivo pertenezca a la letra B, la bisexualidad sigue siendo casi invisible: o no se representa o se exhibe como una forma de caos y exceso

Mika Leshä y Chappell Roan en el video de 'Casual', dirigido por Hadley Hillel.

Invierno en la playa. Las olas rompen con sangre en la orilla. Aparece Chappell Roan con sus rizos pelirrojos resguardados bajo un gorrito de invierno con borla. Lleva también dos jerséis de estilo ochentero, por lo que se deduce que hace frío, pero aun así se compra un helado. En el puesto, un televisor alerta de una oleada de misteriosas desapariciones de hombres por la zona. Chappell paga su polo rojo y se sienta en una roca a contemplar el mar, pero la tranquilidad dura poco, porque enseguida emerge entre las olas un hombre gritando. Huye del agua con un gran mordisco en la mejilla. A continuación, aparece ella: el monstruo bisexual. Una hermosa anfibia con moluscos pegados al pelo y la boca empapada en sangre que avanza hacia Chappell y, en un gesto sin demasiada sutileza —igual de sutil que el estribillo de la canción: we’re knee-deep in the passenger seat and you’re eating me out, is it casual now?—, se arrodilla frente a ella y le da un bocado a su polo. Tiene los dientes afilados. Es amor a primera vista y Chappell se la lleva a casa. Intenta jugar a las casitas con la monstrua, pero los monstruos necesitan sangre y este en concreto, como es un monstruo bisexual, necesita comerse a un hombre de vez en cuando. Chapell lo tolera, se traga sus celos, sigue decorando la casa de ensueño parejil para ellas dos, pero al final su amada la abandona. Vuelve al mar, que ya se sabe que está lleno de peces.

Describo el videoclip de memoria porque lo he visto infinidad de veces con mi hija. Le encanta. Y a pesar del estereotipo que recrea sobre la mujer bisexual como pérfida, promiscua y traidora, a mí también me hace gracia. Es kitsch, es fresquito y, sobre todo y para variar, es sáfico. Porque, en este sentido, el mundo no ha cambiado tanto entre mi infancia y la infancia de mi hija: aunque las representaciones LGTBIQ+ son muchísimo más frecuentes en la ficción para adultos de lo que lo eran hace 30 años, el universo al que accede la infancia sigue copado por romances heterosexuales y familias normativas de papá, mamá y parejita de retoños.

Si mi hija contrasta lo que ve en su pantalla con lo ve en su propia vida, es imposible que no se sienta rara, con sus padres divorciados y sus tías bolleras, como si nuestra realidad fuera una absoluta anomalía, y a veces me pide confirmación de cosas que ya sabe, ¿pero de verdad que las chicas se pueden casar entre ellas?, porque un compañero de clase le ha dicho que no, que ella no puede ser novia de su amiga Mila, ¿y a quién va a creer? ¿A su madre o al niño? Ante la duda, quizás a Chappell Roan, que es famosa, me digo, y por eso seguimos viendo el videoclip de Casual a pesar del discurso bífobo que lo pespunta, porque no está la cosa como para ponerse exquisitas y mejor algo imperfecto que nada en absoluto.

Lo cierto es que la bisexualidad está tan infrarrepresentada —a pesar de que, según las encuestas, más de la mitad de todo el colectivo pertenece a la letra B y entre los jóvenes, uno de cada cuatro se identifica con ella—, que, antes que el mohín de enfado, la ninfómana devorahombres de Chappell Roan me saca una sonrisa; puedo sentirme identificada con la extrañeza de su piel azulada y sus branquias con purpurina. Puedo aplaudir, de hecho, su incapacidad para amoldarse a la vida en pareja, que podría ser, además, la clave del misterio; el motivo por el que lo bisexual, o no se representa, o se representa como caos y exceso.

Si los bisexuales siguen ocultos, tiene que ser que lo que molesta no es nuestra orientación sexual sino el marco no monógamo en el que se inserta

Me lo sugiere Luna Miguel a mediados de junio, cuando nos juntamos a charlar en un club de lectura mientras afuera, en internet, la gente ataca a Billie Eilish por haber sido cazada besando a un hombre (hacía poco se había declarado queer; he aquí un ejemplo de cómo, para mucha gente, la bisexualidad sigue sin ser una orientación válida). Luna es una de esas escritoras de mi generación que no solo es bisexual, sino que también escribe personajes bisexuales, al igual que lo hacen Sabina Urraca, Cristina Morales, Alejandro Simón Partal o Gabriela Wiener. Hay más, pero no muchísimos más. Observamos que, a lo largo del tiempo, subyace una discrepancia entre el número (alto) de escritores bisexuales y el número (bajo) de personajes bisexuales, y Luna señala que posiblemente se deba a que la mayoría de las novelas no son Cien años de soledad, es decir, no cuentan todo el historial amoroso de un personaje, sino apenas una de sus historias, y esto hace que, desde fuera, sean leídos desde un marco monosexista.

Tiene sentido, y parece, por tanto, que la mejor manera de representar la bisexualidad de un personaje es fuera de la monogamia, en configuraciones en las que pueda expresar su deseo por varios géneros de forma simultánea, y aquí es donde llega el problema. Si hay cada vez más personajes lésbicos y maricas en la ficción, pero los bisexuales siguen ocultos, tiene que ser que lo que molesta no es tanto nuestra orientación sexual como el marco no monógamo en el que se inserta (no necesariamente, pero sí apriorísticamente). Resulta que, al final, somos monstruas porque deseamos el mar antes que la casa, y es el deseo que trasciende el marco de la pareja lo que se resiste a ser representado.

Como dice Daniel Valero, la bisexualidad “plantea una amenaza para lo normativo y para el capitalismo” porque no es productiva, no afianza “una relación monógama que acabe utilizando esas relaciones para reproducir los engranajes del sistema”. El vínculo destructivo de la monstrua de Chappell, ese sexo fuera de la pareja que devora y no engendra, contiene el germen de la disidencia bisexual que más me interpela. Somos malas porque no somos monógamas, y por eso mismo somos irrepresentables salvo como monstruos. Pero no me digáis que la monstruosidad no es algo de lo que sentirse orgullosa. De piel azul. Con protuberancias anfibias. Con los colmillos afilados. Pura belleza.

Aixa de la Cruz es escritora. Su última novela es ‘Todo empieza con la sangre’ (Alfaguara).

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