‘Teresita Mortandad’: una astracanada espiritista
La primera novela del artista plástico Luis Salaberría es una novela esperpéntica con elementos de fantasía


Teresita Mortandad. Una novela ridícula es la primera incursión narrativa del artista plástico Luis Salaberría (Málaga, 1965). Se trata de una novela cómica, esperpéntica, que juega con elementos de la fantasía y del terror, y los combina con rasgos históricos, metaficcionales y grotescos.
La rocambolesca trama gira en torno a una sesión de espiritismo celebrada a finales de los años setenta en un caserón construido sobre las ruinas de un palacio. A la sesión asiste el joven Damián, acogido en Madrid por las hermanas de su padre, ante las que finge que hace estudios de Bellas Artes, aunque no pasa por la facultad, tras un error administrativo que no supo o no quiso resolver. Damián, “tímido-histérico” dice de sí mismo: “Aparento ser un lumbrera o un tarado depende del momento y de quien me mire”; “un adolescente fracasado pero redicho y, según mamá, un ser inquietantemente tonto y una gran desilusión”. “Tengo un carácter peculiar y tornadizo, y mis emociones me llevan de allá para acá y paso de un cretinismo ensimismado a un bocachanclismo que me hace perorar sin sentido sobre cualquier asunto, venga o no a cuento”.

Entre los personajes que se encuentra gracias a la sesión están Teresa Rojo, de la que se enamora, pero también un escritor fracasado y un espectro fétido y ninfómano, que se dedica a abusar sexualmente de los varones que se ponen a su alcance: solo así puede alcanzar la expiación. La novela es una suerte de pastiche donde Salaberría emplea cartas, noticias, conversaciones, juegos con el tiempo y la perspectiva, registros sobrios y monólogos de aire arcaizante. Hay alusiones al Hola!, Cuadernos para el Diálogo y Los muertos, de James Joyce, giros que recuerdan al absurdo o a Jardiel, y un aire general de tebeo de otro tiempo, particularmente claro en los diálogos de los personajes o el relato de algunas desventuras matrimoniales. La atmósfera es pesadillesca; el ingenio parece más importante que la necesidad narrativa o dramática.
Lo mejor de Teresita Mortandad es la energía y la sensación de libertad y despreocupación. A veces da una impresión de arbitrariedad y autoindulgencia, con apariciones de personajes, escenas y conversaciones que se acumulan sin que al lector le importen demasiado: es fácil pensar que podría suceder una cosa pero también la contraria.
En alguna ocasión la impresión de complacencia con el propio sentido del humor se une a un intento demasiado visible de resultar gracioso: la combinación debilita el efecto cómico. Pese a eso, la novela tiene pasajes divertidos: diálogos ágiles, frases eficaces. En ella funciona mejor el humor de lenguaje, basado en cambios repentinos de registro, incongruencias y rodeos deliberadamente ridículos, que el generado por situaciones: “En esta casa nunca se ha matado sin permiso”, dice un personaje; otro apunta: “Además de partidaria del catolicismo, Amancia es muy amiga del soponcio”; “lo sé porque me lo contó un kazajo que conocí viajando en el Transiberiano, de camino a Sebastopol, mientras hacíamos el amor sobre pieles de animales muertos”. Con un aire algo retro y un humor absurdo y macabro, Teresita Mortandad es una especie de astracanada espiritista, con bromas escatológicas y sexuales, ingredientes metaficcionales y montones de personajes estrafalarios, y un ánimo más cercano al juego que a la sátira.

Teresita Mortandad. Una novela ridícula
La Umbría y la Solana, 2025
192 páginas. 15 euros
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